No todo lo que nace muere 

CARTAS POLÍTICAS

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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Parece que no todo lo que nace muere. Explota. Los latidos son ecos y las cicatrices son reversibles. La tristeza y la ansiedad son curables pero crónicas. Caminamos con el pecho erguido, pero el corazón abotonado; lamemos nuestras heridas con la lengua sangrada. Miramos con la mirada honda y sin saber flotar. La piel se ha vuelto más gruesa, pero pesa más. Hemos vivido nuestras vidas en tiempos de exceso de muertes y cataratas de bruma, entre la violencia y la enfermedad, en la masificación de la comunicación y la soledad. Ordenamos nuestros días conforme al calendario, pero el tiempo en el que vivimos es el del caos.

Es natural que, entre nuestra confusión, nuestras vulnerabilidades y nuestras complicaciones diarias, creamos que necesitamos un techo bajo el cual dejar pasar la lluvia, un refugio para pasar el invierno o un liderazgo que nos haga las cosas un poquito más fáciles, con una que otra verdad. Tiempos convulsos, como el nuestro, pero también como el de nuestros abuelos, son terreno fértil para que, de políticos de carne y hueso y de ideólogos de sudor y sangre, retoñen los fantasmas del autoritarismo. La historia no se repite. Está llena de contradicciones y caos y también repleta de personajes que han intentado resolverla como si fuese un rompecabezas.

Isaiah Berlin vio en la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, el resultado de un claro propósito totalitario de eliminar las contradicciones por medios distintos a la reflexión y el diálogo. Marx le dio al mundo una teoría de la historia que daba a aquellos que la conocieran la confianza de no temer nunca al futuro (Berlín, 1950), y políticos sin escrúpulos sacrificaron la libertad, la democracia y los derechos individuales por el futuro prometido de la revolución comunista. Hayek (1944) nos vendió la idea de que, sin la libertad económica, no existe libertad personal ni política; defendió, a plumazos, que toda intervención del Estado en el mercado degenera en tiranía. Al tiempo, ahora todos portamos por voluntad propia micrófonos y cámaras que monitorean hasta lo que decimos cuando estamos dormidos.

Tanto en el comunismo más despiadado, como en el neoliberalismo más atroz, lo que subyace de fondo es la defensa a ultranza de verdades que supuestamente son tan evidentes que ni siquiera hace falta detenerse a explicarlas. Esto no es único del comunismo o del neoliberalismo, se observa también entre los que defienden la democracia sin detenerse en sus presupuestos básicos o los derechos humanos, sin entender los cimientos bajo los cuales están construidos. El germen del autoritarismo no está en el socialismo, el neoliberalismo, el presidencialismo o el parlamentarismo, el oriente y el occidente, sino en la falta de racionalidad de las decisiones que se toman y la obstinación por ofrecer verdades absolutas y no argumentos razonables sobre los cuales se pueda dialogar.

La clave en la que se está moviendo el mundo en los últimos días, opera bajo una racionalidad y una lógica que dejaría petrificado a cualquier persona común y corriente. Las declaraciones del presidente Putin son escalofriantes porque reviven al nacionalsocialismo y señalan una supuesta limpieza étnica por parte del régimen ucraniano. Su llamado a la guerra no apela a la lógica de la defensa estratégica de sus fronteras, y Europa no apela a su dependencia energética de Rusia o Ucrania, sino a la maldad de Putin. Los presidentes se abrazan a su bandera y se erigen como súper hombres, pero están sostenidos por ideas dogmáticas que nadie más que ellos entienden y que no son de ninguna forma razonables.

Para avivar a las masas, para incrementar su popularidad y justificar sus decisiones reviven las heridas, avivan la llama de los rencores, sumergen la mandíbula en la herida. Llama la atención cómo en la sociedad del siglo XXI, tan progresista, tan social, tan humanista, tan políticamente correcta, resistan los resabios de profundos odios y las armas de destrucción masiva. Parece que no todo lo que nace muere. La irracionalidad anda suelta y suele ser bastante inestable. La ira puede convertirse en alegría y el odio puede convertirse en placer. Pero una nación jamás puede ser reconstruida y una vida no puede volver a nacer (Sun Tzu, El Arte de la Guerra).