El corazón de las tinieblas, título del célebre libro de Joseph Conrad, es sin duda un nombre muy atractivo, no sólo por su gravedad sonora sino por el peso que conllevan esas palabras: un oscuro corazón inmortal que habita más allá de los límites de la conciencia humana. Esas tinieblas legendarias son alimentadas por la arteria principal que es el río del Congo, el cual por su sola extensión, ocupa el noveno lugar en la lista de los ríos más largos del mundo y uno de los más accidentados y peligrosos del orbe real e imaginario.
La misión civilizadora propia de la filosofía colonialista, con todo el bagaje cultural que eso conlleva, es la farsa que se va cayendo poco a poco a medida que Marlow, el capitán en el relato, guía su barco por el misterioso y legendario río. La visión de cómo los europeos y su voluntad para “hacer el bien” los presenta bajo una luz casi mística que atrae la admiración o adoración de los pueblos nativos —recordemos el pasado de la Conquista—, pero que la realidad aleja de esa teoría. Conforme avanzan por la arteria de las tinieblas, más tangible se vuelve la precaria influencia que la cosmovisión europea puede ejercer sobre la realidad, y al final no es el europeo el que civiliza al nativo, sino el corazón salvaje el que despierta en el europeo. En este caso, en la figura de un hombre legendario: Kurt, el agente colonial de marfil. Kurt es el producto supremo del consenso europeo, de lo que es el ser civilizado, el salvaje y el mundo, y a su vez un individuo que difiere de este consenso buscando crear sus propias reglas.
EL FILME
La travesía por el mítico río fue brillantemente adaptada en Apocalypse Now, el filme de Coppola, al contexto de la guerra de Vietnam y su propia arteria fluvial, pero cambiando la temática del colonialismo ya pasada de moda para la década de los setenta del siglo XX, por la misión democratizadora patrocinada por Occidente durante la Guerra Fría. Sin duda tienen puntos en común y la segunda es heredera de la primera, pero la temática moderna de la adaptación de Coppola fue uno de los factores que propició el éxito de la película.
Sin embargo, el tema de la otredad en la versión fílmica no es puntualmente abordado, nunca vemos la perspectiva de Charlie, apodo con el que los soldados americanos llamaban a las tropas del Vietcong. Cerca del clímax de la película, el coronel Kurt nos habla de la determinación del enemigo como algo que desafía a la lógica y a la ética, mientras que Joseph Conrad, si bien no tiene narradores nativos, sí posee una clara conciencia de la humanidad de estos nativos salvajes, de cómo celebran un banquete en la oscuridad, que es la vida y que siempre tienen lugar para uno más. Ese lugar pertenece a todos los hombres desde la noche de los tiempos.
EL KURT DE LA CINTA cuenta con el carisma de Marlon Brando, y su representación es soberbia y enigmática —a lo cual contribuyó la negativa de Brando de leer sus líneas y, por lo tanto, Coppola se vio obligado a grabarlo mientras hablaba, con la esperanza de que algunas de esas escenas fueran utilizables para la película.
Ahora bien, adaptar la historia de Conrad no era tarea fácil. Originalmente John Milius fue el que tomó a su cargo la labor y realizó diez versiones diferentes del guion (es a él a quien se debe el cambio de escenario a Vietnam), con la intención de que su amigo George Lucas asumiera la dirección de la película, pero los nuevos proyectos de Lucas impidieron que esto fuera posible. Así fue que la filmación terminó en manos de Coppola que, dado que pretendía incluir escenas de guerra, escogió las Filipinas como el lugar de filmación, pues ahí se contaba con equipo militar americano. Los filipinos convinieron en facilitar el equipo necesario, con el detalle de que, al existir focos de insurgencia armada en el país, los helicópteros de cuando en cuando tenían que salir a realizar misiones reales, retrasando el proyecto. Así, en la primavera de 1976 dio comienzo la filmación. (En un principio se esperaba que esta duraría 60 días, pero al final resultaron ser 238 días. Esto pasó factura a la salud física y mental de todos los miembros del equipo, y eso que no hay mosca tse-tsé en las Filipinas, como sí las hay en el Congo, donde devastan la vida de personas y animales con el llamado “mal del sueño”.) A fin de cuentas quedó fijo en la pantalla grande el mítico viaje del torpedero al corazón de las tinieblas en su misión por recobrar a un agente de la compañía.
AL FINAL NO ES EL EUROPEO EL QUE CIVILIZA AL NATIVO, SINO EL CORAZÓN SALVAJE EL QUE DESPIERTA EN EL EUROPEO. EN ESTE CASO, EN LA FIGURA DE UN HOMBRE LEGENDARIO: KURT, EL AGENTE COLONIAL DE MARFIL.
