La amargura de After Life

La amargura de After Life
Por:
  • julian-santibanez

En una boda, el cuñado del novio propone que cada invitado apueste cuánto durará el matrimonio recién inaugurado. Las opciones incluyen menos de un mes, entre uno y seis meses, de medio año a un año, entre un año y dos, de dos a cuatro, entre cuatro y diez. En un gesto memorable, la novia arriesga: entre dos y cuatro años.

La escena pertenece a la segunda temporada de After Life, que Netflix acaba de estrenar. Es protagonizada y dirigida por el británico Ricky Gervais, comediante que ha conducido los Globos de Oro durante cinco años con un sarcasmo incómodo, de primer nivel. Al inicio de la ceremonia de este año dijo: vamos a hacer bromas a costa de ustedes, pero recuerden: solo son chistes y todos nos moriremos pronto. En siete minutos puso el acento tanto en la pedofilia que campea en Hollywood, como en la hipocresía del gremio. Es su sello: aplica humor negro a todo, con mérito narrativo le vislumbra texturas a la realidad y al final subraya que se trata únicamente de palabras. Saludos, Lenny Bruce.

Me gusta la frescura de idéntica mordacidad en el protagonista de la serie: siempre se burla de sí mismo, pesimista que contempla el suicidio en caso de que la vida se ennecie en mostrarse insoportable. La muerte de su esposa afina la conciencia de Tony sobre la finitud, potencia su autocrítica, lo vuelve más intolerante a la estupidez. Es un grosero que en vez de ofender me obliga a cuestionar qué me irrita y aún más, me hace echar risas a pesar de todo. Tony parece haber leído La rebeldía de pensar (FCE, 2019), de mi amigo querido, el filósofo Óscar de la Borbolla: “¿Por qué no una carcajada gigantesca ante nuestro destino? ¿por qué tomarnos tan en serio? […] Todo está mal, pero gracias a la muerte nada puede ser peor”. Qué agudeza. La cotidianeidad, por grave que parezca, es un disparate. Podemos relajarnos, nos queda poco tiempo.

Me viene a la mente el cuento “El manuscrito”, de Isaac Bashevis Singer. Un escritor judío y su mujer huyen a pie de los nazis: “En el camino encontramos periodistas, escritores... Todos llevaban manuscritos y yo, incluso en mi desesperación, sentía ganas de reír. ¿Quién iba a necesitar sus textos?”. Así de temblequeante es el combo humano de altanería y miedo. Camino a la aniquilación nos ataca el imperativo categórico de ser formales.

Ahora que eruditeo en cubrebocas y promociono en Zoom mi nuevo libro Eros una vez —y otra vez—, estallar en risas me parece lo más sensato. Encuentro relajante torpedear la prudencia y encontrar absurdo todo lo que está pasando. Por eso defiendo al personaje de After Life. Aunque sea un amarguetas.