Mauricio Leyva

Francisco Tario: hombre de mar y de letras

FRONTERA DE PALABRAS

Mauricio Leyva*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mauricio Leyva
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

La vida es la mejor obra literaria que ha caído en mis manos

Francisco Tario pobló la noche de la literatura mexicana de fantasmas, de presencias inusuales, de espejos que se traspasan, de muros que nos hablan y de mares que nos tragan; no se puede escribir de él sin tomar las precauciones necesarias para no ser cafre con las palabras y atropellar su imagen, es como hacer malabares con navajas para afeitar sin empuñadura. Esta tarea se complica aún más cuando pretendemos adentrarnos en la profundidad de su mirada, en su compleja y divertida visión, en las múltiples posibilidades que tiene para existir en la oscuridad, en la noche y en el mar.

Francisco Peláez Vega (1911-1977), de acuerdo al maestro José Luis Martínez: Cuando se descubrió escritor, decidió prescindir del apellido paterno, Peláez, y escogió el nombre Tario, voz tarasca que designa a una región michoacana (Tario significa lugar de ídolos). Y así comenzó a firmar: Francisco Tario. A esto podemos agregar lo dicho en su momento por el propio literato: Lo de Tario no tiene otra significación que la grata resonancia que produce esa voz metálica al unirla con el común Francisco. De esta manera surge el nombre de un autor considerado de culto, marginal, indefinible. A él no lo han podido atrapar los conceptos académicos, no tiene cabida en ninguna de las llamadas corrientes o tradiciones literarias porque rompió el molde costumbrista que planteaba el modelo estético de su época creando mundos y personajes, espejos y oscuridades, mares distintos y sombras profundas en las cuales la luz terminaba siendo el resplandor de una nueva mitología.

Su capacidad para dotar de actitud y de carácter a las cosas y a los objetos, lo presentan extravagante, divertido, malévolo, inteligente y sobre todo: conocedor agudo de la naturaleza humana. Estas particularidades junto con su obra, lo convierten en una de las tres presencias más influyentes de la literatura fantástica en México al lado de Juan Rulfo y Juan José Arreola. Este fauno de la selva de la literatura mexicana escribió más de diez obras: Aquí abajo (1943), La noche (1943), Equinoccio (1946), Acapulco en el sueño (1951), Breve diario de un amor perdido (1951), Yo de amores qué sabía (1951), Tapioca Inn: Mansión para fantasmas (1952), Una violeta de más (1968), El caballo asesinado y otras piezas teatrales y Jacinto Merenge, éstas últimas editadas en 1988 y 2000 gracias al hallazgo del maestro Alejandro Toledo, su biógrafo más autorizado, y a Julio Farell, hijo de Tario, por el esfuerzo de estos dos se siguen conociendo obras, escritos sueltos, grabaciones, etc.

Tario afirmaba que un hombre común jamás se convertiría en fantasma. Su presencia fantasmal habita por siempre la literatura mexicana de la mano de Carmen Farell, su hermoso y enigmático “mágico fantasma”.