Quiso una alineación de los astros que, tres días después de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, George Steiner saliera de la vida. Y cómo no, si creía en la idea de Europa (aunque sabía que esa especie de fe rozaba la impertinencia), en su red de cafés, en su herencia compartida. Si era el cosmopolita, el políglota, el intérprete por excelencia. Esa Europa ya no era para él, observador amoroso de la extraterritorialidad (esa condición que explica la universalidad de un Nabokov, de un Beckett, de un Borges, escritores multilingües). Su noble impertinencia cedió, y el nacionalismo (¡una vez más!) ganó la partida. Pero el magisterio de su humanismo queda como gran ejemplo para “fracasar mejor” (frase de Beckett que tanto le gustaba).
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¿Y por qué nos gusta tanto la obra de un erudito que bien pudo no traspasar el
círculo académico? En primera instancia, me parece, porque entendió que la academia era parte del mundo, un aula de puertas abiertas y poblada de correspondencias (la literatura es comparada o no lo es). Fue un maestro generoso con un talento impar para la divulgación, y aquí entra la segunda explicación de su popularidad (popularidad acotada, por supuesto: el nosotros que comprende a sus lectores es en realidad minúsculo): su prosa es una herramienta de bella, rara elocuencia, capaz de arrojar una nueva, legible luz sobre un oscuro pasaje de Heidegger. En su insistencia de que el crítico es un trabajador de segunda mano, un comentarista (aunque indispensable), una especie de cartero que pone el documento correcto en las manos correctas, advertimos un oculto orgullo, que jamás hubiera confesado abiertamente: reconocerse creativo en sus indagaciones, ser también un hacedor. Esto que dice es revelador: “Cuando se convierte en un sustituto de la ‘escritura creativa’, cuando muestra las cicatrices de los sueños perdidos, la crítica tiende al aforismo retórico, bien proporcionado y revelador”. Pero la crítica, la mejor (la de un Dr. Johnson, la de un Saint-Beuve), también tiene derecho a soñar desde ese lugar de privilegio que es la lectura total, transversal y sensible. Steiner lo supo, y tanto, que dedicó un libro hermosísimo, La poética del pensamiento, a explicarnos cómo las ideas más complejas requieren de la música de la transmisión; y viceversa: la música, es decir la poesía, es mera autocomplacencia si no piensa con profundidad. Muchas veces yo he leído a Steiner, lo confieso, como si acudiera a una fuente original, hechizado por la gracia de sus “comentarios”.
"Steiner lo supo, y tanto, que dedicó un libro hermosísimo, La poética del pensamiento,
a explicarnos cómo las ideas más complejas requieren de la música de la transmisión; y viceversa: la música, es decir la poesía, es mera autocomplacencia si no piensa con profundidad"
Al famoso dictum de Goethe contra los maestros: “El que sabe hacer una cosa, la hace; el que no sabe, la enseña”, Steiner responde con “Los buenos profesores, los que prenden fuego en las almas nacientes de sus alumnos, son tal vez más escasos que los artistas virtuosos o los sabios”. Y hoy son más necesarios que nunca, cuando la trivialización parece arrasarlo todo. Steiner supo prender ese fuego con “pasión intacta” y su impecable, incansable ejercicio de transmisión lo convierte también en un virtuoso y en un sabio. Afuera del salón de clases, afuera de las páginas de sus libros, Steiner extendió su vocación de trabajador de la palabra como un modesto, y constante, reseñista de libros y obras. Casi nadie sabía quién era Paul Celan cuando se propuso presentárnoslo, y fue de los primeros lectores en reconocer el talento de Sylvia Plath, de cuyos hoy célebres poemas “Lady Lazarus” y “Daddy” dijo: “Son poemas que aceptan riesgos tremendos, ya que llevan al límite la manera esencialmente austera de la autora. Son un amargo triunfo, una prueba de la capacidad de la poesía de dar a la realidad la más grande permanencia de lo imaginado. A partir de ellos era imposible volverse atrás”. En 1970 se lamentaba de la creciente fama de Borges, de que ese soñador de laberintos dejara de ser un secreto a voces, pero lo hacía con evidente ironía, divulgando él mismo los pormenores intelectuales de dicho secreto. Divulgar, enseñar, transmitir: pequeñas gestas suyas que nos hicieron y hacen menos ignorantes, mejor armados contra los saqueos de la estupidez.
