Julia Santibáñez

Creo en el milímetro intuitivo

LA UTORA

Julia Santibáñez *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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“Me asombra la necesidad del ser humano de creer”, afirma. 

En sus fotos vibra un ruido grave y despeinado. Huele a velas. A sangre. A polvo en las pestañas. Cada imagen retrata la terrible y fascinante dignidad en movimiento. Aquí, viejas de negro gritan “Jesucristo vive” ante una efigie del mesías, ocho enanos posan de toreros, el chamán está a punto de hacer una incisión en la garganta de una persona para liberarla, muchachos sonrientes se apeñuscan tras la ventana de un autobús, una mujer negra desmesura los ojos durante el ritual en un río haitiano. Todas las instantáneas desbordan tensión e interrogan ese momento decisivo, donde el tiempo se detiene. En conjunto resumen el amplísimo abanico de contrastes que abarca un día en cualquier esquina del mundo.

“Me asombra la necesidad del ser humano de creer”, afirma.

Algunas imágenes se cuajan humor, como ésta: al fondo, cuatro encapuchados religiosos cruzan los brazos porque tienen mínimos orificios para ver. En primer plano, una mujer sin capucha y en ropas color negro obligatorio mira su reloj. Mucho rezo, mucho rezo, pero es hora del almuerzo, piensa. En estas fotos percibo autenticidad. No hay preciosismo ni puesta en escena, sino una comprensión a partir de la mirada.

“Me asombra la necesidad del ser humano de creer”, afirma.

Quise escribir sobre Cristina García Rodero por cuánto me emociona su trabajo, en especial el blanco y negro: suprimir el color evade de la realidad, obliga a concentrarme en esa rebanada de universo. Dice que se necesita tener vocación de caballo para hacer lo que hizo a partir de los setenta, o sea, recorrer por años la España oculta (título de su primer libro) enfocándose en ritos, fiestas. La fe en acción. Luego abrió el espectro a otros países. Así ha podido acercarse a la frontera entre la tragedia y lo sublime, la promesa y el absurdo, la risa y la muerte. Este octubre cumple 73 años; hace 17 es parte de la agencia Magnum, magnumphotos.com, que de inmediato remite a sus fundadores: Henri Cartier-Bresson, Robert Capa.

“Me asombra la necesidad del ser humano de creer”, afirma (¿ya la cité?). Entre el jolgorio y la espiritualidad asoma en sus fotos ese gen distintivo de quien desea saberse perecedero, del que festeja la vida mientras teme morir, es decir, tú y yo. Cada uno elige en qué pone su fe.

Recuerdo aquella precisión de Susan Sontag: al disparar el obturador se capta un instante por sobre otros, porque encuadrar algo excluye infinidad de tomas. Aprendo del ojo de García Rodero, que condensa belleza y fuerza innegociables. Me recuerda un punto de mi propio credo: en el arte, sea fotografía o poesía, lo que de veras de veras importa es el rigor perspicaz que casi nadie nota. “Las ideas generales no significan nada. El milímetro marca la diferencia”, dijo Cartier-Bresson. Creo en ese milímetro intuitivo.