Walter Sickert y Jack el Destripador

ENTREPARÉNTESIS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Walter Sickert fue un brillante pintor oscuro. Brillante porque talentoso, y oscuro literalmente: en sus cuadros no parece salir el sol, y si alguna luz los ilumina es la de los albores del siglo XX, eléctrica y fantasmal, parpadeante como la escena de un crimen. Sickert nació en Berlín, pero vivió gran parte de su vida en Londres, donde fue alumno de Whistler y adoptó su opaca gama de colores.

Y fue gracias a Whistler que Sickert conoció a Degas (en una escena narrada por Oscar Wilde) y se hizo amigo suyo, lo cual le dio entrada a la vida de un genio famosamente taciturno. Degas alguna vez le dijo al joven pintor: “Je veux regarder par le trou de la serrure”, y en esa confesión de querer ver por el ojo de la cerradura, acaso, radica la poética entera de Degas, obsesivamente voyeurista pero con el único objetivo de entender mejor una figura para dibujarla mejor. El puritanismo de la época entendió esa obsesión como la de un viejo indecente, pero Sickert no, y él mismo adoptó de su maestro la perspectiva del testigo, de quien, por el solo hecho de ver, se hace cómplice de lo visto y acontecido. 

Actor amateur y entusiasta del teatro, Sickert dotó a sus cuadros de narrativa y dramatización, y entendió rápidamente que el morbo del público también podía provocarse con un óleo. En muchos de sus desnudos late una inquietante violencia potencial, con esas mujeres indefensas junto a un hombre totalmente vestido. No son fáciles de ver, pero no son fáciles de ignorar: Sickert logra su cometido y nos engancha. El pintor no dejó pasar ni una oportunidad de promover su obra. Cuando, en 1907, el asesinato de Emily Dimmock, en Camden, Londres, atrajo la atención de la prensa, Sickert de inmediato pintó una serie de provocadores desnudos y les puso el título genérico Los asesinatos de Camden Town. Coincidentemente, en ese barrio estaba su estudio. Coincidentemente, también, eran los días en que crecía la leyenda de Jack el Destripador. 

La posteridad ha querido asociar el nombre del pintor con el del asesino. Inicialmente, con cierta timidez, se hizo correr la teoría de una complicidad entre ambos, pero hace veinte años la reconocida novelista Patricia Cornwell señaló a Walter Sickert como el mismísimo Jack el Destripador. En su libro Portrait of A Killer, Cornwell elabora su teoría e incluso aporta alguna evidencia forense relacionada con las cartas que presuntamente escribió el Destripador. Nada se ha probado aún, pero la imaginación nos lleva a recordar a Parrasio, aquel pintor (amigo de Sócrates) que torturó a su modelo para poder pintar su agonía. A Sickert no le ayuda haber pintado un cuadro de tintes tétricos titulado, ni más ni menos, La habitación de Jack el Destripador, pero la coincidencia de los personajes en el tiempo, y sus obsesiones mórbidas, no los hacen una sola persona. Se entiende que Si-ckert sea un sospechoso ideal, con esa oscuridad tan suya, siempre mirando por el ojo de la cerradura como Degas, buscando el filo más provocador en sus desnudos, violentando deliberadamente la imaginación… Fue un gran pintor cuya influencia llega hasta Lucian Freud, pero… ¿fue también un asesino? La pregunta sigue abierta.