—Ya llegaron las gripas de enero— le digo a Ana, mientras termino de exprimir unos limones para para preparar un menjurje. Unas gotas de jugo me dejan al rojo vivo los huecos entre los dedos y un parte de la cara posterior de la palma derecha. Me enjuago con agua abundante, me seco con una toalla y evito rascarme. Calmo la picazón con ligeros pellizcos que parecen más bien apretones con la yema del dedo gordo sobre las zonas irritadas.
Termino la preparación con miel y jengibre y me voy al sillón con Ana. Ponemos en la tele una película. El actor Sebastián Stan nos sorprende gratamente en su interpretación del joven e inseguro Donald Trump. Durante la película me embadurno tres o cuatro veces las manos con un bálsamo para calmar los picores. Acaba la película y nos hemos enterado que Trump es una suerte de vehículo de un vampiro americano: El abogado Roy Conh, quien le enseñó al actual presidente de Estados Unidos a lastimarse la piel en una cama de bronceado.
ME VOY A LA CAMA. La comezón es aguda y como siempre, esquiva. Al rascar ligeramente un sitio la sensación pasa a otro punto del cuerpo. Me quiero arrancar las dos manos, pero si me arranco una la otra tendría que sacarla a mordidas. No llego a tanto, un poco de cortisona y un antihistamínico son suficientes para encontrar alivio.
Conozco estos picores nocturnos desde los siete años. Tuve los dos antebrazos plagados de eczema durante un tiempo. A los doce mis padres encontraron un doctor que pudo remediarlo, al menos por un tiempo. No volví a tener erupciones hasta pasados los veinte y desde entonces el mal va y viene. He tenido suerte, los brotes nunca me han salido en zonas que me causen vergüenza o mi autoestima se vea afectada. En su breve ensayo “En guerra con mi piel”, el escritor John Updike, quien padeció de psoriasis, menciona: “No puedo pasar por una superficie reflectante en la calle sin mirar hacia adentro, con la esperanza de haber cambiado de alguna manera. La naturaleza y el yo, las grandes mitades de la existencia terrenal, están divididos en dos por una fascinada ambivalencia. Uno odia su piel anormal y en erupción, pero se ve inducido a prestarle una atención inquietante y solícita. Uno odia la Naturaleza que ha impuesto esta aflicción, pero sólo a esta misma Naturaleza se puede apelar para borrarla, para curarla”. Updike utilizaba un medicamento llamado Soroil. Uno de los carteles publicitarios de estar marca decía: “El Soroil es tu amigo, la psoriasis es enemiga de la belleza”.
Voy a consulta con una nueva dermatóloga. Ella me dice que ya no se utiliza el concepto de neurodermatitis, que la angustia o la ansiedad no son los causantes de la aparición de eczema, sino es el tipo de piel que tengo. De ser así, le pregunto, cuál es el motivo para que sienta mayor comezón e irritación cuando no tengo la cabeza ocupada en otra cosa. No obtengo respuesta, pero sí una receta con más cremas y suplementos alimenticios. La cortisona es mi amiga. Salgo de consultorio y observo mis manos rojas. Sé que después de unos días volverá a aparecer el trazo entre mis nudillos que se borra con la inflamación.


