Guillermo Hurtado

Maravilla del mundo

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado
Guillermo Hurtado
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La editorial Cultura publicó en 1940 un pequeño libro con el título Maravilla del mundo. La obra, editada por el poeta Pedro Salinas, recoge y comenta varios fragmentos de la Introducción al símbolo de la fe de Fray Luis de Granada.

Fray Luis de Granada nació en 1504. Hijo de una familia humildísima, fue protegido por Íñigo López de Mendoza, quien lo llevó a vivir a la Alhambra. El muchacho ingresó a la Orden de los predicadores en 1525. Pronto alcanzó fama como uno de los más grandes oradores y pensadores de su tiempo. Amigo de San Juan de Ávila, Fray Luis se empapó del humanismo erasmista y, en especial, de la idea de que cualquiera puede recorrer el camino de la santidad, doctrina que expuso en su Memorial de la vida cristiana. Perseguido por la inquisición española, se refugió en Portugal, cobijado por la familia real lusa. Murió en Lisboa en 1588.

Maravilla del mundo es un libro maravilloso. El ojo poético de Salinas seleccionó los párrafos de la Introducción al símbolo de la fe (1583) más admirables por la riqueza de su prosa literaria y por la hondura de su contenido espiritual. Dice Salinas que Fray Luis está pasmado con la creación entera: pasmado con los cielos, los mares, los bosques y con todos los animales, desde los más grandes a los más pequeños.

Admiremos cómo describe Fray Luis al mundo entero, como si se lo explicara a alguien que jamás lo hubiera visto. Dice así el fraile dominico: “primeramente miremos toda la tierra, sólida, y redonda, y recogida con su natural movimiento dentro de sí misma, colocada en medio del mundo, vestida de flores, de yerbas, de árboles y de mieses, donde vemos una increíble muchedumbre de cosas tan diferente entre sí, que con su grande variedad nos son causa de un insaciable gusto y deleite”.

Hay en la prosa de Fray Luis de Granada un eco de la poesía mística de San Juan de la Cruz. La pureza transparente de su lenguaje alcanza alturas extraordinarias, a pesar de su simplicidad y de su realismo sin adornos. La proeza de Fray Luis consiste en describir el mundo como si lo viéramos por vez primera, como si todo estuviese recién creado: las montañas, las cascadas, los pinos, las aves. En nuestros tiempos, en los que todo lo que existe lo tomamos como cosa común y corriente, sin valor intrínseco, sin dignidad alguna, sin motivo de asombro, Fray Luis nos recuerda que todas las cosas son criaturas divinas, únicas, maravillosas.

Fray Luis se regodea en su descripción de los animalitos más diminutos, en los que encuentra cualidades asombrosas. Por ejemplo, dice así de las abejas: “¿Quién enseñó a este animal hacer esta alquimia, que es convertir una substancia en otra tan diferente? Júntense cuantos conserveros hay, con toda su arte y herramienta y con todos sus conocimientos, y conviértanme las flores en miel. No sólo ha llegado aquí el ingenio humano, mas ni aún ha podido alcanzar como se haga esta tan extraña mudanza. Y quieren los hombres locos escudriñar los misterios del cielo, no llegando todo el caudal de su ingenio a entender lo que cada día ven a la puerta de su casa”.

Seguramente Fray Luis quedaría muy sorprendido de todo lo que ha avanzado la ciencia, que hasta nos permite explicar cómo se transforma la materia en energía. Sin embargo, aquello que dice de que no acabamos de entender lo que cada día vemos a la puerta de nuestra casa sigue siendo muy cierto.

Nuestro desapego del mundo es resultado, diría Fray Luis, de su profanación. El mundo ha dejado de parecernos maravilloso porque hemos dejado de ver la huella de Dios en todas las cosas. Fray Luis nos enseña que hemos de entender que: “…la principal cosa que pide Dios al hombre, es amor, y que para este amor mueve mucho más la hermosura (…). Porque así como la voluntad se mueve con la representación del bien, así el amor con la hermosura”. En resumen, Dios hizo al mundo tan maravilloso, tan repleto de pequeños milagros, tan encantador, para que nosotros, los seres humanos, podamos encaramarnos sobre su hermosura para mejor amarle.