Quemar los puentes

EL ESPEJO

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Si la geografía puede definir la política, la ingeniería es capaz de reescribirla. Precisamente por eso una de las primeras acciones que Putin echó a andar después de que se anexionó ilegalmente la península de Crimea, en Ucrania, fue iniciar la construcción de un puente de casi 20 kilómetros sobre el mar para conectar físicamente el territorio usurpado con Rusia.

La importancia estratégica de esta obra, conocida como el puente de Kerch, puede dimensionarse por la rapidez con la que fue construida, pues Putin anunció el inicio de los trabajos en febrero de 2016 y dos años más tarde, en abril de 2018, ya había sido inaugurado el paso vehicular. La idea de unir estos dos territorios ya había sido explorada con anterioridad, cuando Ucrania se encontraba bajo el yugo de la Unión Soviética, pero las complicaciones logísticas llevaron a optar por un servicio de ferris y, después de la independencia ucraniana, el tema quedó prácticamente olvidado.

La presencia oficial de Rusia en la península de Crimea había quedado limitada al puerto militar de Sebastopol, en donde los ucranianos autorizaron que la base permaneciera operando, a cambio de que Rusia reconociese que la ciudad y la península eran parte integral de Ucrania, lo que sucedió en 1997. Sin embargo, menos de dos décadas después, Rusia dio marcha atrás y se apropió de la península, comenzando la operación desde el propio Sebastopol y siguiendo un libreto que ya todos conocemos: el 6 de marzo de 2014 las autoridades prorrusas de la ciudad se declararon independientes, seguida unos días después de las del resto de Crimea. Para el 16 de marzo ya había sido realizado un referéndum sin reconocimiento internacional que rápidamente fue procesado en Rusia, pues el 21 de marzo Putin ya había formalizado la anexión.

Para controlar un territorio hostil, es fundamental asegurar la logística para el abastecimiento masivo de bienes, servicios y personas. En ausencia de un camino por tierra (que hoy Rusia ya posee temporalmente con los territorios que pretende anexarse con la guerra actual), un puente fue la alternativa. Una empresa propiedad de un amigo de Putin y sin experiencia en la construcción de puentes recibió el contrato y comenzó de inmediato la obra. La velocidad sin duda fue sorprendente, pues, por ejemplo, el puente de 55 kilómetros con el que el gobierno chino conectó a Hong Kong en preparación para aplastar su autonomía tardó 12 años en ser construido. En este caso, 2 años después ya estaba en operaciones y se convirtió en uno de los símbolos del triunfo ruso por sobre Ucrania y la comunidad internacional.

Por eso es tan significativa la explosión que sucedió recientemente en este puente, donde fueron dañados los rieles del puente ferrocarrilero y colapsó uno de los tramos del puente vehicular. No sólo complicará la logística rusa para abastecer y mantener el esfuerzo de guerra en la península, sino que se trata de un golpe anímico devastador para el ejército invasor y un éxito que elevará la moral de los ucranianos. Aún sin su destrucción total, el mensaje es claro: Ucrania intentará recuperar todo el territorio que le han arrebatado y parecen tener la capacidad de alcanzarlo. Putin sigue siendo arrinconado.