El gran atasco mundial en las cadenas de suministros

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Antes de la pandemia, las cadenas globales de producción, importación y exportación funcionaban como una máquina suiza perfectamente sincronizada. Sin embargo, la pandemia del coronavirus trajo una serie de desestabilizaciones que hoy han puesto en jaque a todo el mundo, pues aún con el fin de los periodos de cuarentena y el avance a una nueva normalidad, múltiples industrias han sufrido de una incesante escasez de materiales que no terminará pronto.

Hoy, por ejemplo, la industria manufacturera estadounidense tarda un promedio de 92 días para conjuntar y ensamblar las partes de sus productos que anteriormente fluían de manera ininterrumpida y mantenían una producción imparable diaria. Imaginar lo que significa un cambio de producir en un día a más de 3 meses en una sola industria es suficiente para comenzar un efecto en cadena en el que cada vez se retrasa la producción y comercialización de más y más negocios. Son muy sonados los casos de la industria automotriz, donde los cambios en las cadenas de suministros relacionados con los microprocesadores han retrasado todas las líneas de producción. Toyota anunció recientemente que recortará su producción planeada de automóviles en 40%. Pero miles de industrias alrededor del mundo están teniendo que limitar sus operaciones porque no pueden adquirir las materias primas o componentes que requieren.

Muchos creyeron que estos fenómenos vendrían y se irían con los cambios producto de los grandes encierros y la pandemia; sin embargo, hoy estamos descubriendo que el efecto mariposa del retraso en la carga o descarga de un bien al otro lado del mundo puede terminar en crisis tan inverosímiles como el desabasto de catsup que provocó que en Estados Unidos se vendieran por Internet bolsitas individuales de esta salsa hasta en 11 dólares.

Sin embargo, alrededor de los puertos principales comienza a repetirse la escena en la que cientos de buques cargueros tienen que permanecer anclados por más de una semana, en espera de que llegue su turno para poder entregar sus mercancías, mientras que los contenedores se apilan por miles debido a que los camiones y otros medios de distribución no pueden darse abasto para desahogar los cuellos de botella que la llegada masiva de ciertos productos ha provocado. En una paradoja, el incremento en la demanda sumado a estos retrasos provoca que los contenedores no puedan hacer su viaje de regreso con rapidez, por lo que las industrias al otro lado del mundo también se quedan con menos posibilidades de transportar sus mercancías.

Esta serie de fenómenos acumulativos ha hecho que los ajustes para tratar de volver a sincronizar las complejas cadenas de producción globales no puedan darse de la noche a la mañana, por lo que tendremos que comenzar a acostumbrarnos a retrasos e incrementos de precios que no se irán pronto. Los efectos económicos de la pandemia también dejarán una huella profunda en el comercio global, que nos obligará a repensar un sistema que puede averiarse permanentemente con una sola bota lanzada a la maquinaria.