Rafael Rojas

Iturbide y el liberalismo

VIÑETAS LATINOAMERICANAS

Rafael Rojas *Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Rafael Rojas 
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
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En una reciente intervención en El Colegio Nacional el historiador Jaime del Arenal, uno de los mayores conocedores de las figuras de Agustín de Iturbide y Vicente Guerrero, sostenía que todo el proceso que va del Plan de Iguala a la proclamación del imperio mexicano, en septiembre de 1821, debe ser considerado como parte fundamental de la historia del liberalismo.

Según el historiador, la propuesta de convocar a un congreso constituyente que redactara una Carta Magna, “del modo que más convenga a su felicidad”, implicaba la suscripción de un principio básico del constitucionalismo liberal. Desde El espíritu de las leyes (1748) de Montesquieu se sostenía que cada nación debía constituirse de acuerdo a sus condiciones naturales y sociales.

Eso fue, en esencia, lo que propuso Iturbide. Pero hay otro elemento que conecta el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y la consumación de la independencia con el liberalismo y es que ninguno de esos fenómenos habría sido posible sin el Trienio Liberal en la península. Tras el levantamiento de Rafael de Riego, la rebelión se extendió en España, obligando al rey, Fernando VII, a restablecer la monarquía constitucional en marzo de 1820.

Ya instaladas las Cortes en Madrid, el tema de la autonomía de la Nueva España apareció en la legislatura por medio de una propuesta de los diputados Miguel Cabrera Novares, de Valladolid, y Francisco Fernández de Golfín, de Extremadura. El proyecto fue rechazado por la comisión de asuntos coloniales, aunque contó con apoyo inicial del Ministro de Ultramar, Ramón López Pelegrín.

La simpatía por la fórmula de una separación del reino de la Nueva España, con un trono independiente, aunque encabezado por Fernando VII, fue evidente en sectores del liberalismo peninsular. Juan O’Donojú, último Jefe Político y Capitán General de la Nueva España, era un militar sevillano de ascendencia irlandesa, que ocupó la cartera de Ministro de Guerra durante las Cortes de Cádiz y la resistencia contra la invasión napoleónica. O’Donojú veía la monarquía constitucional y la independencia de la Nueva España como causas complementarias.

No debió costarle mayor trabajo, a O’Donojú, aceptar los términos de los Tratados de Córdoba. Si España se reconstituía como monarquía parlamentaria, con apego a la Constitución de Cádiz, el imperio de la América Septentrional también podía darse su propia constitución. Sobre todo, si el trono de ese imperio se ofrecía al mismo monarca borbónico.

La idea de un Iturbide conservador nace de una lectura maniquea del Plan de Iguala y la consumación de la independencia como traiciones al separatismo de Hidalgo y Morelos. La tendencia de Iturbide al despotismo, que se manifestó al coronarse y, sobre todo, al atentar contra el congreso de la nación, fue posterior. Fue en 1824, antes del desembarco en Soto de la Marina, con el fin de sumar fuerzas a la defensa de México frente a la Santa Alianza, que se le declaró traidor.