La tragedia del Solomon Browne

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Hace exactamente cuarenta años y un día, en la tormentosa tarde del 19 de diciembre de 1981, el barco salvavidas Solomon Browne recibió un llamado de alerta por la situación de otro barco, el Union Star, que corría el peligro de verse arrastrado hacia las temibles costas de Cornwall, al sur de Inglaterra.

Era el primer viaje del Union Star, que iba de Holanda a Irlanda con una carga de fertilizantes, pero había sido desviado por la tormenta, sus motores amenazaban con detenerse y las grandes rocas inglesas estaban a tan sólo dos millas de distancia.

Un helicóptero fue enviado a rescatar a los pasajeros y tripulación del Union Star (ocho en total, incluyendo a la esposa y dos hijastras del capitán), pero no podía acercarse lo suficiente al pequeño carguero debido al bamboleante mástil de éste, y su cable de rescate no era lo suficientemente largo como para intentar un salvamento a distancia, así que el helicóptero se rindió. A dos horas del primer llamado de alerta, el Solomon Browne entró en acción.

Conformada por puros voluntarios, la tripulación del salvavidas constaba de siete hombres y el timonel, William Trevelyan Richards, quien no permitió que un hijo de diecisiete años acompañara a su padre, argumentando que dos miembros de una familia no podían participar de la misma misión peligrosa. El Solomon Browne batalló contra las olas de veinte metros y los vientos de noventa nudos de la tormenta y finalmente se aparejó con el Union Star mientras el helicóptero atestiguaba el rescate desde la altura.

Las maniobras eran de altísimo riesgo: pasar almas de una embarcación a otra en medio de la huracanada tempestad. Finalmente, después de media hora de intentos fallidos, en el radio del guardacostas en tierra firme se escuchó el siguiente mensaje: “Tenemos a cuatro”. El helicóptero se alejó, creyendo que la misión había terminado, pero el Solomon Browne volvió por los restantes cuatro tripulantes y no se volvió a saber de él…

Se inició una búsqueda desesperada, pero sólo hasta el día siguiente se pudo saber a ciencia cierta que ambas embarcaciones habían naufragado y que no había sobrevivientes: en ese duelo particular contra el mar (y en muchos otros en esa península de Cornwall), las olas habían triunfado. Heroica, en tanto que desinteresada y ligeramente suicida, la misión de rescate del Solomon Browne es recordada todos los años en este abrupto rincón del mundo. El ritual es muy sencillo: las luces de Navidad no se encienden en la noche del 19 de diciembre en el puerto de Mousehole. Ayer, a cuarenta años de distancia, la tragedia fue conmemorada por un pequeño grupo de gente en la oscuridad. Sólo habló un hombre, que parecía tener casi sesenta años de edad…

Daphne du Maurier cuenta que los marinos perdidos en el mar, sin una tumba donde se les recuerde y visite, regresan como fantasmas en pena a atormentar a sus deudos, pero ayer la sensación era de serenidad y solidaridad, la misma que, al mismísimo día siguiente de aquel 19 de diciembre de 1981, llevó a nuevos voluntarios a apuntarse como la tripulación de otro valiente barco salvavidas.