Julia Santibáñez

Cuando la familia es como un ácido

LA UTORA

Julia Santibáñez*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Julia Santibáñez
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Durante siglos el hogar fue el único espacio donde las mujeres pudimos crecer, relacionarnos. Ahí se educaba, disciplinaba y protegía (léase, controlaba) a los menores de edad de la familia, es decir, infancias + sexo femenino. Se establecieron dinámicas de abusos recibidos y cometidos, porque toda víctima suele volverse victimaria. Aunque muchas nos movemos hoy en el ámbito profesional, seguimos experimentando en casa las violencias más cruentas. Ahí también las perpetramos, como hacíamos siglos atrás, con los más débiles: los hijos.

”Las mujeres en la Amazonía, escribe, se suicidan tomando detergente, bebiendo barbasco, se ahorcan. Por la violencia del padre, de los maridos...”, leo en Qué hacer con estos pedazos, la más reciente novela de la colombiana Piedad Bonnett (Alfaguara, 2023). Emilia, una periodista madura, hace una crónica de su estancia en una comunidad de la selva. Explora la mejor forma de narrar la historia urgente de Omaira, a quien el marido amputó dos dedos “por burlarse de él delante de sus amigos”, y la de Uma, violada por su padrastro a lo largo de seis años. Son casos extremos, que sacuden. Poco a poco caigo en cuenta de que la vida diaria de Emilia está sembrada de agresiones, poco escandalosas aunque no menos corrosivas.

El disparador de la novela es que el marido de la protagonista decide cambiar la cocina por una “nueva, higiénica, llena de módulos adaptables, como la de su hermano”. El hombre parece creer, según quiere la publicidad, que al desechar un mueble viejo acaso se lleve consigo la rutina irritante, la “dependencia agresiva” que une a la pareja.

Por otro lado, las relaciones de Emilia tanto con el padre desvencijado y la hermana generosa pero manipuladora, como con la hija que es casi perfecta son una lotería que mezcla amores, el desgaste de años, una negociación que no da tregua. Es que entre los más cercanos siempre alguien sabe escoger mejor “sus látigos”. Para compensar, la periodista tiene el respiro de los ratos que pasa con su amiga Quela, con quien se siente “pertinente, ingeniosa”, más la lealtad mutua con Mima, la empleada doméstica.

A partir de brochazos y tonalidades en contraste, la autora va revelando cómo en casa podemos convertirnos en alguien mejor y también peor que nosotros mismos. Ese lugar en el que sucedemos sin disfraces nos depara con frecuencia una crueldad tijeral. Un cinismo notable. No es gratuito: el hecho de sentir nuestros a quienes amamos involucra una cuota desmesurada de corazón y buscamos protegernos, porque abrazamos la certeza de que “los lazos familiares son también grilletes”.

Éste es un libro vital, diáfano, que lleva a pensar si podemos construir otra manera de crear familia, si es factible una que esquive la majadería, el control, el poder abusivo, el ácido quemante.

Oigan, qué pedazo de novelista es Piedad Bonnett.