SANTA NO EXISTE

SANTA NO EXISTE
Por:
  • raul_sales

“Santa Claus no existe”. Esa frase resonaba en su mente, no por el hecho de la existencia de un sujeto obeso montado en un supuesto escalón moral de flamígero juicio conductual. Eso le traía sin cuidado. Si pudiera decir porque su hígado se le retorcía, lo habría atribuido a la mala entraña de un niño mayor diciéndoselo a uno más pequeño en el patio del colegio. Un colegio que podía considerar suyo pero, no por su asistencia, sino porque era la esquina donde mayor dinero sacaba con la culpabilidad de los ricachones al verlo mientras llevaban a sus emperifollados y uniformados vástagos. Una mirada hacia arriba manteniendo el mentón abajo, una voz apenas audible y el universalmente aceptado, extendido de mano. La culpa es manifiesta cuando hay un comparativo a la mano que despierte emociones intensas. Los papas daban buena limosna, los choferes y las nanas asestaban las patadas.

Siempre se quedaba hasta el receso antes de irse a pasar el trapo sobre los panorámicos de los autos del crucero, lo hacía porque le gustaba, de manera algo masoquista, ver que sacaran de desayuno viandas que en su vida podría comer y también, ver la clase social no afectaba en  nada la eterna condición humana de pisar al semejante.

Envidiando lo que veía sacar de las loncheras y marcando el ritmo su gruñir estomacal escuchó al mayor decirle al menor que “Santa Claus no existe, son los papás”. Claro que santa no existe, eso lo supo a los tres años cuando un tipo disfrazados de “bonachón” gordo, le dio un empujón y le dijo que se largara del parque porque “le arruinaba el negocio”, ahí supo que la ilusión es una perdida de tiempo y que si bien los papás la cuidan, él nunca había tenido quien lo hiciera, su mamá lo abandonó en un asilo cuando ni destetado estaba y había días en las que se preguntaba si tuvo suerte de sobrevivir o si estaba pagando algún karma heredado.

“Santa no existe” pufff. Se alejó pensando en que cambiaría cualquier tipo de obsequio de temporada por la seguridad de al menos una comida diaria pero, si algo había aprendido en sus eternos y maduros nueve años era que la suerte se la hace uno y que la comida no tienen que ver con ella.

Sacó de su bolsa un gorro navideño deslucido que había encontrado en un terreno baldío y que había lavado bajo las lluvias atípicas de fin de año y se lo caló para que le tapara algo las frías orejas. Con las manos no había nada que hacer, se le entumecían al estar usando el trapo para limpiar los cristales de los autos y no importaba, era uno de los momentos en que mejor le iba en el año, todos tenían dinero por los aguinaldos, el humor de los conductores estaba atemperado por la cercanía de la pausa laboral por las fiestas y por el bombardeo mediático de “Es tiempo de dar” el extendía la mano de ventanilla en ventanilla y aunque no le dieran, les deseaba una feliz navidad lo que les causaba cierta sensación de “falta de espíritu navideño” que se reflejaba en que lo llamaran de vuelta para extenderle unas monedas o un billete. La experiencia le había enseñado que autos limpiar, siempre había más suerte con las mujeres o con los hombres acompañados de una y nunca, se acercaba a los taxistas o microbuseros, ellos estaban en otra sintonía y salvo unas excepcionales ocasiones, lo más que se llevaba era un insulto en voz baja.

Pasaron las horas y regresó a su colegio, la salida estaba próxima, el hambre era una constante por lo que se detuvo en un tienda de conveniencia y esperó a encontrar al buen samaritano que le dijera las palabras “agarra lo que quieras”, siempre agarraba algo nutritivo para que no le pusieran mala cara pero, lo importante era agarrar algo con harina para que con el refresco embotellado se inflara dentro del estómago dandole la sensación de saciedad.

Las palabras seguían en su cabeza “Santa Claus no existe” y no entendía el motivo de que no hubiera podido sacárselas, quizá por el rostro del niño rico que sintió destrozada su fantasía y él sabía muy bien lo que era eso. Claro, él lo sentía diario y quizá por ello no le afectaba tanto como al que le habían dado todo y de repente se entera de que lo que da por hecho es una mentira avivada por los que deben de protegerte y decirte la verdad siempre. Al menos eso pensaba que los papás deben de hacer, aunque pensándolo bien, algunos niños del colegio les intentaban contar su día y los adultos se la pasaban celular en mano haciendo “cosas importantes” y estando ausentes incluso estando presentes. No sabía que era peor, no tener papás o tenerlos y ser solo un accesorio de las ocupadas vidas de socialité.

