Mauricio Leyva

Mi amiga la incredulidad y El desprestigio de los sentidos

FRONTERA DE PALABRAS

Mauricio Leyva *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Mauricio Leyva
 *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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¿Es un cubismo o un vorticismo de la literatura? ¿Sería eufónico llamarla remingtonismo? Mecanicismo, sin duda, es el título que debería dársele, si no fuera por las asociaciones deplorables que esa palabra puede despertar.

Martín Luis Guzmán

Martín Luis Guzmán es una de las figuras en la literatura mexicana que se hace grande con los años. Su fuente de trascendencia y su descomunal talante literario se percibe de inmediato, por ello sus libros se continúan editando aún entre autores modernos algunos a los cuales les cierra el paso. Martín Luis Guzmán nació en 1887 en Chihuahua. Fue activo revolucionario y compartió esfuerzo y vigor en importantes empresas culturales con José Vasconcelos y los miembros de la generación de 1917. Estudió Derecho en Veracruz, dio cátedra de Lengua y Literatura y dirigió la Biblioteca Nacional. Diputado federal, habitante del mundo, radicó en EU y en España dirigiendo revistas y periódicos.

En un reconocimiento a su grandeza, el Fondo de Cultura Económica editó en dos volúmenes El ensayo mexicano moderno, incluyendo los dos trabajos que hoy se comentan: Mi amiga la incredulidad y El desprestigio de los sentidos. En el primero de ellos, Martín Luis Guzmán nos habla de una de sus influencias mayores, Henry James: Cuentan los biógrafos de Henry James que el ruido de la máquina de escribir Remington era fuente inagotable de inspiración para aquel consumado artista de la prosa inglesa. Nos comparte que él también compró una dando de baja su hasta entonces fiel Underwood. La nueva adquisición transforma la vida de aquel hogar, merodea en las noches alrededor de ella, arrulla a su hijo, los vecinos lo escuchan, como a una sinfónica, escribir y escribir hasta altas horas de la noche. Adquiere también el hábito de escribir a oscuras para luego maravillarse con su descubrimiento: Parte de mis improvisaciones, la más accesible al vulgo, la mando a las revistas o a los grades diarios.

En El desprestigio de los sentidos, el alto vuelo del novelista da cuenta desde el inicio de su descollante lucidez: Si unos ojos mortales y bien dotados hubieran intervenido en la creación del mundo, viviríamos dentro de un cuadro de Tintoreto y el problema estaría resuelto. (De paso: Fra Angélico sería el paraíso cristiano y Sorolla el verdadero infierno). Desgraciadamente no fue así. El mundo se hizo en ausencia de todos los sentidos humanos.

El autor nos dice que la visión de la esencia es una metáfora platónica y en su breve, pero sustancial trazado intelectual, concluye la idea completando el círculo: Las isadoritas son pequeñas y finas; junto a su maestra recuerdan, por las proporciones, el grupo de Laocoonte. Juegan en torno de ella, y son entonces motivos menores en torno al motivo mayor de un scherzo; si no juegan, marchan; si no marchan, corren, y tienden entonces sus miembros pulidos y dejan atrás las cabelleras deshechas; su trote es perfecto, sin choques, sin arranques, continuo avanzar en el que se resuelve un conflicto de reposo y movimiento. Pero esto los espectadores no lo ven, lo interpretan.

Lecturas del mundo, interpretaciones de la realidad y traducciones razonadas de las mismas fue lo que Martín Luis Guzmán realizó. Murió casi a mediados del siglo pasado dejando de tras de sí, una luminosa estela de sabiduría, luz y combativa prosa y sus ensayos son una lectura obligada para cualquier hombre involucrado en la cultura mexicana.