La hermana de Shakespeare

La hermana de Shakespeare
Por:
  • juliot-columnista

La razón por la que me tardé tanto en leer Una habitación propia, a pesar de admirar a Virginia Woolf, dice mucho de mí y, me arriesgo a afirmar, de otros hombres: me daba flojera. Su tema feminista me daba flojera y, peor aun, creía que no me concernía, como si el feminismo fuera una causa exclusiva de las mujeres.

La semilla del machismo anida en un pensamiento así, y es imposible concebir la revolución que estamos viviendo, y que lleva tantas décadas desarrollándose, sin la concientización de todos, hombres y mujeres, especialmente de los hombres, cuya ignorancia y desdén atentan directamente contra un movimiento que hoy grita su cólera en las calles. Fue hasta hace unos tres años que lo leí, ante la insistencia de mi novia de entonces, quien, perspicaz, quería desasnarme. Hoy lo he releído de una sentada y me asombra constatar su pertinencia, a noventa años de su publicación.

Con una elegancia extrema (la elegancia de la prosa y la elegancia de la inteligencia), Virginia Woolf usa el tema de “la mujer y la ficción” para exponer su famoso juicio: “una mujer debe tener dinero y un habitación propia para escribir novelas”. Es decir, independencia y libertad, condiciones de las que casi ninguna mujer gozó hasta poco antes de la época de la autora de Las olas. Señala lo evidente entonces y que, en muchos casos, se podría trasladar al día de hoy: “Ni el más fugaz visitante de este planeta que cogiera el periódico, pensé, podría dejar de ver, aun con este testimonio desperdigado, que Inglaterra se hallaba bajo un patriarcado”. Y procede a hacer un repaso histórico de las condiciones que llevaron a la mujer a ser un ciudadano de segunda categoría y considerado inferior al hombre. Si las mujeres han sido, durante siglos, espejos del hombre, éstos se ven en ellas para agrandarse, dice Woolf. “Por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse”. No dudo que esto pueda ser también una explicación de la violencia machista: ya no espejo, sino punching bag…

Una de las interrogantes no evidentes de este libro es qué condiciones se requieren para escribir una obra de arte. Para intentar responderla, Woolf imagina, genialmente, a una hermana de Shakespeare, Judith, que tuviera su mismo talento pero fuera incapaz de desarrollarlo en una sociedad obstinada en mantenerla encerrada en su casa. Ella, Judith Shakespeare, “tenía el mismo espíritu de aventura, la misma imaginación, las mismas ansias de ver el mundo que él. Pero no la mandaron a la escuela”. Los destinos se bifurcan, uno alcanza la gloria y la otra se suicida. Woolf no necesitaba dramatizar su argumento: está claro que, ayer y hoy, hay muchísimas Judiths librando una batalla en un entorno adverso. “La indiferencia del mundo, que Keats, Flaubert y otros han encontrado tan difícil de soportar, en el caso de la mujer no era indiferencia, sino hostilidad”. E incluso violencia, como México lo demuestra todos los días.

Cuesta creerlo, pero casi un siglo después de las palabras de Woolf, la hermana de Shakespeare sigue en pie de lucha. Todos debemos apoyarla.