Modificó su rostro, puso su cara más triste y empezó a pedirles a las ocupadas madres que salían del gym o del café con amigas para buscar a sus retoños, en esa hora casi no había hombres, ellos también estaban ocupados en sus fastuosas oficinas.

Mientras pedía observó a uno de los riquillos, su pelo aún tenía trazas de gel pero estaba despeinado y los ojos rojos e hinchados hablaba del llanto. El niño que había tenido su dosis de cruel verdad aún no la procesaba. Por un breve instante se alegró de que alguien más sufriera pero, inmediatamente se sintió culpable pues recordó a los borrachitos del callejón que culpaban al mundo de sus desgracias mientras ellos se destrozaban el hígado con alcohol del más barato en lugar de cumplir con sus obligaciones familiares o adecentarse para buscar trabajo. Se burlaba de ellos porque eso de culpar al universo era tan absurdo como esculpir para arriba y él, acababa de hacer lo mismo, se alegró de la desgracia ajena pues alguien se había unido a su dolor.

Con cuidado se acercó al niño, este tendría apenas uno o dos años menos que él pero, la vida hace madurar aprisa.

-¿Qué tienes niño?-

Este levantó el rostro y en ella se reflejó una mezcla de asco y miedo. Esa mirada hizo que estuviera a punto de mandarlo al carajo. Él no tenía necesidad alguna de consolar a un niño que tenía todo pero, se quedó, no supo la razón pero, lo hizo.

-¿Por qué lloras?-

-No estoy llorando.-

-Pero lo hiciste porque tus ojos parecen un par de huevos estrellados.-

El niño se tocó los ojos en una reacción automática y lo volteó a ver con el ceño fruncido.

-Relájate carnalito, no me estoy burlando.-

-Si lo haces.-

-Bueno pero, no de lo que crees. Me burlo del tipo que te dijo que Santa no existe.-

Sus ojos y su boca se abrieron por la sorpresa de que alguien supiera eso y quizá eso más el nombre perfectamente tejido en las mochilas negras genéricas para evitar “comparaciones” fue lo que le dio la idea.

-A ver Luis...-

-¿Cómo sabes mi nombre?-

-En estos días Santa escucha todo y me mandó decirte que mereces saber la verdad, y no, no es la que te dijo el tipo ese. Me pidió que te dijera que todos están mal, que no pienses que es un gordo barbón vestido de rojo chillón, que los regalos son un accesorio y que efectivamente son los papás los que los dan pues ellos son los únicos que pueden juzgar si su hijo se portó bien o mal.-

-Entonces ¿Es cierto que son los papás?-

-¿No escuchas? Santa existe pero ni siquiera se llama así, así lo conocen y en estos días está en todos lados. ¿No ves que todo mundo desea feliz navidad?-

-Ajá pero no tiene nada que ver.-

-Carnalito, cuando alguien te desea feliz navidad sonríe y eso significa que ya entró el espíritu navideño y sabes que los espíritus no se pueden ver.-

-¿Y los regalos?-

-Ah, esos son la consecuencia de lo que el espíritu le hace a los papás.-

-¿Cómo?-

-Tsss, pides demasiado, solo me mandaron a contarte la verdad, no el como lo hace pues eso ni yo lo entiendo.-

-¿Entonces si existe?-

-Me cae que en este colegio no les enseñan a escuchar. ¿No acabo de decírtelo?-

Una sonrisa cruzó el rostro del niño y fue contagiosa pues él terminó sonriendo también. Le acababa de contar una sarta de mentiras pero, una mentira bienintencionada mata una de mala vibra.

-Nos vemos Luis.-

Ese día no pudo ocultar su buen humor, hasta las calles se veían más iluminadas y no sabía si era coincidencia o no pero, ese día, después de hablar con el riquillo, todo le había salido bien, se había encontrado puro buen samaritano y al final del día, por alguna extraña razón, terminó preguntándose si lo que le había contado al niñato no era verdad y él solo había sido el conducto.

Cuando aceptó que era probable, sintió una calidez inusual y quizá, por primera vez en su vida... no se sintió solo.