Pedro Sánchez Rodríguez

Visita al Capitolio

FRENTE AL VÉRTIGO

Pedro Sánchez Rodríguez
Pedro Sánchez Rodríguez
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La sesión legislativa para la certificación de los resultados de las elecciones del pasado noviembre en Estados Unidos el miércoles 6 de enero se vio interrumpida por un nutrido grupo de manifestantes que, alentados por el presidente Donald Trump, lograron ingresar al Capitolio de dicho país.

Se vivieron horas de tensión que resultaron en la muerte de cinco personas. En la madrugada del jueves, la sesión se reanudó y se certificaron los resultados de la elección, confirmando la victoria al presidente electo Joe Biden.

Los eventos inéditos de este miércoles, su violencia y la parafernalia utilizada por los manifestantes, quienes se pasearon dentro del recinto legislativo, dio, por un momento, la percepción de que la democracia estadounidense es absurdamente débil. No lo es. Los manifestantes rompieron cristales, forzaron puertas, amancillaron oficinas legislativas, ondearon banderas confederadas y arrinconaron congresistas. Pero las fotografías muestran a un grupo de personajes desadaptados visitando y vandalizando un monumento político, pero no tomando el poder. Pudieron haber desmantelado hasta el último de los asientos, sesionado en la Cámara de Representantes y, en ningún momento, hubieran conseguido más poder que la fuerza que les permitió entrar al Capitolio. 

El poder no vive ni existe en el Capitolio, la Casa Blanca, el Pentágono o el Rockefeller Center. El poder no está en el Estado, Apple o Twitter. El poder no tiene lugar, es oblicuo, omnipresente. Todos ejercemos el poder y todos lo padecemos. El poder es un vector, como dice Foucault, un vector resultante de fuerzas estratégicas. 

Es justamente el resultado de estas fuerzas estratégicas visibles en las relaciones entre la sociedad, la ideología, los discursos y los símbolos de Estados Unidos, el que, por una parte, le permite una invasión a un grupo de manifestantes violentos, mayoritariamente blancos, a los recintos políticos de la democracia estadounidense, a meses del asesinato de George Floyd a manos de la policía en Minneapolis y las marchas pacíficas de Black Lives Matter. Pero también el que hace que la toma del Capitolio sea visto como algo negativo, condenable, antidemocrático y antiestadounidense, y por lo que hoy por hoy, se esté discutiendo el proceso de destitución a Donald Trump en términos de su capacidad intelectual para seguir dirigiendo el Poder Ejecutivo de su país y no en términos de su capacidad real de anular el proceso democrático de transición al poder.

Lo que quedó evidenciado este jueves no fue lo endeble de la democracia, sino las fuerzas contradictorias que conviven en Estados Unidos, que resulta en que las cosas pasen como pasan. En suma, la toma del Congreso por radicales de ultraderecha más la condena masificada por ese hecho dio, como resultado, la reanudación de la sesión de certificación del resultado de la elección y el proyecto de impeachment en contra de Donald Trump. La democracia sobrevive aun con la manifestación de estas fuerzas.