Bernardo Bolaños

Yo, capitán

ANTROPOCENO

Bernardo Bolaños*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Bernardo Bolaños
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Está en algunos cines y es una belleza de película, al mismo tiempo que representa también un retrato de la terrible migración de niños no acompañados. Es difícil creer que un filme haya podido conciliar fotografía de paisaje y crónica de la violencia del crimen organizado, poesía sublime y tragedia humana. Quizá por este logro es que el largometraje fue aplaudido de pie durante 12 minutos en el Festival de Venecia. Cuando uno lo ve, sale de la sala más sabio y dotado de fuerza interior.

La película, dirigida por Matteo Garone, cuenta la historia de dos adolescentes senegaleses que buscan ir a Europa. El protagonista quiere convertirse en músico famoso en el viejo mundo. También se menciona, como motivación, que el techo de su casa “se está cayendo”. Aunque no lo dice el filme, he estudiado que el cambio climático ha mermado los bancos de peces en las costas de Senegal y ya ha expulsado por ese motivo a una proporción de su población.

Extraordinarias escenas de Senegal, Mali y Níger alimentan los sentidos del espectador antes de enfrentarlo a una realidad ya conocida por los mexicanos: la brutalidad de la corrupción de las autoridades migratorias y policiacas en el tercer mundo, seguida de la violencia extrema a manos del crimen organizado. En África, como en México, muchos migrantes son secuestrados y sus familias extorsionadas con llamadas telefónicas que exigen rescates. Vemos en pantalla gigante los métodos criminales de la mafia de Libia y sus conexiones con caciques locales (igual que pasa en Michoacán o Tamaulipas).

Por suerte, como pasa también en México, la resistencia de muchos migrantes supera obstáculos impensables. Los niños senegaleses u hondureños se hacen hombres en estos viajes. Acaban asumiendo responsabilidades no sólo de adultos, sino propias de iglesias y gobiernos: reconfortar espiritualmente a los demás, cuidarse en la enfermedad, salvarse la vida cuando los asesinos han lanzado un ultimátum.

Esta película italiana (país donde gobierna la extrema derecha, es decir, país necesitado de verla) es una oportunidad de viajar al continente donde la música es un hábito del cuerpo, donde la civilización industrial no ha arrasado todavía con el entorno natural ni con los mercados tradicionales. Es un chance de enterarse de la odisea que viven los menores migrantes no acompañados, allá pero también acá. Haitianos que se quedan en México mientras alguno de sus padres logró pasar a Estados Unidos. Hondureños que, al cumplir doce años, son enviados a la aventura para que no acaben reclutados o asesinados por las pandillas.

Hay miles de niños que viajan solos y no resulta fácil leer los abundantes estudios académicos al respecto. Yo, capitán es la mejor introducción a este tema del siglo XXI que es asunto de todos. En México hemos aprendido a desensibilizarnos al ver a niños trabajadores y a niños mendigos. Forman parte de nuestra normalidad. Pero ahora llegan los niños viajeros. Nadie tiene ganas de escuchar sermones morales, la película no lo es. Es un canto a la belleza y a la liberación.