Escribo esta odisea: Llegar de la cocina al cuarto de baño de la casa de mis padres. En su casa hay tres sanitarios, dos arriba y uno abajo. Uno al centro del segundo piso, otro bajo la escalera, y otro en la recámara principal. Siempre tuve uno favorito así que dedico mi relato a ese camino. Había una hora en particular en que estaba desocupado. Si mis tareas lo permitían me apartaba esa hora.
Termino el relato. Más tarde lo reviso en el cuarto de baño de mi oficina, mientras me tomo un descanso. Quito partes, hago más pequeñas las descripciones, borro todo lo que me parece impropio o demasiado revelador sobre la intimidad familiar. Las historias de dolor y de vergüenza no pueden ponerse en un simple relato sobre la necesidad de ocupar el baño antes que cualquiera de las seis personas con las que se comparte el hogar. Leo el relato y me siento conforme. Me levanto del retrete, busco la pastilla de jabón y me tallo las manos. El eczema no se ha ido. No debería usar este jabón, pero es imposible cargar con tu propio cuarto de baño a todas partes. Termino con las manos, me acomodo el cabello y me miro al espejo. Como Borges, siento “el horror ante el cristal impenetrable, donde acaba y empieza, inhabitable, un imposible espacio de reflejo”.
Envío el relato y algunas notas más de mi teléfono a la computadora para hacer una corrección final del texto y poder enviarlo al suplemento lo más limpio posible. Al abrirlo en la pantalla de la computadora lo encuentro aburrido, más aburrido que un catálogo de materiales para construir una recámara o un cuarto de baño. Me arrepiento de haber escrito sobre el cuarto de baño y de no tener el atrevimiento para hacer un breve ensayo sobre las cosas que pienso y que ocurren o pueden ocurrir en el retrete o en una regadera. En realidad, lo sé, no son muchas ni muy imaginativas, pero es la experiencia humana. Lo leo de nuevo y lo encuentro manido. Decido borrar todo lo que no se relacione con mis luchas intestinales y acabarlo más tarde.
AL LLEGAR A CASA CENO LIGERO, porque el doctor Takeshi así me lo ha recomendado y porque obedezco las pulsaciones de mis tripas. Un yogurt, algo de fruta, y unas cuantas nueces. Bebo un bote agua y le cuento a Ana que, a veces, siento que el líquido recorre mi cuerpo a toda velocidad y al finalizar un trago siento frescura inmediata en las piernas.
El departamento en el que vivo tiene dos baños. Ana y yo nunca habíamos compartido ese lujo. Cuando nos mudamos tuvimos que pensar si era conveniente que cada quien se quedara con uno de los sanitarios, lo decorara a su modo y se encargara de limpiarlo de forma personal. Resultaba poco práctico.
En la noche antes de dormir necesito al menos media hora en el retrete. Mis intestinos son lentos. El doctor me regañaría si le dijera que me entretengo en la taza, pero aquí estoy. A veces no quiero pararme y encontrarme tan rápido de frente al espejo. Estoy de acuerdo con Juan José Millás: “para inventar un cuarto de baño hay que poseer un talento narrativo fuera de lo normal”.


