Carpizo: la enseñanza del discurso

Carpizo: la enseñanza del discurso
Por:
  • julian_andrade

Una tarde de hace casi 24 años aprendí que con los discursos no se juega. Había trabajado en un párrafo, cuyo tema ya no recuerdo con claridad, aunque tenía que ver con la jornada electoral que se avecinaba.

Mi jefe me pidió que le explicara el propósito de la redacción. Me perdí en el intento de hacer notar la contundencia de las frases, la necesidad sonora de un argumento, las posibilidades de cabeceo periodístico y de los comentarios que podría generar.

Me exigió que le diera fuentes, bibliografía o datos duros que respaldaran lo que le estaba proponiendo. Opté, después de un duro interrogatorio, por decirle que daba igual, que podíamos suprimir las líneas y asunto arreglado.

Hacía calor o eso me parecía, entonces y ahora. El secretario de Gobernación me dijo con un rigor tranquilo y a la vez lapidario:

“Es un discurso de Estado, no caben las improvisaciones ni las ocurrencias. Cada línea que escribas debes saber de dónde proviene y cuál es su propósito”.

Así era colaborar con Jorge Carpizo. Lo ayudaba con algunos de los discursos en los últimos meses del sexenio. Era 1994. Hoy sé que él me ensañaba y que yo aprendía, con una enorme generosidad de su parte.

Carpizo era un convencido de la utilidad de los argumentos y de la toma de posición en cada coyuntura. Insistía en dar la cara y explicar, porque ésa era una de las tareas esenciales de todo gobierno y además sabía que ese afán sería trascendente.

Por ello el rigor y la exigencia en lo que era un discurso de gobierno y que muchas veces superaba a los encargados de ejecutar las políticas públicas.

Le gustaba debatir y sabía que siempre habrían batallas que librar en el porvenir. Cuando las cosas se ponían difíciles, siempre podía acudir a lo que había dicho y escrito, en un notable ejercicio de coherencia.

Colaborar en los equipos de discurso puede resultar una tarea extenuante. El ego queda hecho pedazos, porque uno sabe que el trabajo será revisado a conciencia y que en muchas ocasiones no hay claridad sobre lo que se requiere.

Años después, en una tarea similar, les insistía a mis colegas: “No se preocupen de que el secretario rechace nuestro trabajo, espántense de que lo acepte, porque entonces la responsabilidad es enorme.”

Recuerdo esto cuando se cumplen seis años del fallecimiento de Carpizo. Nos hace falta y estoy convencido que habría aportado mucho en estos años.

Después de todo, los temas de los que se ocupó están vigentes y entre ellos los de la seguridad, los derechos humanos, la democracia y la transparencia.

Vuelvo a aquellas tardes en Bucareli y todavía escucho: “Argumentos, argumentos, pruebas y más pruebas”, y sé del enorme privilegio de haberlo acompañado en esas y otras batallas.