Felipe II: imagen y propaganda

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Fernando Bouza, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, y digno representante de las nuevas generaciones de historiadores españoles que han ganado para la historiografía española el unánime reconocimiento internacional, publicó hace un par de años el libro Imagen y propaganda. Capítulos de historia cultural del reinado de Felipe II (Editorial Akal), prologado por el investigador francés Roger Chartier. Se trata de nueve artículos aparecidos en publicaciones especializadas de modo independiente pero vinculados por una temática común, tal como el autor demuestra en una breve introducción que es, de cierta manera, una justificación teórica interesante.

El nexo que enlaza los diferentes ensayos no es otro que la voluntad de Felipe II de ofrecer una imagen favorable de sí mismo y de la Monarquía Hispánica que encarna, el diseño de un proyecto y la puesta en práctica de un proyecto como el que recientemente Peter Burke ha analizado para otra época y otro soberano bajo el certero concepto de la construcción o fabricación de Luis XIV.

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Construcción para la que se emplearon los materiales más diversos, como son los que aquí se analizan: los textos (históricos, políticos o literarios), los escenarios (teniendo como paradigma la majestad de El Escorial), el mecenazgo ( de las letras, las artes, las ciencias) y hasta los nuevos gestos compuestos ante el público o la propia oralidad, un método de difusión muy eficaz en un periodo de altas cotas de analfabetismo. En este sentido, el autor sostiene que Felipe II fue quizá el primer monarca en usar conscientemente un aparato sistemático de propaganda y en convertirse en un “consumado actor de sí mismo”, explicando a lo largo del libro temas tales como la utilización del archivo para la conservación de la memoria, los emblemas retóricos que ayudaron a la tarea de la “agregación de Portugal”, de 1580, algunos episodios que delatan los servicios presentados por la tipografía o el debate en torno a la formación de la biblioteca de El Escorial.

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La condición de lusitanista del autor conduce con frecuencia la ejemplificación hacía el mundo portugués, planteando a veces cuestiones que sólo tangencialmente remiten al cuerpo central del libro, aunque es algo que no importa, ya que ofrecen puntos de vista nuevos sobre asuntos debatidos en su tiempo y discutidos después como la oportunidad del traslado de la capital al Imperio de Lisboa, privilegiando la vertiente marítima sobre la continental encarnada por Madrid.

El libro constituye, una excelente ilustración de una sugestiva corriente histórica e historiográfica que se viene trabajando entre algunos investigadores europeos. Se trata pues, de una historia cultural, pero, teniendo como objetivo principal la cultura política o la cultura de los círculos cortesanos en que se adoptan las decisiones de gobierno, podemos al mismo tiempo hablar de historia política, pues, tanto ayer como hoy, ¿en qué otro medio se da con mayor vehemencia esta persecución encarnizada de la buena imagen, con mayor arraigo este sentimiento de la necesidad de la propaganda? Felipe II, dice Fernando Bouza, vivió compulsivamente esta exigencia hasta el momento de su muerte, si hemos de creer a fray Jerónimo de Sepúlveda. Rememorado por el autor: “Fue casa maravillosa que el rey dejó escrito de su letra la manera cómo le habían de enterrar y otras cien cosas que tenía advertidas, hasta por qué puerta lo habían de sacar y por cual meter, que no parece iba a morir, sino a alguna gran fiesta”. Hay que decir que el estilo literario de Bouza fluye histórica y literariamente, lo cual ayuda mucho a la lectura y comprensión de los ensayos, pues desde hace tiempo, muchos historiadores están proponiendo una nueva forma de escribir la historia, que en casos como éste es realmente interesante.

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