LÍDER

LÍDER
Por:
  • raul_sales

Nunca he sido líder, desde niño hacía lo posible por pasar desapercibido, por no destacar, no es que fuera malo pero, el buscar el reflector te exponía al despiadado señalamiento, la crítica, sufrir el riesgo del descalificativo pronto o la agresión envidiosa. Pasé por situaciones complejas y, no obstante, siempre puede evadir ese lugar en que el destino suele probar de que estas hecho. Lo hice hasta el día de hoy y no es que mi deseo de ocultarme se acabara o que de un día para otro decidiera salir de la cómoda zona gris para convertirme en reflector de esperanza. No, lo mío sigue siendo un camino por la sombra, por la oscuridad elegida, solo que... ya no hay nadie más.

Empezaré por lo que todos ya saben, la declaratoria de campaña del país vecino que termino por derrumbar lo poco que quedaba en el nuestro. Llevábamos veinte años en medio de una lucha entre cárteles, una lucha condenada al fracaso mientras no se moderara el consumo de estupefacientes en el norte y el flujo de armas desde el mismo lugar, una guerra que no debía pasar por seguridad sino por salud pero donde terminamos perdiendo la primera y olvidando la segunda. Pero, no es solo eso, desde 1846, en esa guerra donde perdimos la mitad del territorio nacional, no teníamos estas grandes mafias de la droga y no obstante, hubo guerra, una que terminó por someter nuestros intereses a los de arriba, en otras palabras, nos volvimos el patio trasero donde se tiran los desechos, donde se guarda al perro para que no moleste a las visitas en la sala. No, no culpen a los vecinos, en todo caso fue culpa nuestra por la comodidad de no tener que preocuparnos por nuestro futuro sino pegarnos como rémoras a ese otro futuro que nunca fue el nuestro.

Disculpen, nuevamente me salgo de tema, narraré mi historia sin emitir opinión y dejaré que ustedes juzguen, que ustedes... me juzguen.

Soy Pedro Zapata, nacido el 17 de octubre de 1984, hermano menor de ocho, en un pueblo de la sierra donde las más mujeres eran más que hombres y los que había, eran niños y ancianos. Sí, había, ahora solo es un pueblo fantasma donde aún se ven casquillos tirados y agujeros en las paredes.

Inicié esta narración diciendo que nunca he sido líder, nunca he querido serlo y sigue siendo verdad indiscutible pero, cuando tienes la mala fortuna de quedar entre un fuego cruzado, uno más allá de las balas, uno que tiene que ver con intereses económicos y con formas distintas de clasificación de seres humanos, uno que se encuadra en un código de ética binario, los malos y los buenos, ellos y nosotros, sí y no. El problema es que, como en la vida, la verdad, depende desde que lado de la mesa estás y si a eso se le suma un litro de dinero, una taza de patriotismo exacerbado, dos cucharadas soperas de odio y una pizca de necesidad, la receta de la destrucción está lista.

Las primeras intervenciones fueron realizadas de forma cuidadosa, con pinzas, con inteligencia y con toneladas de papel diplomático de por medio, operaciones de desmantelamiento quirúrgico, aprensiones clave, recuperación de territorio y luego, todo se fue al garete, una emboscada, tres militares extranjeros fallecidos y la neblina roja cubrió toda posibilidad de razón. Lo que para algunos había sido señalado como intromisión había sido manejada con cuidado, después de ese hecho, el ambiente cambió, dejó de importar “la percepción” y solo importó el resultado, a costa de lo que fuera, como fuera.

Si la intención era acabar con los cárteles hubiera sido mucho más sencillo, cerrar el trasiego de armas, perseguir el lavado de dinero, disminuir al punto de cero su capacidad de reacción y entonces sí, como frutas maduras cayendo en el cesto, atrapar a los delincuentes pero, no fue así, ni siquiera se intentó limitar la entrada de armas, vamos, el negocio era redondo y las “casualities of war” se quedarían en este lado, lejos de sus serenos y acogedores hogares.

En dónde te refugias si abajo están los que pisaste para complacer a los mismos que ahora te pisan desde arriba. Estábamos solos, estábamos sobrepasados y yo, que nunca quise sobresalir terminé siendo la única opción para guiar a los que no éramos los “malos” pero que, por vivir en el mismo país, quedábamos totalmente excluidos de los “buenos”.

En estos momentos nos encontramos arrastrándonos entre calles enfangadas que antes fueron orgullosas avenidas principales, es casi un suicidio salir después del toque de queda pero tampoco podemos quedarnos, sabemos que las tropas se dirigen a este punto y no tenemos donde resguardarnos, solo queda salir de la ciudad y puerto de Veracruz y seguir nuestro camino hacia la recién creada República de Yucatán que se convirtió en nuestra propia Suiza neutral. Si logramos salir no tendremos problema hasta llegar a Tabasco donde la fallida refinería de dos bocas es una zona controlada, ahí tendremos que rodear.

Cada día se nos unen más refugiados, algunos padres nos ruegan que nos llevemos a sus hijos, esto se está convirtiendo en una interminable hilera de infantes con apenas algunos adultos a cargo, ninguno de nosotros está armado, es una decisión que tuve que tomar, en mi lógica, ir armado significa convertirse en un blanco válido. No obstante, conforme se unen más personas, las presiones por armarnos aumentan, hablan de nuestra seguridad y los entiendo, en este momento en que no tenemos certeza alguna del futuro, el hoy se vuelve lo único que tenemos y pensar que nos lo arrebatarán enloquece a cualquiera sin embargo, nuestra mayoría son menores de edad y armarlos se me hace un acto de irresponsabilidad absoluta.

Conforme nos acercábamos a Campeche, los ánimos mejoraban pero aún seguíamos en Tabasco que era una región estratégica para los “salvadores”. Querían acabar con el “terrorismo” no conseguir tierra para un nuevo canal, minas de litio, plata, oro, querían seguridad y se terminó con expansión y no pudimos decir ni esta boca es mía.

Tan cerca y tan lejos, lo que antes era una travesía corta era, ahora, una lenta marcha de semanas con hambre, calor húmedo, insectos y la espada de Damocles pendiendo sobre nuestra existencia.

Antes de llegar a Frontera, en Francisco I. Madero nos vieron y nos detuvieron, casi 1000 niños y 300 adultos levantamos las manos al unísono e hincamos nuestra rodilla para la inspección, el idioma, ajeno, retumbaba en nuestros oídos, ninguno de los que sobre el ardiente pavimento estábamos entendíamos las instrucciones a grito pelado, el llanto de los más pequeños fueron creciendo hasta que un culatazo volteó la cabeza de uno de ellos. No sé que me pasó, no sé si fue el cansancio, el coraje, la desesperación pero, algo dentro de mí reventó.

No recuerdo que pasó exactamente, cuánto duró o como fue que terminamos imponiéndonos, el saldo, fue de 24 de ellos y casi todos los adultos de nuestro grupo y decenas de infantes regando con su sangre la tierra de lo que alguna vez fue nuestra patria. Algo se rompió para siempre dentro de nosotros.

Soy Pedro Zapata, el responsable de hombres y mujeres que confiaron en que no debían ir armados, de niños muertos que esperaban que los adultos los protegieran, ciudadano de un país que estuvo dividido hasta que fue tarde, guía sin dirección... Soy Pedro Zapata... líder de la resistencia.