Infancia no es destino

Infancia no es destino
Por:
  • valev-columnista

La psicoanalista española Rosa Velasco afirma que organizamos el presente según la experiencia del pasado. Este dicho está lejos de la idea del psicoanalista mexicano Santiago Ramírez que muchos traemos tatuado en el alma: Infancia es destino.

Lo que se desprende de esa creencia es que crecer, expandirse, aspirar a otros horizontes, es imposible. Pensarnos como un sistema predeterminado, es aniquilante para la esperanza, aunque es entendible que muchos sientan que han nacido con una desventaja, que tienen un defecto de fábrica y que por más que se esfuercen, no conseguirán reparar. Yo pienso, siento y elijo creer que somos sistemas abiertos en tanto no levantemos muros para defender lo que aprendimos a sentir y a creer desde antes de poder pronunciar nuestra primera palabra. No soy una optimista pero sí testigo de procesos de transformación de muchas personas. El rango del cambio no es infinito pero sí posible. Quizá se trata, en parte, de no maltratarse a uno mismo. Algunos parecen odiarse y describen su identidad como lo haría su peor enemigo: basura, podrido, jodido, amargado, neurótico, desahuciado. Las palabras importan, no tantísimo como creía Lacan, pero sí tienen el poder de hacernos creer como verdad absoluta lo que nos repetimos obsesivamente y sin reflexión.

Un factor muy revelador de alguien son sus relaciones interpersonales: dime cómo te llevas con la gente más cercana, con la que no te importa mucho y con tus enemigos y tal vez podamos entender un poco más quién eres. Sin duda, una mujer que tiene relación tras relación y que se cura el duelo de las rupturas con su siguiente amor, está diciendo algo de su capacidad para estar cerca o de su dificultad para enfrentarse a la tristeza. Alguien que ama y odia en ciclos infinitos a la misma persona, también está mandando un mensaje sobre la estabilidad de sus afectos. Algunos de los que prefieren estar solos porque los otros son demandantes, invasivos o les quitan su paz, quizá tienen terror a ser abandonados y su armadura psíquica es el aislamiento radical.

Las relaciones son un nivel privilegiado de lectura de la psique. No existe un yo aislado porque siempre somos en relación, simbólica o concreta. Buscamos a los otros porque está en nuestra naturaleza biológica. Buscamos amar y ser amados, aunque en el camino nos enredemos con mil explicaciones de por qué no sabemos quedarnos o por qué siempre nos sentimos superiores o envidiosos de quienes nos rodean.

Cuando no soportamos las ausencias, los silencios, las pausas o las rupturas, es posible que tengamos un déficit para tolerar la falta física de los objetos amados, que le dan sentido a la vida. Los celos, la angustia de separación, la demanda de mirada sin distracciones, la necesidad de controlar lo que el otro siente o piensa, son defensas primarias de quien nunca puede sentirse suficientemente mirado y cuidado.

Dice Elizabeth Gilbert: “el deseo es el ombligo cortado que siempre llevamos abierto y sangrante, en pos de una unión impecable”.