Valeria López Vela

Cinco aforismos sobre los encubridores de los agresores de género

ACORDES INTERNACIONALES

Valeria López Vela*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Valeria López Vela
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

El encubridor de la verdad hace tanto daño como el que profiere la mentira

Baltasar Gracián

En los últimos días, la prensa internacional reportó un giro más en los casos de pederastia de la Compañía de Jesús, en Bolivia. El problema de la violencia sexual en la Iglesia, como he escrito antes, ha alcanzado prácticamente a todos los sacerdotes: diocesanos y religiosos; a los Legionarios de Cristo, al Opus Dei, a los Jesuitas.

Y, en todos los casos, el patrón es el mismo: las omisiones en la atención de las denuncias crearon el caldo de cultivo de la impunidad, la revictimización, después, el empoderamiento de los agresores y el aumento del número de víctimas, para que, finalmente, los casos alcanzaran índices de crueldad indescriptibles.

Sobre esta base, se pueden comprender dos cosas; primero, que las omisiones en la atención a los casos y denuncias forman parte del perverso juego de dominación, y que debe haber sanciones públicas y ejemplares por ello. Y, segundo, que para que haya un abusador hace falta un encubridor; por lo que, si queremos remediar el problema, es indispensable atender todas y cada una de las denuncias, en un lapso razonable.

Sobre esta base, dejo cinco aforismos sobre las y los encubridores de los agresores:

1. La complicidad en el encubrimiento es un crimen tan grave como el delito mismo, Víctor Hugo. En el caso de la cúpula sacerdotal, la estrategia estaba escrita en el “Manual del encubrimiento de la verdad”, que incluía una serie de prácticas deleznables como: dilatar la atención, mirar hacia otro lado, culpar a la víctima por lo sucedido.

2. En los casos de violencia de género, la omisión y el encubrimiento nunca son el camino correcto. Las instituciones y las personas responsables deben enfrentar los casos que, sobra decirlo, nunca son sencillos: habrá costos personales, económicos e institucionales. Pero la única respuesta moralmente aceptable es atender diligentemente los casos. Y si no pueden, lo mejor es que renuncien.

3. En el silencio del encubridor, se teje la complicidad del agresor. Muchas veces, el encubrimiento de los agresores trajo beneficios para los cómplices, quienes bajo el argumento de “evitar el escándalo” y “defender a la Iglesia”, ocultaban o empantanaban los casos para obtener, a cambio, beneficios en el ascenso de la carrera eclesial: grandes posiciones obtenidas o sostenidas a base de lágrimas de las víctimas.

4. El encubridor, sin excusa, debe cargar con su culpa. Las sanciones para los encubridores deben ser implacables. Además del escarnio merecen la misma pena que reciba el agresor pues, en mi opinión, son tan culpables como quien cometió activamente el acto de violencia.

5. La verdad siempre triunfa sobre el encubrimiento, Séneca.

Finalmente, no hay que olvidar que la verdad es como la gravedad: tarde o temprano termina ejerciendo su poder. Al tiempo.