Eduardo Cerdán presenta a personajes fracasados

El joven narrador Eduardo Cerdán (Xalapa, Veracruz, 1995) entrega su tercer libro de cuentos Había un perro bajo la cama (Nitro/Press, 2022) conformado por diez piezas narrativas breves en que perros y humanos contienden en la búsqueda de la convivencia. Transitan por estas fabulaciones, personajes salpicados por gestos mezquinos y ridículos: rutas de malogros colindantes a simulaciones grotescas.

En sus cuentarios anteriores (Pasos en la casa vacía, 2019; Los niños volvieron de noche, 2021), Cerdán desplegaba una prosa de ritmo sostenido que ahora, desde una alocución febril y, asimismo, replegada en sutilezas, perfila incidentes en los bordes desequilibrados de los desalientos y las imprudencias. Los perros ladran, el tiempo se posterga frente a la mirada desconcertante de sus amos.

En estos relatos somos testigos de “escenas que van de lo poético a lo insólito, de la carencia a la nostalgia, de la aceptación de una realidad a la rebeldía”, apunta la escritora Rose Mary Salum; mientras, la destacada narradora Liliana Blum afirma: “Eduardo Cerdán hace repostería literaria con una habilidad natural y poco común en autores de su edad”. Había un perro bajo la cama: inquietante inventario de simulacros entretejidos a pavorosas obsesiones.

“El detonador de este libro fue una frase de Onetti del cuento ‘Bienvenido Bob’, donde describe a un personaje como ‘un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios’. Pensé en esos seres y se me ocurrió que, en realidad, uno nunca es lo suficientemente hombre: un ademán, un gesto, un pasatiempo fuera de la norma bastan para levantar cejas suspicaces. Los personajes del libro son fracasados, fallan en sus intenciones. Recurro a la ironía, al humor para evitar la conmiseración o la complacencia cuando los refiero”, expresó en entrevista con La Razón, Eduardo Cerdán, también coordinador de la Escuela de Escritura de la UNAM.

¿Relatos que dialogan entre sí: germen de una posible novela? Sí, son historias que se miran en el espejo; pero, nunca pensé en una novela, siempre tuve el propósito de conformar un libro de cuentos. Diseñé estos relatos para que éstos conversaran entre sí de manera sutil, como si generaran ecos, ondas expansivas que cobran sentido por acumulación.

¿Huye usted de lo lastimero y de la ‘masculinidad’ absoluta? No quería un conjunto de narraciones plañideras ni tampoco un libro “de hombres”, trabajé con voces y miradas que pudieran hablar de esos personajes ridículos desde fuera.

¿Discusión con la mirada de una ‘socialización de la masculinidad’? Quería contraponerme a ese discurso de las redes sociales que se refiere a ‘la masculinidad’ como algo único, universal. Este modo de etiquetar las experiencias de vida parece responder a un determinismo anacrónico que rechazo. Me interesan las grietas, los naufragios, porque ahí no existen determinismos ni apariencias que guardar.

¿Los perros, actantes que le dan unidad temática al libro? Los perros, esos testigos silenciosos que de manera oblicua nos acompañan en nuestras caídas, en nuestros momentos de fracaso y dolor. Al escribir estas historias me di cuenta de que los perros —y las mascotas en general— son un territorio fértil para el género cuentístico, que también es silencioso, pues gana por lo que calla.

¿Qué significa para usted una mascota? Tengo a una perrita que vive conmigo, la adoro. Las mascotas se han convertido en una parte medular de nuestros paisajes, exteriores e interiores, y ponen a prueba nuestra capacidad para la compasión y también para la crueldad. Por eso, los perros mascotas de los personajes aparecen en todos los cuentos del libro.