Guillermo Hurtado

Filósofos de paseo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El filósofo español Ramón del Castillo ha publicado en la editorial Turner un libro fascinante que lleva por título Filósofos de paseo. El autor se ocupa de algunas preguntas que podrían parecer secundarias en la historia del pensamiento pero que, como él nos muestra, no lo son en lo absoluto: “¿Por qué echan a andar los filósofos? ¿Qué descubren ahí afuera que no podrían haber descubierto en un interior? ¿Qué relación tiene su forma de moverse con su forma de pensar?”

Desde los comienzos de la filosofía —pensemos, por ejemplo, en la Escuela peripatética— se ha conectado este tipo de reflexión con la caminata. Se supone que cuando los filósofos salen a pasear piensan mejor, se les ocurren ideas de mayor calibre, se concentran con más facilidad. Hay filósofos que han construido alrededor de esta costumbre toda una mitología. Por ejemplo, Heidegger recorría los senderos que llevaban a su cabaña en la Selva Negra casi de manera religiosa, como si en esas caminatas entrara en contacto con el Ser —con mayúscula— y no sólo con los entes —con minúscula—. En muchas de las caminatas filosóficas que examina Del Castillo sale a relucir el tema de la relación de los pensadores con la naturaleza, ya sea en bosques o en parques urbanos o incluso en jardines domésticos. Podría decirse que este subtema comunica a este libro con otro anterior del mismo autor: El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo (Madrid, Turner, 2019). Recomendaría al lector que, de preferencia, lea los dos libros como una unidad.

Filósofos de paseo es un libro hondo, ameno y erudito, una combinación cada vez más rara en la filosofía de nuestro tiempo. También es un libro sumamente crítico, iconoclasta, diríase. Del Castillo no tiene miedo de cuestionar, de reírse incluso, de algunos de los filósofos más admirados del siglo XX, como Heidegger y Wittgenstein. Sus objeciones no son resultado de algún prejuicio o resentimiento —Del Castillo ha estudiado muy en serio a ambos autores— sino de una saludable actitud desmitificadora. El autor nos sorprende con frases como ésta: “Wittgenstein es el reverso ridículo de Heidegger, tiene esa ventaja. Nunca es siniestro, sino patético”. De esa misma manera desenfadada aborda a otros filósofos célebres que han salido de paseo, como Kant, Hegel, Nietzsche, Sartre y Adorno. El libro está repleto de anécdotas curiosas, pero lo más interesante es el examen que hace el autor de las elucubraciones de los filósofos sobre la actividad de pasear y sobre los parajes que visitaron. Para algunos de ellos, como Heidegger, descubrir senderos en medio del bosque era una manera de encontrar respuestas a las preguntas más altas de la metafísica: ¿cuál es el sentido de la existencia?, ¿qué soy yo?, ¿hay un Dios? A otros, en cambio, la naturaleza no los conmueve, les resulta prosaica, un mero escenario para sus pensamientos. Cuando Hegel observa la parte baja de un impactante glaciar lo único que se le ocurre comentar es que está manchado de lodo. Una mancha de otro tipo era apuntada por Adorno, para quien ya no había ningún paisaje, por lejano que fuera, que no estuviera cubierto por el pardo velo de lo humano; la naturaleza, nos dice, se ha vuelto una coartada. Y para Sartre, por lo menos para su personaje de Roquentin en La Náusea, la naturaleza le provoca un rechazo metafísico, peor aún, visceral. Los últimos dos capítulos del libro se dedican a dos escritores con un talante filosófico: John Fowles y Robert Walser. Esta inclusión es muy típica de Del Castillo, que siempre ha sabido vincular la filosofía con otras manifestaciones culturales como la literatura o la música.

Podría decirse que Del Castillo se aprovecha de la excusa de las caminatas de los filósofos para hacer una crítica oblicua de la filosofía misma o, mejor dicho, de la necesidad o la necedad —la cercanía entre estas dos palabras da mucho para pensar— de algunos seres humanos de practicar aquella rareza que llamamos filosofar. Ramón del Castillo sabe de lo que habla porque además de ser un destacado filósofo es un entusiasta caminante. Si usted se da una vuelta por el Parque del Retiro, seguramente se lo encontrará por ahí, absorto en sus pensamientos.