Se trata de un libro necesario. Necesario para comprender lo que es la democracia y su contrario, el autoritarismo, para entender la ruta que siguió nuestro proceso democratizador y la ola autoritaria que está destruyendo mucho de lo edificado. Temas que deberían estar en el centro del debate nacional y que sin embargo a muchos no conmueven.
Lorenzo Córdova recogió algunos de sus artículos en el diario El Universal y de sus intervenciones en Latinus y los agrupó bajo dos grandes paraguas: “La democracia como sistema” y “El Estado constitucional”. Incorporó dos ensayos: “Estado, balance y futuro del sistema electoral” y “Entre el autoritarismo y la democracia” y además recogió su intervención en aquella magnífica y monumental concentración en el Zócalo del 18 de febrero de 2024 en defensa de la democracia en la cual él fue el único orador. Ahí afirmó:
No se vale exigir reglas de equidad y condiciones justas de la competencia política siendo oposición y violarlas sistemáticamente siendo gobierno. Esa deslealtad hoy pone en peligro a nuestra democracia.

Tres bajistas que ya no están / III
Virtudes
Las virtudes de los textos saltan a la vista. Tienen una capacidad pedagógica poco común. Por ejemplo, sus breves artículos en el periódico responden regularmente a algún acontecimiento en curso o sucedido recientemente, pero no se paralizan en él. Por el contrario, son alumbrados por una explicación que mezcla elementos de nuestra historia y del arsenal conceptual que permite entender y calificar los muy distintos regímenes políticos. De tal suerte que el asunto comentado pueda develar su significado más allá de su inmediatez.
HAY ADEMÁS UN MANEJO conceptual preciso y elocuente. No se trata de adjetivar por adjetivar, tampoco de utilizar las palabras como si fueran premios o dagas, sino de explotar los conceptos con toda su carga analítica y explicativa. La formación de Córdova está presente en cada página y es parte fundamental de un esclarecimiento al mismo tiempo razonado y prescriptivo.

El esfuerzo está centrado en el afán por arrojar luz sobre lo que está sucediendo. Si un buen número de académicos, periodistas y políticos han decidido ver hacia otros lados, si se entretienen en asuntos menores o en algunos sin duda relevantes, Córdova ha decidido ir directamentea la nuez del asunto: el tránsito de un régimen democrático a otro autoritario. No es un tema más de la llamada agenda nacional, sino quizá el tronco fundamental de la transformación política que está viviendo el país.
También llama poderosamente la atención que siendo materiales escritos en 2023 y 2024 (antes de las elecciones), todavía contienen cierta confianza en que la ola autoritaria pueda ser frenada. Algunos de los temas abordados en el libro se encontraban abiertos, en curso; su desenlace era incierto y el “optimismo de la voluntad” esperaba que el desenlace no fuera el que hoy, por desgracia, conocemos. Al leer el libro uno constata que hemos pasado de las alertas a la constatación de que muchos de nuestros temores se han hecho realidad. Por ejemplo: en su videocolumna del 6 de febrero de 2024 en Latinus, Lorenzo Córdova decía “el presidente sabe que sus propuestas de reforma constitucional no van a transitar, pero son un pretexto para ahondar la polarización…” Y tenía razón. No contaba con los votos en el Congreso. No obstante, luego de las elecciones de ese mismo año, y de la forma truculenta y violatoria de la Constitución, como se repartieron los diputados plurinominales, el escenario cambió, y a partir de entonces la coalición gobernante hace su voluntad, sin aquel contrapeso que significaba un Congreso sin mayoría calificada.
Temas
La democracia, nos informa Córdova, supone “espacios institucionales para que la pluralidad política conviva de manera pacífica, para que la disputa por el poder ocurra a partir de una serie de reglas pactadas y aceptadas”. Se escribe fácil, pero es una construcción compleja que demanda normas, instituciones, prácticas y valores para hacerla sustentable, ya que “el prin-cipal riesgo es degenerar en el despotismo”. Es, por definición, un régimen político legítimo y apreciado, pero —en nuestro caso— frágil, susceptible de ser sustituido por su antítesis.
