La democracia y la fraternidad

La democracia y la fraternidad
Por:
  • larazon

Guillermo Hurtado

La fraternidad es parecida a la amistad, pero es más exigente que ella. Por una parte, supone una intensa empatía: la felicidad y el sufrimiento del hermano se sienten como si fueran propios. Por otra, exige una cooperación permanente y una ayuda que no espera recompensa. En una relación fraternal no hay sitio para la indiferencia, se espera la abnegación, la presencia constante.

Si bien la fraternidad es una actitud loable, no es evidente que tengamos que proyectarla a la humanidad entera. ¿Por qué habríamos de hacerlo? Quizá por eso el lema “Liberté, égalité, fraternité” no fue el único propuesto durante la Revolución francesa; en ocasiones “fraternité” era remplazada por “amitié”, “charité” o “union”. Estas variaciones son un indicio de que no había entonces un consenso acerca de cuál debía ser el tercer término. Hubo incluso quienes prefirieron que el lema se quedara en “Liberté et égalité”.

Pero sin la fraternidad, o algo cercano a ella, es muy difícil que la democracia funcione. Veamos el porqué.

La democracia moderna nació como una lucha revolucionaria del pueblo para ganar su libertad e igualdad. Para ello, el pueblo debía estar unido, tenía que haber solidaridad y cooperación entre todos para que cada quien tomara en cuenta las necesidades de los demás y participara en las soluciones que se dieran a ellas.

Quienes vivimos en un régimen democrático podríamos cometer el error de concebirla como un estado (como algo fijo) en vez de como un proceso (como algo dinámico). La democracia requiere que el pueblo esté permanentemente alerta, organizado, activo. La lucha por la libertad y la igualdad no se detiene y requiere de la unión efectiva del pueblo. Cuando se habla de la fraternidad en el campo social, parte de lo que se quiere decir es que el pueblo debe estar unido, como si todos sus integrantes fueran hermanos. La democracia no es un asunto mío o tuyo, sino nuestro.

Para que la democracia en verdad funcione es indispensable que participemos en la solución de problemas de nuestra comunidad. Más que una obligación, yo diría que se trata de una condición práctica para la viabilidad de un sistema democrático. En una democracia contemporánea —digamos post-ilustrada— la fraternidad no emana de un mandamiento divino (como el del cristiano), ni tampoco de una norma universal (como la de la filosofía kantiana). La historia nos enseña que la solidaridad democrática se gesta y fortalece dentro de la acción política concreta. Sólo así, de ser un medio, pasa a ser un fin; de ser un instrumento, se vuelve valor; de ser una exigencia, se convierte en virtud. Sólo después de un largo proceso práctico-teórico los demócratas podemos asumir una responsabilidad ante todos los seres humanos. Es así como podemos llegar a sostener que la libertad y la igualdad sean disfrutadas por todos los seres humanos como si trataran de un derecho intrínseco. En su nivel más alto, la democracia consiste en dejar de pensar como un yo en los asuntos sociales, para pensar siempre como un nosotros.

Sin embargo, la responsabilidad que tenemos frente a los problemas colectivos viene en grados. Antes que nada, hay que estar enterados de las características de esos problemas. Después, tenemos que valorar, con base en la información disponible, qué podemos hacer y si se dan las condiciones materiales para que lo hagamos. Y, por último tenemos que pasar a la acción: participar, colaborar, ser parte de la solución. Un sistema democrático avanzado debe permitir que podamos involucrarnos de maneras diversas en los asuntos públicos: a veces tenemos que hacerlo de manera activa y directa, pero en otras ocasiones lo que nos toca es simplemente ser observadores dispuestos a expresar una opinión.

Pero no nos engañemos: no es lo mismo vivir en un régimen democrático que ser un demócrata. Cuando se es un demócrata se asume el compromiso de trabajar por la comunidad, de participar en los espacios de resolución de problemas colectivos, de dedicar tiempo y esfuerzo a esas tareas sin esperar recompensa.

Tal parece que cada vez hay menos demócratas en las democracias y eso es un efecto —pero también una causa— de su inocultable crisis.

guillermo.hurtado@3.80.3.65