¿De qué nos morimos?

JUSTA MEDIANÍA

David E. León Romero
David E. León Romero
Por:

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) celebró su cumpleaños número 40 hace un par de semanas. Una institución extraordinaria muy bien dirigida por la economista Graciela Marqués Colín. El Inegi nació en 1983 con el objeto de desarrollar información estadística y geográfica sobre nuestro país que pudiera ser de utilidad para el diagnóstico y desarrollo de México.

Algunos autores describen a la estadística como una historia estacionaria. Es justo una de las grandes tareas que ha realizado el Inegi, contándonos y describiéndonos a través del tiempo gracias a sus más de 100 programas de información, entre los que destacan censos y encuestas. Su rigor y profesionalismo les ha permitido colaborar en miles de proyectos internacionales con más de 70 países. El Inegi produce y difunde información oportuna y veraz, útil para diferentes tareas y sectores.

La labor de las mujeres y hombres que lo integran le han permitido construir un nombre y ocupar un lugar basado en la confianza. En una de sus últimas entregas, el Inegi nos revela de qué morimos los mexicanos. De cada 10 muertes en nuestro país, 4 las causan enfermedades relacionadas con el corazón y la diabetes; entre enero y junio del 2022 perdieron la vida poco más de 105 mil personas por enfermedades del corazón y casi 60 mil por diabetes. El tercer lugar en este listado se lo han llevado los tumores malignos o el cáncer.

Otro dato relevante que nos otorgan estas estadísticas tiene que ver con las causas de muerte por género, donde más hombres mueren por accidentes o violencia, mientras que las mujeres mueren en mayor proporción por insuficiencia renal.

Estos padecimientos producen dolor y muerte. Afectan a millones de familias mexicanas que deben atender a sus pacientes en búsqueda de preservar su salud. Son también una presión importante para el sector público que debe destinar una gran cantidad de recursos para su atención.

Paradójicamente, un gran porcentaje de estos padecimientos y sus efectos podrían evitarse. Se vuelve prioritario arraigar medidas de prevención entre la población. La prevención tiene tres niveles: la primaria que nos permite impedir el desarrollo de una enfermedad; la secundaria que se ejecuta una vez que la enfermedad se presenta, detectándola con prontitud y oportunidad lo que minimiza sus efectos; y la terciaria, que atiende una enfermedad existente, dirigiendo sus acciones evitar mayores complicaciones.

Los programas y políticas públicas dirigidas a procurar la higiene, inculcar la actividad física como una tarea rutinaria, mejorar la dieta y alejar a los individuos de las sustancias nocivas como el alcohol, el tabaco y las drogas, deben recibir un tratamiento distinto que permita realmente su arraigo.

Son los pequeños hábitos que se ejecutan diariamente los que nos producen tales cifras. Será entonces la modificación de estos mismos lo que nos permitirá evitar enfermedades, muertes y un enorme gasto en atención de padecimientos que hoy como país nos aquejan. Deberá ser la prevención primaria y secundaria las que en mayor medida deberemos inculcar entre nuestras familias, para con ello contrarrestar las cifras que profesionalmente durante décadas nos ha otorgado el Inegi.