POR ELLO, CÓRDOVA DESMENUZA y denuncia la intolerancia, la polarización artificial que edifica un escenario que únicamente contempla a “amigos y enemigos”. Revisa no sólo los énfasis del discurso reduccionista sino sus tonos, sus fórmulas para amedrentar, para alinear a la sociedad en dos bandos, y plantea la aguda preocupación porque sea la puerta de entrada de la violencia. El discurso autoritario, escribe, niega “valor y validez a las posturas distintas” y asume “que las propias son las únicas que tienen derecho a existir”. Es la piedra de toque que ha subvertido la premisa de la democratización del país. Esa premisa era que la pluralidad política resultaba un importante haber de la nación y que había que procurarle un entramado constitucional e institucional para su convivencia y competencia polí-tica. Por el contrario, el gobierno que se instaló en 2018, en efecto, acuñó la peregrina idea de que nada más ellos personifican la voluntad popular y que los que no coinciden con sus dichos y hechos no son más que la encarnación del antipueblo.
La coalición en torno a López Obrador explotó “el descontento social”, producto de una democratización que le dio la espalda a la cuestión social, a muchas de las necesidades de amplias capas de la población. Nos dice Córdova que la “persistente pobreza”, la “ominosa desigualdad”, la corrupción y la impunidad, la violencia y la inseguridad, son potentes alimentos del descontento social, que junto con el “descrédito creciente de las instituciones democráticas, en particular los partidos y los parlamentos”, aceitan reacciones que pueden nutrir las plataformas autoritarias. Un caldo de cultivo que puede llevar y nos ha llevado a tirar al niño (la democracia) mientras mucha agua sucia persiste.
Córdova, llamaba la atención, y con razón, de las reiteradas violaciones a la ley por parte del presidente López Obrador (destacadamente las electorales), sobre los nutrientes tradicionales del presidencialismo autoritario, analiza la crisis de derechos humanos y lo que sucedía y sucede en la Comisión Nacional, repasa el acoso contra el INE y las instituciones autónomas, ilustra los resortes autocráticos de las políticas de AMLO y su negativa reiterada a siquiera dialogar con los “otros”. Todo ello, en contraposición, ayuda a comprender lo que es y debe ser el arreglo democrático, la importancia de las instituciones que lo ponen en pie y la centralidad que tiene y debe tener la Constitución.
EL ESTADO CONSTITUCIONAL moderno, nos dice, intenta “evitar el eventual abuso del poder”, porque se sabe, ese abuso suele atentar contra las libertades y derechos de los ciudadanos. Los componentes de ese Estado deben ser el reconocimiento de los derechos humanos, la división de poderes, el principio de legalidad, el compromiso con la supremacía de la Constitución, el que para su modificación se requiera de un “procedimiento agravado”, es decir, de una mayoría calificada y que exista un mecanismo de “control de constitucionalidad”. Esto significa que el gobierno y la mayoría no pueda hacer su muy real saber y entender, puesto que, si se trastocan los límites enunciados, estaremos transitando de un Estado democrático a otro caprichoso que coloca en la indefensión a los ciudadanos.
El gobierno, en democracia, no es absoluto, omnipotente, y los distintos poderes deben convivir en un cierto equilibrio, e incluso lo aprobado por el Congreso debe ser revisado por la Corte. Para decirlo con otras palabras, el poder debe estar modelado y limitado por el derecho. Pues bien, eso es precisamente lo que se ha estado desmontando. La desaparición de diferentes órganos autónomos para que el Ejecutivo asuma sus funciones, mayorías espurias en el Congreso que piensan que no tienen límites, la desaparición del Poder Judicial (lo que incluye a la Corte), asuntos sobre los que Córdova alertaba y hoy son realidades consumadas.
