La alcaldización de la Ciudad de México

SOBRE LA MARCHA

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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¿Qué tan profunda es la grieta política en la capital nacional por el sismo electoral del 6 de junio? El encontronazo de ayer en las inmediaciones del Congreso chilango de policías —parecidos a los granaderos que ¿desaparecieron?— en contra de alcaldes electos de oposición, avisa, alerta.

Los golpes y caos cuando nueve alcaldesas y alcaldes electos de la Unión de Alcaldías de la Ciudad de México quisieron entregar un escrito a los diputados locales, son lo de menos. El rostro lastimado de la alcaldesa electa de Álvaro Obregón, Lía Limón, revela algo más profundo y peligroso.

Luego de la debacle electoral en la cuna y corazón del poder transformador, se estableció desde Palacio Nacional agenda de acción inmediata a acatar en el Antiguo Palacio del Ayuntamiento.

Recuperar, alinear y uniformar desde cromática hasta programas sociales, sin dejar de lado tácticas de presencia pública, defensa ideológica y ataque retórico. La llegada de Martí Batres como operador político cambió el rostro de la administración encabezada por Claudia Sheinbaum. De innovación pública a provocación política.

Tras perder la fuerza heredada, con nueve de 16 alcaldías en manos de opositores y un Congreso local de mayoría adversaria, las hostilidades por activas y pasivas, comenzaron. Quitar peso a los contrapesos, de eso se trata.

Un mes se postergó el cambio de estafetas, los procesos de entrega-recepción se redujeron y no comienzan. El diálogo entre los nuevos nueve y la jefa de Gobierno se aleja. Todo arropado con discursos de “normalidad”. El presupuesto participativo vetado y de salida, la mayoría legislativa de Morena, busca crear la figura de súper delegado financiero para toda la ciudad.

Si ganaron ahora hay que hacerles pequeña la conquista. Miniaturizar alcaldías y centralizar el mando —replicar lo que a nivel federal sucede— arrebatar las llaves maestras con las que alcaldesas y alcaldes podrían crecer políticamente. Seguridad y servicios condicionados. Agua. Patrullas. Estrechar márgenes financieros para incumplir promesas de campaña.

Entre políticos se entiende y no espanta nada. Lo sustantivo es que hay millones de capitalinos en riesgo de ser víctimas colaterales de una acción central para que las ínsulas perdidas sufran y, por supervivencia, se plieguen, que no sueñen con ganar el carro completo en 2024.

La derrota de Morena en la Ciudad de México afectó un plan del Presidente para su sucesión. Persistente como es, lejos de concebir la circunstancia —no olvidar el colapso de la Línea 12 del Metro el 3 de mayo, un mes antes de las elecciones— como una derrota, en los hechos, refrendó su determinación de catapultar a Claudia Sheinbaum.

Transformar la arquitectura política, social y económica para ganar, en facultades administrativas. Ajustar el entramado presupuestal y entregar las riendas de la concertación o polarización —según se requiera— a un consigliere. Lo demás es y será secundario.