Derechos humanos e intervención militar

TEATRO DE SOMBRAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En el siglo pasado, la mayoría intelectuales mexicanos –no sólo de izquierda sino también de derecha– coincidían en su defensa del principio de no intervención en los asuntos de otros países. Dicho de otra manera, todos, o casi todos, adoptaban la doctrina medular de la política exterior mexicana.

En aquellos años aún estaba fresca la memoria de las agresiones militares que había padecido México. En cada caso, esas intervenciones habían tenido una justificación por parte de sus perpetradores. Por ejemplo, la invasión francesa en 1862 se vendió como una generosa acción de Napoleón III para salvar a México de su barbarie endémica, para evitar que cayera en el caos. En los diarios europeos se contaba que los mexicanos de todas las clases sociales salían a las calles para recibir a las tropas francesas, para aplaudirles, para arrojarles flores, para agradecerles por traer el orden que requería el país para alcanzar su felicidad. Esa farsa duró pocos años. Los soldados franceses se retiraron de México con el odio de los mexicanos que habían padecido su arrogancia, su violencia, su rapiña. Y no está de más recordar que México no cayó en el caos cuando las tropas francesas regresaron a Europa. México supo recomponerse sin necesidad de la tutela de una nación extranjera.

Observo que, entre no pocos de los intelectuales mexicanos, sobre todo los más jóvenes, ya no existe el rechazo a la intervención militar de una potencia extranjera en un país del tercer mundo. La salida de las tropas estadounidenses de Afganistán se ha descrito como una desgracia para la humanidad. Sin las metralletas, los tanques y los helicópteros yanquis en ese país asiático, se nos dice, no habrá garantía de que se respeten los derechos humanos. Para los jóvenes formados en el progresismo estadounidense, no importa que algunos derechos humanos se impongan por la fuerza –lo que inevitablemente significa que se violen otros derechos humanos–, lo único que importa es que los primeros se garanticen. El derecho de que las mujeres afganas salgan a la calle, sin llevar un velo, bien vale el despliegue militar de los Estados Unidos en las calles de Kabul.

El supuesto que nos vende el progresismo internacional es que los Estados Unidos es el protector universal de aquellos derechos. Lo que se pierde de vista es que el poderío militar de los Estados Unidos está fundado en un régimen que ha violado sistemáticamente los derechos humanos en el planeta entero. ¿Quién va a garantizar que se respeten los derechos humanos dentro de los Estados Unidos? ¿Qué potencia militar se atreverá a invadir el territorio de Guantánamo para liberar a los presos políticos que padecen todo tipo de torturas?

¿Defender los derechos humanos en todos los rincones del globo? Sí, por supuesto. ¿Aprobar la intervención militar foránea para que algunos de esos derechos se garanticen selectivamente? No, de ninguna manera.