"Casi nadie sabía quién era Paul Celan cuando se propuso presentárnoslo, y fue de los primeros en reconocer el talento de Sylvia Plath, de cuyos hoy poemas ‘Lady Lazarus’ y ‘Daddy’ dijo: ‘aceptan riesgos tremendos, ya que llevan al límite la manera esencialmente austera de la autora’"
Y no se trata de una mera acumulación de conocimiento sino de la temperatura moral que el saber trae consigo. Heredero de Voltaire y la Ilustración, Steiner aspiró a mejorar nuestro mundo a través de las ideas, pero no fue un optimista cándido, tal vez al contrario: las guerras del siglo XX, y sobre todo el horror (el inexplicable horror) del Holocausto le dejaron claro que el misterio de la creatividad es equivalente al misterio de la destrucción. Ambos temas, aquél luminoso y éste oscuro, le fascinaban, y pueden ser en realidad un solo tema: la convivencia, en nuestros corazones, de Bach y Auschwitz. Y, en el centro de esa pasmosa evidencia, el reinado del lenguaje como un arma de doble filo: “El lenguaje lo permite todo. Es algo espantoso en lo que no solemos reparar: se puede decir de todo, nada nos ahoga, nada corta nuestra respiración cuando decimos algo monstruoso. El lenguaje es infinitamente servil y no tiene —a eso se debe el misterio— límites éticos”. Y decir algo monstruoso es comenzar a hacerlo: el poder de la palabra es delicado, poderoso y peligroso, que puede alcanzar las cimas de Shakespeare o la propaganda genocida nazi. La obra toda de Steiner gira alrededor de ese conundrum, que tiene que ver con la filología y la religión, con la filosofía y la política, con la historia y la poesía. La palabra que crea, también aniquila: debemos tener cuidado.
"Heredero de Voltaire y la Ilustración, Steiner aspiró a mejorar nuestro mundo a través de las ideas, pero no fue un optimista cándido, tal vez al contrario: las guerras del siglo XX,y sobre todo el horror (el inexplicable horror) del Holocausto le dejaron claro que el misterio de la creatividad es equivalente al misterio de la destrucción"
Y la temperatura moral comienza con uno mismo. Una vida no examinada, como sentenció famosamente Sócrates (maestro de maestros) en su “Apología”, no merece ser vivida. Así se subtitula, precisamente, el libro autobiográfico de Steiner: Errata. Una vida examinada. Es un documento precioso (cuyo título apunta no sólo a la evidencia, según él, de no haber hecho las cosas bien, sino a la imposibilidad de que exista un texto perfecto, y toda vida es un texto: una gramática), recomendable para quien quiera acercarse a Steiner por vez primera: su vida, sus pasiones (destaca la música y su intraducibilidad, su incapacidad de mentir), sus lecturas (todo nace, sin exagerar, con Homero y la furia homicida de Aquiles, al igual que su llanto), sus maestros, sus libros centrales (Presencias reales, En el castillo de Barba Azul, La muerte de la tragedia, Lenguaje y silencio, Pasión intacta, Después de Babel…) y, por supuesto, su prosa misma en acción y en pleno vigor. Escuchémoslo (pues los ojos que leen deben escuchar): “Babel fue lo contrario de una maldición. El regalo de las lenguas es precisamente eso: un regalo y una bendición inestimables. Las riquezas de la experiencia, la creatividad del pensamiento y del sentimiento, las penetrantes y delicadas singularidades de la concepción, posibilitadas por la condición políglota, son la agencia preeminente y ventajosa del espíritu humano”.
Y, no obstante, como siempre en Steiner, prevalece en su pensamiento una inevitable nota de tristeza (tristitia), que nuestros tiempos no hacen sino confirmar. En un paseo, vio los anuncios puestos por un vendedor de bienes raíces. En lugar del clásico “Vendido”, un letrero decía: “Lo sentimos. Demasiado tarde”. Steiner apunta, súbitamente oscurecido: “Exactamente. Si hay una tumba para la esperanza, ése es su epitafio”. No le hagamos caso: desobedecer al maestro es parte crucial del aprendizaje, y su legado es uno de lucidez y esperanza. Al menos, fracasemos mejor.
George Steiner
Nació: 23 de abril de 1929
Murió: 3 de febrero de 2020
Profesión: Docente, filósofo, crítico y teórico de la literatura y cultura.
Reconocimientos: Premios Truman Capote, Príncipe de Asturias de Comunicación
y Humanidades e Internacional Alfonso Reyes.

