Aver, yo ya admiraba a Interpol y a The Strokes, pero desde que leí Nos vemos en el baño (Neo Person, 2018), mi respeto hacia ellos creció de manera exponencial. Qué forma de drogarse. Y eso se lo debo a Lizzy Goodman.
Todo mundo sabía que estos muchachos eran unos atascados, pero no es lo mismo conjeturar que leerlo (escucharlo) directo de sus bocotas. El rostro más visible de su adicción era Julián Casablancas, que salía siempre hasta la madre y no se preocupaba por ocultarlo. Pero no era el único. Todos estaban en el camino de la destrucción, y no hay duda de que gracias a ello hicieron música tan chingona. Porque el caos cuando es auténtico produce insuperable belleza.
No será la primera vez (ni la última) que Nueva York ha salvado al rock. Durante la década de los noventa el género registró cambios a la velocidad del sonido. Hacia el 95 el grunge cedió el trono al britpop, pero para finales del milenio el nü metal con su maldad de juguete y el happy punk con su ñoñez se apoderaron de la escena. En cuestión de un par de años se gestó un movimiento en la Gran Manzana que le devolvería la dignidad a nuestro amado rock. Y es justo así como empieza Nos vemos en el baño, con la descripción de la gran ciudad en voz de los músicos protagonistas. “La idea de mudarte a Nueva York a probar suerte es muy poderosa, es como una droga”, según Dave Sitek, productor de los Yeah Yeah Yeahs.

‘Mani’, el rock y el futbol
“NUEVA YORK ERA BLONDIE, Patti Smith, los Ramones, Televisión”, según Karen O. El impacto que tuvieron los setenta en esta nueva generación, la tendrían ellos a inicios de los dosmiles. Se trata de la misma impresión que causaron en Lizzy Goodman, una periodista musical que entendió que esta historia merecía ser contada como una historia coral, justo como Por favor, mátame. Y para ello realizó una sensacional aventura: ciento de entrevistas con las bandas que lideraron el Renacimiento. Hasta consolidar este adictivo mamotreto de casi 700 páginas.
Como otras memorias orales, Nos vemos en el baño cuenta los hechos de manera cronológica. Inicia con los prehistóricos Jonathan Fire*Eater, el antecedente más inspirador de unos jóvenes The Strokes, y con The Walkmen. Y a partir de ahí el viaje por bares, sótanos, salas de ensayo, fiestas, pedas, hoteles baratos, departamentos desvencijados y las calles de una Nueva York no tan costosa, pretendidamente pulcra e inaccesible como la de ahora, de decenas de músicos que respondieron al llamado de la jungla de asfalto. Uno de ellos tan importante como cualquiera de las bandas aquí mentadas: James Murphy, productor, DJ, carismática personalidad, border y líder de LCD Soundsystem.
Nos vemos en el baño es una radiografía de Nueva York. Aquí queda registrada la limpieza que se hizo de la ciudad por órdenes de Rudy Giuliani
Los reyes del movimiento, y los más visibles y encantadores, fueron The Strokes, quienes con su primer álbum y en particular con la rola “Last Night” le devolvieron al rock gran parte de la honestidad que había perdido. Muchos recordarán cómo el video en la MTV de inmediato resaltó entre tanta basura que transmitían. Y tampoco era algo de otro planeta. Era una banda casi al desnudo, vomitando el más efectivo rock elemental. Pero existía tanta naturalidad en aquella postura que fue imposible no rendirse a ella. Como tampoco fue imposible no sucumbir al sonido de Interpol. Si The Strokes recordaban un poco a la Velvet Underground, éstos hacían lo propio con Joy Division.
UNA RENOVACIÓN COMO ÉSTA no habría podido producirse sin la complicidad de las drogas. Y al menos en la mitad del libro son protagonistas ineludibles. Quizá muchas personas vean a Paul Banks como un güey de trajecito y bien peinado. Pero al asomarse a las páginas de Nos vemos en el baño, su percepción de él cambiará por completo. A tal grado de preguntarse cómo es que este muchacho sigue cuerdo. Y lo mismo podría pensarse de Albert Hammond Jr. Es un milagro que siga con vida. Estos muchachos han hecho un esfuerzo superlativo para aniquilarse con drogas y alcohol, y en el proceso han creado dos pares de los mejores discos del siglo XXI.
The White Stripes, The National o Ryan Adams desfilan por estos testimonios. Pero también muchos protagonistas de la vieja guardia que atestiguaron la importancia del movimiento. Raza como el productor Steve Albini, Kim Gordon de Sonic Youth o el periodista Simon Reynolds. Y al mismo tiempo, Nos vemos en el baño es una radiografía de Nueva York. Aquí queda registrada la limpieza que se hizo de la ciudad por órdenes de Rudy Giuliani. El horario de bares se endureció y las bandas tuvieron que emigrar a Brooklyn para poder seguir tocando, lo que creó una subtrama dentro de esta balada de desesperación sónica.
El trabajo del autor de la memoria coral no sólo radica en entrevistar a medio mundo, sino en qué haces con la información recabada. Es un procedimiento de disección en el que tienes que rescatar algunas gemas que salen de la boca de los involucrados. Y en eso Lizzy Goodman es ejemplar. Consigue mantener la atención del lector sin perderlo. Hay un efecto engañoso en las biografías corales. Lo fragmentario crea la falsa ilusión de que se trata de una lectura fácil. Y de hecho lo es. Pero después de las cuatrocientas páginas corres el peligro de que el lector pierda el interés. Aunque la magia de estos libros consiste en crearte la sensación de que estás leyendo una novela. Y de que necesitas llegar hasta el final para saber cómo se resuelve.
UNA DÉCADA DE TESTIMONIOS es mucho tiempo. Ocurrieron cambios que transformaron la industria. En particular el arribo de Internet. Esta es la generación que lidió con ese revés asumiéndolo como algo inevitable e incorporándolo a su visión de la música. Y aunque el panorama se antoja oscuro por momentos, no se detuvo. Encontró en los sellos independientes la guarida que necesitaba para difundir sus proyectos. Un camino que empezaban a tomar músicos ya consolidados. Como Tom Waits que terminaría por mudarse a la disquera Anti. Algunas de estas bandas, además de contribuir al Renacimiento, fueron capitales para que estos sellos pequeños sobrevivieran hasta el día de hoy.
Algunos de sus protagonistas se han convertido en leyendas. Como dice el periodista Suroosh Alvi hacia el final: “A pesar de lo que se dice de The Strokes, no hay nadie mejor que ellos. Son las últimas estrellas de rock auténticas”. Vaya manera de concluir este viaje turbulento en forma de libro.

