Horacio Vives Segl

Elecciones en Francia

ENTRE COLEGAS

Horacio Vives Segl*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Horacio Vives Segl
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Por la ascendencia que tiene Francia en el orden internacional, lo que ocurre políticamente en ese país tiene efectos expansivos más allá de sus fronteras. Como se sabe, se enfrentaron en el ballotage por la Presidencia —por segunda vez, como hace 5 años— la ultraderechista Marine Le Pen y el actual presidente, Emmanuel Macron, quien consiguió la reelección, al vencer a su contrincante por una cómoda diferencia de 17 puntos porcentuales y 5.5 millones de votos.

Si bien es cierto que la ultranacionalista avanzó respecto a lo obtenido en 2017 (2.65 millones de votos más) y Macron retrocedió (1.5 millones de votos menos), considero que el resultado sigue siendo rotundo y difiero de las interpretaciones que sostienen que Le Pen “ganó perdiendo”.

Es indiscutible que Macron ha sido un líder a la altura de los desafíos que Francia y Europa requirieron en el último lustro. No se trata de un país cualquiera: es la séptima economía mundial y segunda de la Unión Europea, sólo superada por Alemania —y, con ésta, uno de sus dos ejes esenciales—; potencia nuclear —y, por tanto, miembro permanente (con derecho a veto) del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas—, integrante de la OTAN y del G-7 y, por supuesto, un importantísimo referente de la cultura occidental y de los ideales republicanos y liberales.

Distintas crisis, y, sobre todo, la pandemia, comprensiblemente generaron sentimientos de rabia en amplios sectores de la población, lo que alimentó el voto extremista; y es cierto, también, que Le Pen hizo algunos esfuerzos por parecer más moderada —aunque, aun así, defendió en campaña acercarse a Putin e ir avanzando en una especie de “Frexit”, además de sus tradicionales reclamos nacionalistas e islamofóbicos—. No fue gratuito que tres importantes líderes europeos —el español Pedro Sánchez, el teutón Olaf Scholz y el lusitano António Costa— se apartaran, por excepción, de la tradicional distancia que ponen respecto a los comicios en otras naciones de la Unión y directamente pidieran el voto por Macron.

Es un hecho que tanto los socialistas (centro-izquierda) como los republicanos (gaullistas, centro-derecha), es decir, los partidos tradicionales franceses, se encuentran desfondados, y eso ha sido terreno propicio para que los extremos populistas de ambos lados del espectro político (Le Pen y Éric Zemmour en el derecho, y Jean-Luc Mélenchon, con su partido “La Francia Insumisa”, en el izquierdo) vayan ganando terreno.

Pero lo cierto es que, más allá de que Macron no levante pasiones como los recién nombrados líderes populistas (y aceptando que, en todo caso, las que levanta suelen ser negativas), su victoria sobre ellos representa el triunfo de las políticas públicas, del liderazgo internacional y de la responsabilidad política que premia la eficacia democrática, liberal y centrista —en lo cual podemos, por cierto, ver un símil con las elecciones alemanas del año pasado—. Haber detenido con éxito el avance de los extremismos no es un logro al que se pueda regatear mérito: las razones se impusieron a las pasiones. Ante el fin de la “era Merkel”, Macron ha sabido apropiarse de un renovado liderazgo europeo.

Ahora la mira está puesta en las elecciones legislativas, también a dos vueltas, a celebrarse en junio, para ver cuál será el apoyo parlamentario con el que contará Macron en su segundo periodo como inquilino del Elíseo.