Diccionario de la maldad III

ACORDES INTERNACIONALES

*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
*Esta columna expresa el punto de vista de su autor, no necesariamente de La Razón.
Por:

“No sólo los vivos son asesinados en la guerra”

Isaac Asimov

Para solucionar un problema es indispensable poder nombrarlo adecuadamente. Cuando hay distintas maneras de nombrar un conflicto lo que muestra es la complejidad que implica ese acto. Ése es el caso de la violencia. Pensemos, por ejemplo, en la tensión entre israelíes y palestinos que genera opiniones polarizadas que contribuyen al empantanamiento del conflicto.

La semana pasada, un joven palestino de 21 años abrió fuego en contra de ciudadanos israelíes que salían de los servicios religiosos en la sinagoga. La policía israelí calificó el ataque como “terrorista”, un término que suele utilizarse para cualquier agresión cometida por palestinos por motivos nacionalistas. Por su parte, el movimiento islamista Hamas, que gobierna de facto la Franja de Gaza, celebró el ataque a través de los altavoces de las mezquitas, pero no se adjudicó el atentado.

Sin embargo, por el contexto, podríamos pensar que se trata de un crimen de odio —por antisemitismo— pues el evento ocurrió a la salida de un servicio religioso. El filósofo David Luban ha especificado que “los crímenes de odio son delitos en contra de un individuo por su pertenencia a cierto grupo, y que son distintos de los actos terroristas que son un arma política en contra de un estado”. En este caso particular, las categorías confluyen.

Por otra parte, tradicionalmente, los ataques terroristas eran cometidos por grupos extranjeros. Sin embargo, en nuestros tiempos, grupos radicales de la sociedad han iniciado ataques dentro del territorio, en contra de otros ciudadanos, con fines políticos.

Este fenómeno se denomina “terrorismo doméstico”, concepto que tomó relevancia tras los atentados del 11 de septiembre. Específicamente, los actos de terrorismo doméstico se caracterizan por ser realizados dentro del territorio por grupos organizados con el fin de intimidar o coaccionar a la población civil; su conducta se fundamenta en el desprecio hacia algún grupo, pero el objetivo final es influir e impactar en la política del gobierno por medio de dichos actos de intimidación.

En ese sentido, el terrorismo doméstico se convierte en un asunto de seguridad nacional y debe contar con el apoyo de las agencias de inteligencia y los fondos de desradicalización y prevención.

A raíz del fenómeno del narcotráfico, se ha querido vincular al terrorismo doméstico y al crimen organizado. Sin embargo, no en todos los casos es posible identificarlos, pues el objetivo primario de la delincuencia organizada es obtener un beneficio económico o material; mientras que el poder y el control pueden ser motivos secundarios, contrario al espíritu de los ataques terroristas.

Además de todas estas categorías, el contexto sociopolítico interno y la geopolítica son factores que pueden decantar la clasificación hacia un concepto o hacia otro.

Así, en el caso del atentado de la semana pasada, puede ser estudiado como un crimen de odio o como un atentado terrorista —en el modo tradicional—. Pero, ya sea uno u otro, es un hecho que debemos condenar.