Horacio Vives Segl

Día Mundial del SIDA

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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El 1º de diciembre se conmemora el Día Mundial del SIDA.

La fecha es importante porque da cuenta de los rezagos que existen a nivel internacional para atender, tanto en lo clínico como en lo cultural, a los segmentos de la población global infectados por el VIH y afectados por el padecimiento del SIDA, así como para recordar la lucha de distintas generaciones de activistas que, con justa razón, mantienen la memoria de las personas que fallecieron —ante la indolencia de diversos gobiernos a lo largo del tiempo— y exigen que se atienda a la población afectada en la actualidad.

Ciertamente, ha habido avances desde entonces, particularmente en la concientización de la prevención, así como en el desarrollo de tratamientos que hoy ya no sólo reducen la agresividad del virus y alargan la vida de sus portadores, sino que, incluso, se utilizan de manera preventiva con alta eficacia. Sin embargo, ante la ausencia —todavía— tanto de una cura para el SIDA como de una vacuna contra el VIH, así como la indolencia criminal que mantienen aún muchos gobiernos, especialmente en el continente africano y en el orbe musulmán, las demandas siguen siendo las mismas que hace cuatro décadas.

En la década de los ochenta, el mundo vio con azoro —y con mucho prejuicio— cómo una “nueva” enfermedad deterioraba de manera visible, y a una velocidad vertiginosa, a quienes la padecían, principalmente hombres homosexuales, llevándolos inexorablemente a un desenlace fatídico. La ciencia médica no ofrecía casi ninguna respuesta, salvo que no existían posibilidades de cura. Los primeros casos de celebridades fallecidas, como el actor Rock Hudson o la estrella líder del grupo Queen, Freddie Mercury, pusieron en el ojo de la atención pública la gravedad del tema.

Como se sabe, el VIH/SIDA puede afectar a personas de cualquier grupo poblacional, independientemente de su edad, género, orientación y prácticas sexuales. Sin embargo, dados los orígenes del padecimiento, y que todavía los hombres homosexuales siguen siendo proporcionalmente los más afectados, el estigma en torno al virus y la enfermedad lamentablemente permanece. En nuestro país, las encuestas sobre discriminación reflejan una alarmantemente alta proporción de personas que no rentarían una vivienda o contratarían para un trabajo a alguna persona con VIH. Peor si se pregunta cuál sería su actitud si algún hijo suyo quisiera casarse con un portador del virus. Dolorosas actitudes de profunda discriminación, algunas veces por ignorancia, otras por indolencia y, muchas, por una muy triste ausencia total de empatía.

Más allá de la obviedad de que se trata de padecimientos distintos en muchos aspectos, si se compara la epidemia del SIDA con la de COVID, llama poderosamente la atención el rezago, o el desinterés, en encontrar una vacuna o una cura. De nueva cuenta, la larga sombra de la sospecha se extiende sobre el prejuicio y la discriminación: total, si la enfermedad afecta principalmente a población minoritaria de la diversidad sexual, ¿qué prisa hay en encontrarle una solución?

De ahí las lógicas protestas que se presentaron el pasado viernes en las oficinas de Censida por parte de organizaciones de la sociedad civil y activistas defensoras de personas con VIH/SIDA. Dentro de las múltiples fallas del Gobierno en materia de salud pública y provisión de medicamentos, es particularmente grave, por la carga discriminatoria que conlleva, la incapacidad y falta de respuesta tanto en la prevención como en la atención a las personas portadoras de VIH y enfermas de SIDA en nuestro país.