Poesía visual, mística y amor a la tradición, además de un acercamiento a las raíces y el origen es lo que define el corto documental Las voces del despeñadero (Víctor Rejón e Irving Serrano, 2025), ganadora de Mejor Cortometraje Iberoamericano en la más reciente edición del Festival de Cine de Guadalajara y presentada también en El Festival de Cine de Guanajuato. Historia coral y testimonial que retrata, muestra, desnuda y expone ante el público, la vida de los clavadistas de La Quebrada. Es pues, la pequeña historia contada a través de un espectáculo tradicional y crudo. Los avatares del peligro que buscan algo más que un aplauso.
Porque los protagonistas, son presentados con sus sueños, motivaciones, temores. Vidas que se resumen en el instante casi místico que refleja la cámara ante un clavado y una fotografía en blanco y negro, que hace las veces de testigo casi mudo ante un momento de intimidad y misticismo -el previo al salto- y que en muchos sentidos, guarda más que el efímero segundo del salto.
La visión poética de los cineastas, traspasa el formato de corto documental informativo para trascender el mero tópico anecdótico- antropológico, de un espectáculo tradicional de Acapulco. Va mucho más lejos de las miradas de curiosos y turistas ante el reto al peligro o la muerte, el mar y la naturaleza -de hecho en ningún momento del cortometraje aparece el público- Porque Serrano y Rejón se adentran en las motivaciones de un grupo de hombres, con sus vidas y cicatrices a cuestas, algunas ocasionadas por su actividad, pero solo algunas, pero también de niños y una niña, que siguen la tradición de una actividad que se hereda y se renueva a través de la tradición.
En Las voces del despeñadero, está el líder que cuenta su historia y defiende a su comunidad de temerarios, ignorados por el cine como no sea para usarlos como fondo sin darles crédito, que cuenta ante la cámara, sin que sea a nivel técnico- narrativo la cabeza parlante, los orígenes de los llamados Clavadistas de la Quebrada, pero también, su perspectiva ante la muerte, la vida, el peligro y el mar.
En el documental, vemos a quien se ha quedado con cicatrices permanentes por enfrentar al mar, a los niños que siguen la tradición y que emergen a través del agua como un paro doloroso con fotografía de cámara acuática. Pero también, la ruptura a través de la tradición, con una pequeña de no más de doce años, que está decidida a seguir con la actividad a pesar de tener todas las opiniones - en un principio en contra-.
Pero el documental, es también, un gran acto de justicia del cine, para un grupo de personajes, presentes y mudos, en el séptimo arte nacional, usados como fondo pero nunca, aunque parezca increíble, con voz y alma. El trabajo, es conmovedor y humano, desde la visión fotográfica de Elliot Reguera y la edición de Serrano, hasta el sonido con sus silencios estratégicos de Francisco Gómez, en una parte técnica - digámoslo de esa manera- , hasta la honestidad inocente y poética, de quienes se confiesan ante la cámara , con algo de arrogancia lúdica. Bien recibido por parte del público en el Festival de Guanajuato, dará de qué hablar en próximas fechas.
Articulista invitado.