Montserrat Salomón

El espejismo de Bukele

POLITICAL TRIAGE

Montserrat Salomón*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Montserrat Salomón
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Bukele arrasó en las elecciones presidenciales en El Salvador. Su pueblo le ha otorgado, también, una victoria aplastante en el Poder Legislativo. Así, podrá hacer y deshacer a su antojo, afianzando el poder total que tiene y que gusta de ostentar.

Bukele tiene un apoyo popular impactante debido a su estrategia de seguridad, con la que ha desarticulado a las pandillas y reducido el crimen en márgenes impactantes. Sin embargo, sus detractores apuntan que el costo político y social de estas medidas es demasiado para pasarlo por alto: la violación a los derechos humanos y la dominación por parte del presidente de los otros poderes dentro de El Salvador son un atentado a la democracia misma y a la protección de las garantías individuales de los ciudadanos. Bukele ha decretado un Estado de excepción en el país en el cual cualquier persona puede ser detenida y encarcelada ante la mera sospecha de estar vinculada con algún grupo criminal, con lo que ha encarcelado a más de 76 mil personas que permanecen incomunicadas en una cárcel especial que se precia del trato inhumano y crudo que tiene hacia los internos. Es una nueva forma de violencia y sometimiento a la que las clases vulnerables están ahora sujetas.

Las ONG y la prensa internacional advierten de esta deriva autoritaria mientras que Bukele arremete contra ellas y presume que es la primera vez que hay una verdadera democracia en El Salvador. El pueblo, dice, ha elegido libremente su régimen de excepción y su estrategia de seguridad. El pueblo, cansado de la violencia que les había arrebatado la libertad y la vida, ha elegido a Bukele y su salvaje forma de gobernar. Pero, ¿lo ha hecho libremente? Parece que sí, puesto que han salido a votar por él. Sin embargo, sólo están eligiendo entre dos males, el menor.

Bukele no ha arreglado la economía, de hecho, sus números son bastante malos; tampoco ha resuelto la descarnada desigualdad social que es la pólvora de la delincuencia. Sólo ha sometido al pueblo a un régimen carcelario perpetuo que ha detenido la violencia, sin atacar de fondo las causas de la misma. La pobreza y la desigualdad siguen ahí, agazapadas y listas para saltar, convertidas en delincuencia, en cualquier momento. Esta paz que vive El Salvador es ficticia.

El fenómeno de Bukele nos debe preocupar. Cuando una nación está sometida por años al descontrol político y al yugo del crimen organizado, buscará asirse a cualquier clavo ardiente que le prometa un poco de paz. Estos momentos son propicios para que personajes autoritarios se alcen con cantos de sirena, prometiendo paz y prosperidad a cambio de la libertad. El poder no es el verdadero cambio, lo es la lucha por reducir la desigualdad social. Un camino menos vistoso, pero más humano.