La espada de Alejandro

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Nos gustan muchas cosas de Alejandro Magno, desde sus títulos: rey de Macedonia, faraón de Egipto, Shah de Media y Persia y hegemón de Grecia. Todo ello sin haber cumplido 33 años. Nos gusta su educación con Aristóteles. Nos gusta cómo, al descubrir que el indomable caballo Bucéfalo le temía a su propia sombra, lo montó dirigiéndose hacia el sol.

Nos gusta que nunca se enojara con Diógenes, a pesar de las provocaciones de éste… Pero sobre todo nos gusta la leyenda del nudo gordiano, que lo retrata de cuerpo entero.

El nudo ataba la carreta y el yugo de Gordias, rey de los frigios, a una columna. Los cabos del nudo estaban escondidos y nadie podía desatarlo. ¡Un nudo sin puntas! El oráculo dijo: “Quien desate el nudo conquistará el Oriente”, y pasaron cuatrocientos años… Habiendo cruzado el Helesponto (otro momento de su vida que nos gusta), en plena anábasis de conquista total, Alejandro llegó a Frigia y, por supuesto, fue enfrentado al imposible nudo. El gran personaje frente al gran problema: la escena es atractiva, tensa, muda. ¿Cómo comenzar a deshacer un nudo así? Que es lo mismo que preguntar: ¿Cómo sortear un problema indisoluble? Las vidas, tal vez, se definan por momentos semejantes.

A veces, tirando de un solo hilo, se resuelve la madeja toda, pero en este caso no había por dónde empezar: ni principio ni final, sólo una masa imponente de nudo. Y entonces, en un instante, la solución (la gestualidad definitiva): Alejandro desenvaina su espada y de un limpio tajo corta el nudo. Simple, ¿no es cierto?, como el huevo de Colón… Las soluciones, retrospectivamente, parecen groseramente simples, pero a pocos les es dado ejecutarlas. Alejandro Magno, habiendo zanjado la cuestión, dijo famosamente: “Tanto monta cortarlo que desatarlo”, frase emblemática que acompaña a la heráldica de diversos reyes. Se entiende, en primera instancia, que el Oriente no podía ser conquistado con sutilezas, sino con la espada. Pero esa espada es, más bien, el símbolo de una creatividad tangencial, de un pensamiento lateral y ágil para vencer obstáculos a como de lugar, aunque parezcan terriblemente adversos.

No se malinterprete: la espada de Alejandro no implica velocidad ni barbarismo, sino destreza resolutiva. Einstein dijo famosamente: “No es que yo sea muy inteligente, sino que permanezco más tiempo con un problema”. Un nudo sin puntas es de una gran elocuencia y ni merece que las manos lo toquen, pero para llegar a esa conclusión es necesario haberlo pensado con claridad: haberlo atravesado con la mente. Coronando el par de brazos que sostienen la espada cuya punta afilada corta el nudo, en la otra punta, está la cabeza de Alejandro, que da la orden, que ya vio el corte antes del tajo. El nudo está en la mente. El centro que busca el tirador con arco y flecha, según las enseñanzas del budismo zen, es él mismo. La espada de Alejandro es la extensión de su voluntad y sus recursos.