El poder absoluto de Xi Jinping

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Al concluir el XX Congreso Quinquenal del Partido Comunista Chino (PCCh) este domingo, se consumó un hecho que no era ninguna sorpresa, pero no deja de marcar un hito histórico: la consolidación de Xi Jinping como el líder absoluto de China. Xi inició formalmente su tercer periodo de gobierno como secretario general del PCCh, presidente de la Comisión Militar Central de China y Jefe de Estado, sin ningún contrapeso o límite a su poder para poder gobernar, como Mao, hasta su muerte si así lo desea.

El hecho es histórico, pues precisamente a partir de la muerte de Mao —cuya gestión construyó los cimientos del nuevo Estado chino, al mismo tiempo que llevó a la muerte de más de 30 millones de personas por hambre–, el líder reformista Deng Xiaoping impulsó una reforma a la Constitución para establecer la restricción de que ningún mandatario pudiese tener más de dos periodos de gobierno. La intención de esta regla era tratar de evitar el resurgimiento de una figura todopoderosa capaz de eternizarse en el poder y apostar, en su lugar, a un liderazgo colectivo (pero no democrático) basado en el PCCh y en su control sobre una nueva economía que comenzaría a abrirse al mercado global. Igualmente, inició la aplicación de una regla no escrita en la que todos los políticos chinos debían jubilarse al llegar a los 68 años de edad.

Con 69 años cumplidos, y después de que en 2018 ya se había reformado la Constitución para eliminar esta disposición, Xi Jinping ha saltado ambas barreras y hoy es el alfa y el omega de toda la política china (y no hay que olvidar que en la Constitución también se ha colocado el “pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo” como el eje rector de todo el gobierno). Además del voto unánime de los 2,296 delegados del PCCh, sumado al nombramiento de 6 funcionarios incondicionales en el Comité Permanente, el poder absoluto de Xi se manifestó en un extraño evento captado por las cámaras: ya con el Congreso inaugurado, el expresidente Hu Jintao, quien estaba sentado al lado del líder, fue levantado de su asiento y retirado del evento. Si bien oficialmente se ha dicho que esto se debió a problemas de salud, con claridad se observa el desconcierto y resistencia del exmandatario a ser removido en un hecho que es casi imposible que haya sido improvisado.

El mensaje no puede ser más claro. Nadie puede hacerle sombra al líder supremo y nadie está a salvo de pagar las consecuencias en caso de hacerlo. Si bien esto había quedado claro desde que Xi inició una serie de purgas de funcionarios bajo la excusa de un supuesto combate a la corrupción, que ha llevado a encarcelar o neutralizar a miles de adversarios, con el paso de este domingo se consolida que la única clave para sobrevivir en el sistema chino es la lealtad y la obediencia ciega a una sola persona. A pesar de todos los intentos por evitarlo, el siglo XXI, como el pasado, parece que también será marcado por las consecuencias de la voluntad sin límites de los “hombres fuertes”.