Estamos viviendo una reconcentración del poder presidencial, una subordinación de los otros poderes constitucionales al Ejecutivo, órganos autónomos que son borrados o se vuelven sumisos, un desprecio a las organizaciones de la sociedad y la utilización de los medios públicos como si fueran partidistas y por ello facciosos. Todo ello configura un nuevoEstado: autoritario y vertical que no reconoce la legítima coexistencia de la divesidad política, que de manera si se quiere oscilante se venía abriendo paso entre nosotros.
Pero se anuncia algo más: una reforma electoral que eventualmente puede suprimir las figuras que permiten la convivencia (tensionada) de la diversidad política. La pretensión de acabar con diputados y senadores plurinominales y también con los senadores de la primera minoría, no tiene otro objetivo más que sobrerrepresentar a la mayoría y jibarizar a las minorías. Pues bien, Córdova, en el libro, realiza una defensa fundada de esas figuras. Esos pasajes, ojalá me equivoque, serán de una enorme pertinencia en las próximas semanas o meses.
El gobierno, en democracia, no es absoluto, omnipotente, y los distintos poderes deben convivir en un cierto equilibrio, e incluso lo aprobado por el Congreso debe ser revisado por la Corte
Historia y futuro
En los dos ensayos largos el lector encontrará una breve y didáctica historia de nuestro proceso democratizador, una periodización del mismo, una evalua-ción de su “estado de salud” antes del triunfo de Morena, que sin duda sirven para comprender el arduo y complejo tránsito de un régimen autoritario a una germinal democracia y para percibir sus virtudes. No se trató de una aparición, tampoco de un momento, fue un proceso (zigzagueante) acicateado por la necesidad de un país que no cabía bajo el manto de una sola ideología o de un solo partido, y cuyas fuerzas políticas entendieron que la única forma para su coexistencia civilizada era la democrática.
Córdova también se detiene en los intentos fallidos de reforma electoral que pretendió AMLO. El primero no encontró los votos suficientes en la Cámara de Diputados y el segundo fue declarado inconstitucional por la Corte porque no se siguieron los pasos necesarios para que la reforma pudiera ser conside-rada válida. Explica, azorado, lo que se pretendía; escribe sobre las condiciones que debería cumplir una reforma en ese terreno (en particular la de ser negociada y aceptada por la diversidad de fuerzas políticas) y propone un temario más que pertinente para actualizar las normas electorales. Me temo, sin embargo, que por lo que hemos observado, la mayoría mecánica en el Congreso puede, de nuevo, desplegar su monólogo y actuar como si los otros no existieran. Por supuesto, ojalá me equivoque.
Porque si como escribe Córdova, la transición democrática tuvo cuatro ejes: “la apertura del sistema político”, “la creación de reglas, procedimientos e instituciones que garantizaron el voto libre”, “un replanteamiento profundo de la estructura y rol del Poder Judicial para gozar de auténtica independencia” y la “creación de una serie de órganos constitucionales autónomos”, el proyecto −hoy (casi) hecho realidad por los gobiernos que se inauguraron en 2018− fue desmantelar a los cuatro.
Estamos frente a un libro de una impor-tancia capital. Un libro que no se anda por las ramas. Que enfoca sus baterías a lo que debería ser el centro del debate nacional: ¿México vivirá su vida política bajo un formato democrático o, por el contrario, en un escenario autoritario? Y por lo que vemos, todo parece indicar que el autoritarismo ya se impuso.
Nota
No entendí por qué reproducir el dicho de Vargas Llosa de que México vivía en una “dictadura perfecta”. Si bien aparece entre comillas siempre pensé que esa afirmación era más una ocurrencia que producto del análisis; máxime que fue pronunciada en 1990, cuando en el país ya se habían aprobado tres importantes reformas político-electorales y México se encontraba en un proceso, ciertamente incierto, de cambio político democratizador.
