Una hinchazón de hipopótamos

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Todos hemos oído hablar del zoológico del narcotraficante Pablo Escobar, imagen arquetípica de quien no sabe qué hacer con su sangrienta fortuna y opta por poseer su propia fauna, jefe de humanos, jefe de leones y pequeño dios de un edén financiado por la adicción. En 1989, el pequeño dios lo tenía todo, era el séptimo hombre más rico del mundo, se rodeaba de lujos, jets, un ejército personal y, sí, un zoológico privado en Antioquia al que sólo le faltaba un espécimen: un hipopótamo hembra.

“¡Que me traigan de inmediato una hembra desde Miami!”, ordenó. Y le llevaron tres.

Cuando Escobar murió asesinado en 1993, sus propiedades y animales fueron vendidos, excepto un hipopótamo macho y las tres hembras de Miami, que fueron simplemente liberados y que se reprodujeron profusamente: se calcula que entre 130 y 160 descendientes de aquellos hipopótamos originales hoy deambulan por la lodosa cuenca del río Magdalena, arrasando con el frágil ecosistema de aquella región de Colombia. Visualicemos, por favor, no una plaga de ardillas sino de narcohipopótamos, masiva especie invasiva que surgiera de un capricho humano.

Estos hippopotamus amphibius pesan tres toneladas en promedio y son herbívoros hambrientos que consumen 40 kilos de pasto y plantas diariamente, destruyendo la selva a su alrededor y desalojando a especies nativas en peligro de extinción, como el manatí de las Indias Occidentales, la nutria neotropical y el caimán de anteojos. Son, además, sumamente agresivos y territoriales, y se calcula que matan más humanos que los leones, las hienas y los cocodrilos juntos. Los narcohipopótamos son la especie salvaje más grande del mundo afuera del África subsahariana, y un estudio predice que para 2034 habrá cerca de 1, 200 y estarán fuera de control.

En inglés, los sustantivos colectivos de animales son fascinantes, como una “obstinación” de búfalos o una “travesura” de ratas. A los hipopótamos les ha tocado ser una “hinchazón”, y no podría ser más pertinente. Pues bien, ¿qué hacer con esta problemática y amenazante hinchazón de hipopótamos? Se ha propuesto sacrificarlos, ante el escándalo de sus defensores, o esterilizarlos, pero esta opción ha fracasado, en parte, debido a que los genitales de los hipopótamos son internos y es extremadamente difícil y peligroso andarles hurgando por ahí. Recientemente se anunció que 70 narcohipopótamos serán exportados a México y la India, pero esta decisión en realidad no resuelve nada: se seguirán multiplicando.

Acaso la respuesta esté en el “invasivorismo”, un movimiento que permite comer especies invasoras para ayudar a erradicar su número. En Cataluña, por ejemplo, 250,000 jabalíes salvajes ya pueden legalmente ser consumidos como chorizo. Catalogados desde el año pasado como especie invasora, los narcohipopótamos están en la mira de uno que otro chef, quienes ya están proponiendo recetas de asado y barbacoa, pero la ingesta de hipopótamos tendría que ser masiva y feroz para reducirlos a cero en una década. No hay solución a la vista.

No se nos escapa la terrible ironía de que esta plaga, esta invasión, esta hinchazón de hipopótamos fue originada por la más invasiva de todas las especies: la especie humana.