Carlos Urdiales

Aguililla

SOBRE LA MARCHA

Carlos Urdiales
Carlos Urdiales
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Tierra caliente que expone el desafío para pueblo y Gobierno. Lo cotidiano es invisible para la retórica de abrazos, no balazos.

En entrevista, Gilberto Vergara, párroco de Aguililla, Michoacán, apuesta a que ahora sí, el Estado se ponga las pilas y los ayuden. Cree que se puede, pero advierte que lo que viene es más delicado. De reuniones y audiencias ya tuvieron suficiente. Ya no pueden esperar más. La gente quiere soluciones ya.

El municipio es uno de paz que ha vivido entre balas y fuego cruzado, comunidad cuya principal necesidad ahora es la movilidad, poder entrar y salir sin temor a ser levantados o desaparecidos, porque los cárteles que disputan el imperio territorial asuman que son enemigos.

El párroco Vergara es, de facto, un poder supraconstitucional que por ascendencia entre los lugareños logra articular comunicación entre delincuentes, militares que acampan en el cuartel local y enviados del Gobierno federal, de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, que encabeza Rosa Icela Rodríguez.

Para los habitantes de Aguililla enfermarse de noche y requerir atención intermedia es una condena a muerte. Los Cárteles Unidos y Jalisco Nueva Generación son las cabezas notorias de la disputa territorial, pero el padre Vergara afirma que, si nos asomamos más, toparemos con resabios de Caballeros Templarios y La Familia Michoacana, células que aún detentan control de rutas.

Expresiones criminales que desde hace años los acorralan. Caminos truncados y servicios interrumpidos. La semana pasada tiraron un transformador, nadie se atrevía a repararlo. Con diálogos urgentes consiguieron un salvoconducto para volver a alumbrar su oscura realidad.

El sacerdote Gilberto Vergara cuenta que ha visto la devastación de las comunidades El Limoncito, El Aguaje y más. Han sido víctimas que negocian con fe para que los cabecillas de los grupos enfrentados no malinterpreten su activismo. Miedo y supervivencia en permanente convivencia.

Ironiza, sin hacer política, que quienes deben responder si están dispuestos a dar abrazos, son aquellos que ahora reparten balazos; saber si ellos están dispuestos a acatar el mantra oficial. El Presidente López Obrador tiene razón cuando sentencia que la paz es un fruto de la justicia, y es justo lo que Aguililla exige, justicia. Pero una justicia operativa, tangible, de verdad.

No piden más. Sobre el exhorto del Ejecutivo a no responder a la violencia con violencia, opina que, por fidelidad a la palabra empeñada, el mandatario debería ir a Aguililla, abrazar a ellos y escuchar lo que padecen. Que sea el pueblo quien le informe. Para Gilberto Vergara a López Obrador poco debe importarle cómo se ve o lo que la prensa diga u opine.

La visita del nuncio apostólico, Franco Coppola, en abril, sirvió mucho porque a los católicos les permitió refrendar su fe y a la comunidad desahogarse. La presencia de un representante de otro Estado les dio visibilidad. Confía en la sensibilidad del Gobierno federal para ver activamente por quienes están subyugados debajo de las armas.

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.