Guillermo Hurtado

Teatro de sombras

TEATRO DE SOMBRAS

Guillermo Hurtado *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Guillermo Hurtado 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace unos días, Greta Thunberg dio un discurso que merece ser examinado desde la filosofía política contemporánea.

En la cumbre juvenil sobre el clima, organizada por las Naciones Unidas, Thunberg dijo que los líderes políticos se la pasan perorando acerca de las medidas para enfrentar la crisis ecológica, pero que todo ha quedado en bla, bla, bla. Thunberg repitió varias veces la frase “bla, bla, bla” —a esa figura retórica se conoce como anáfora— para expresar su insatisfacción con los resultados obtenidos en la lucha contra el desastre ecológico.

Dijo así la joven activista: “Nuestras esperanzas y sueños se ahogan en sus palabras y promesas vacías. Claro que necesitamos el diálogo constructivo, pero ellos ya llevan 30 años de bla, bla, bla y ¿adónde nos han llevado?”. Y luego remató: “No podemos seguir dejando que las personas en el poder decidan qué es políticamente posible o no. No podemos seguir dejando que las personas en el poder decidan lo que es la esperanza. La esperanza no es pasiva. La esperanza no es bla, bla, bla. La esperanza es decir la verdad. La esperanza es actuar. Y la esperanza siempre viene de la gente”.

La profunda insatisfacción de Thunberg es compartida por un número cada vez mayor de personas en el mundo, particularmente, por los más jóvenes. Estamos ante una crisis de la política institucional como quizá nunca antes se había visto en la historia. La gente ya no quiere que, como decimos en México, les sigan dando “atole con el dedo”. Quieren resultados y los quieren ya, no mañana, sino hoy, ahora mismo.

Los activistas, como Thunberg, podrían decir que las sociedades occidentales les han concedido libertad de expresión, de decir lo que sea, en el foro que sea, pero que lo que no se les ha concedido, lo que se les sigue escamoteando, es la libertad para transformar el mundo o, como suponen ellos, para salvarlo de su destrucción. Ese poder para cambiar las cosas lo tienen muy pocos y, además, no quieren ejercerlo

La impaciencia de los grupos ecologistas también puede observarse en los grupos feministas que exigen cambios inmediatos en la sociedad. Las feministas de la última ola tampoco quieren esperar ni un minuto más para acabar con las injusticias de la sociedad patriarcal. Por eso mismo, no dudan en utilizar el recurso de la violencia política para acelerar los cambios exigidos. Se han dado cuenta de que es más efectivo destruir un monumento que participar en una mesa de diálogo. Están convencidas de que para salir de la trampa del bla, bla, bla hay que recurrir a la acción directa.

El rechazo del bla, bla, bla puede verse como un rechazo a una manera de entender la política como un diálogo permanente en el que se buscan acuerdos colectivos. Esta concepción de la política fue cultivada en la segunda mitad del siglo XX por filósofos como Jürgen Habermas. Una parte muy importante de la motivación de estos autores era encontrar un medio para la reconstrucción democrática después del desastre de la Segunda Guerra Mundial. Esa filosofía ha dejado de resultar atractiva en el siglo XXI. A la indignación por la falta de resultados, se ha sumado un extraordinario sentido de urgencia: se nos acaba el tiempo.

La activista Greta Thunberg ofrece un discurso en Milán, Italia.
La activista Greta Thunberg ofrece un discurso en Milán, Italia.Foto: AP

Los activistas, como Thunberg, podrían decir que las sociedades occidentales les han concedido libertad de expresión, de decir lo que sea, en el foro que sea, pero que lo que no se les ha concedido, lo que se les sigue escamoteando, es la libertad para transformar el mundo o, como suponen ellos, para salvarlo de su destrucción. Ese poder para cambiar las cosas lo tienen muy pocos y, además, no quieren ejercerlo.

La profunda insatisfacción de Thunberg es compartida por un número cada vez mayor de personas en el mundo, particularmente, por los más jóvenes. Estamos ante una crisis de la política institucional como quizá nunca antes se había visto en la historia. La gente ya no quiere que, como decimos en México, les sigan dando “atole con el dedo”. Quieren resultados y los quieren ya, no mañana, sino hoy, ahora mismo

Me parece que no estamos ante una desconfianza en la razón dialógica, en el poder de la razón práctica para cambiar el mundo, sino ante una desconfianza en los discursos, los diálogos y los acuerdos de los políticos. El diálogo resolutivo está acaparado por un grupo muy reducido que no está dispuesto a cambiar las cosas, a renunciar a sus privilegios, a ceder sus canonjías. Por eso el diálogo no llega a nada, porque precisamente de eso se trata: de que no llegue a nada.

La crítica al bla, bla, bla es un llamado a que se le devuelva el valor a la palabra. Por ello afirma Thunberg que “la esperanza es decir la verdad”. Para que la palabra siembre esperanza tiene que estar fundada en la verdad, no en la mentira, no en la simulación, no en la distracción. La palabra más verdadera es la que se convierte en compromiso con el cambio. El futuro de la democracia —de la civilización occidental entera, diríase— pasa por una recuperación del valor moral y político de la verdad.