Guillermo Hurtado

De la fábrica al teletrabajo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En una larga serie de escritos, el filósofo post-marxista italiano Antonio Negri ha documentado la transición de la fábrica, espacio de producción del capitalismo industrial, a la metrópolis, espacio de producción del capitalismo contemporáneo.

Si en el siglo XX todavía podíamos hablar del proletariado como el sujeto colectivo de la lucha por la emancipación económica (no olvidemos que el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 comenzaba con la célebre frase de “¡Proletarios de mundo uníos!”), en el capitalismo post-industrial, la categoría de proletariado ya resulta anacrónica. En el capitalismo actual, los espacios en los que los trabajadores asalariados desarrollan la actividad que genera la plusvalía que enriquece a sus patrones son otros. Quizá el entorno más conocido, hasta hace muy poco, era la oficina. Dentro de las oficinas, que pueden estar en enormes rascacielos en Nueva York o Tokio o en construcciones destartaladas en México o Rio de Janeiro, se produce la mayor parte de la riqueza que, eventualmente, es acumulada por unas cuantas manos a nivel global. Esto no significa que todavía haya países subdesarrollados, como México o la India, que fundan su economía en el trabajo industrial, es decir, en el trabajo manual dentro de instalaciones semi-automatizadas, pero no es ahí en donde la economía global encuentra su motor principal. La economía actual se funda en el aprovechamiento del saber más que del hacer. Si todavía cabe hablar del proletariado, lo que existe ahora podría describirse como “proletariado cognitivo”. Algunos países asiáticos como Corea o Singapur han entendido perfectamente esta tendencia de la economía global y, por lo mismo, han hecho esfuerzos gigantescos para dejar de ser economías industriales y convertirse en economías de innovación, desarrollo tecnológico y servicios digitalizados.

Si en el siglo XX todavía podíamos hablar del proletariado como el sujeto colectivo de la lucha por la emancipación económica (no olvidemos que el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 comenzaba con la célebre frase de “¡Proletarios de mundo uníos!”) en el capitalismo post-industrial, la categoría de proletariado ya resulta anacrónica. En el capitalismo actual, los espacios en los que los trabajadores asalariados desarrollan la actividad que genera la plusvalía que enriquece a sus patrones son otros

La pandemia de Covid-19 ha generado una serie de cambios que se pueden analizar siguiendo la línea de análisis marcada por Antonio Negri. Gracias a las nuevas tecnologías de comunicación, los trabajadores ya no tienen que estar reunidos dentro de una oficina, cada uno puede realizar su trabajo en casa. Ya no tienen que cumplir con una jornada de 8 horas de lunes a viernes, sino que pueden trabajar en cualquiera de las 24 horas del día, en cualquiera de los siete días de la semana. Para ponerlo de otra manera, el proletario cognitivo es explotado al máximo. Ya no tiene que salir de su casa, no tiene que perder tiempo en el transporte, vaya, ni siquiera tiene que ser estimulado con una cafetera al fondo del pasillo. De la misma manera, la metrópoli urbana deja de ser el espacio en el que se efectúan los movimientos sociales de resistencia. Por ejemplo, ya no son las marchas o los plantones los que movilizan con más efectividad las multitudes de nuestros días. Ahora los reclamos se llevan a cabo en el espacio virtual, en las redes sociales. Ahí la gente desfoga todos sus enojos, todas sus frustraciones. Es evidente que los movimientos sociales en las redes sociales no tienen los mismos efectos que los movimientos sociales en las calles. Esto no significa, de ninguna manera, que sean del todo inútiles. El mundo puede cambiar por lo que se diga y haga en el internet, pero los mecanismos y los resultados de la movilización social son muy diferentes. Estamos ante una realidad muy nueva y las ciencias sociales todavía haciendo esfuerzos para entender a profundidad los cambios vertiginosos que estamos presenciando.  

Ahora los reclamos se llevan a cabo en el espacio virtual, en las redes sociales. Ahí la gente desfoga todos sus enojos, todas sus frustraciones. Es evidente que los movimientos sociales en las redes sociales no tienen los mismos efectos que los movimientos sociales en las calles. Esto no significa, de ninguna manera, que sean del todo inútiles. El mundo puede cambiar por lo que se diga y haga en el internet, pero los mecanismos y los resultados de la movilización social son muy diferentes

Hay que subrayar que Antonio Negri no es pesimista. Piensa que las condiciones estructurales del nuevo capitalismo generan, por efecto de una peculiar contradicción interna, las condiciones mismas de su resistencia. Lo cito: “El capitalismo necesita de la subjetividad, depende de ella, por lo tanto, está encadenado a lo que, paradójicamente, lo pone en peligro: porque la resistencia, la afirmación de una libertad intransitiva de los hombres es precisamente hacer valer la potencia de la invención subjetiva, su multiplicidad singular, su capacidad de producir el común a partir de las diferencias. (…) Con el común, las posibilidades de conflicto, de resistencia y de reapropiación se han incrementado infinitamente. Formidable paradoja de una época que finalmente logró desembarazarse de los ornamentos de la modernidad.” (Antonio Negri, De la fábrica a la metrópolis, Buenos Aires, Editorial Cactus, 2020, p. 157).