UN PAÍS LLAMADO CONGO
¿Por qué hace falta un país enfrentando una de las guerras más crueles como la de Vietnam para ocupar el lugar de una colonia europea del siglo XIX?
Sin duda la explotación de los recursos naturales desde el comienzo de la era industrial no se limita a África, y las historias de terror al respecto abundan a lo largo y ancho del globo, pero el Congo Belga es un caso excepcional. Para empezar, hay que mencionar algunas particularidades del país que alguna vez se llamara Zaire y que tomaría el nombre del río después de la guerra civil de los noventas. Aunque es cierto que hay dos países que comparten el nombre, sólo uno de ellos es atravesado en su totalidad por el gran río, la República Democrática del Congo (referido como el Congo de aquí en adelante), en contraposición a la República del Congo que está del lado Oeste del río y tiene un pasado colonial francés y no belga. El devenir de la historia del Congo es un verdadero río de tinieblas, y se extiende más allá de su pasado colonial, aunque la experiencia belga fue particularmente atroz, incluso para una Europa del siglo XIX y principios del XX que no daba importancia real a los asuntos africanos.
ES EL CONTRABANDO DE MATERIALES PRECIOSOS, QUE INCLUYEN EL MARFIL QUE KURT CAZABA TAN AFANOSAMENTE, Y LA GUERRA, LAS DOS OPCIONES REALES PARA LA SUBSISTENCIA EN UN MUNDO TAN INDÓMITO.
EL CONGO SURGE en el mapa mundial durante la conferencia de Berlín en 1884, cuando las potencias europeas se repartieron África, pero dado el juego de alianzas que buscaba el equilibrio político entre ellas, se decidió que, para evitar conflictos, una enorme región en el corazón de África pasaría a ser propiedad del rey de Bélgica, el abominable y avaricioso Leopoldo II. Sin embargo, esto se hizo con un conocimiento nulo de la realidad poblacional de la zona, y las tribus nativas quedaron divididas entre las zonas de influencia belga del propio Congo, y la influencia inglesa de un poco más al este (en particular, el Reino de Ruanda), lo cual provocaría disputas territoriales en el futuro. Estas tribus tenían una identidad fuerte; la presencia humana en la región data de ochenta mil años atrás —por citar un caso, la presencia de la comunidad bantú se remite al año 1000 a.C.
La brutalidad con la cual los europeos y sus agentes —especialmente algunos miembros de la etnia de los tutsis— al servicio del rey belga explotaron su flamante provincia, es francamente inigualable en el registro histórico. No hay cifras exactas, pero se habla de millones de muertos durante los primeros veinte años del gobierno colonial, de la crueldad con la que se exigían las cuotas a las tribus nativas. Es particularmente famosa la práctica de mutilar las manos de los miembros de una comunidad que fallara en cumplir las exorbitantes cuotas de caucho que se les exigían —hay fotos en sepia de pilas de manos que hielan la sangre—, en una práctica que continúa vigente, aunque ahora sea por motivos “políticos”.
Finalmente, el reino de terror del colonato fue reemplazado por un nuevo reino de terror nacional, pues dada la explotación extrema de las compañías europeas, no hubo nunca una inversión en la cultura democrática y sus necesarias instituciones. Esto provocó que a la partida de los europeos el sistema colapsara, y la única ley que quedó fue la ley de la selva. Durante un largo periodo ésta fue la del dictador Joseph-Désiré Mobutu, que estuvo en el poder de 1965 hasta su deposición el 16 de mayo de 1997.

EL VALOR DE UNA REGIÓN REMOTA
El Congo es un país extraordinariamente rico en recursos naturales, destacando en piedras y metales preciosos (antes: marfil, hierro, oro, caucho, y después: uranio, diamantes, así como litio, cobalto y cadmio tan necesarios para celulares y productos de la era digital). La gran mayoría de estos depósitos se encuentra en el este del país, cerca de la frontera con Ruanda. El río sin duda hace sentir su presencia hasta estas regiones orientales, pero a pesar de ser navegable durante algunos tramos, no es en absoluto una verdadera arteria de comercio. Esta es una característica que comparte la mayoría de los ríos de África a causa de la altitud de las tierras centrales. El río del Congo en sus últimos 350 km, antes de desembocar en el mar, se hunde en picada unos 270 metros desde su cauce en las altiplanicies, dando lugar a unos de los rápidos más intensos y peligrosos del mundo. Para dimensionar esto, consideremos que el Amazonas en sus últimos 800 km, antes de desembocar, tan sólo tiene que bajar unos seis metros para quedar al nivel del mar. Aparte, las dificultades de aprovechar la tierra fértil humedecida por el río tampoco es una gran alternativa, puesto que toda esa región es el reino de la mosca tse-tsé, completamente devastadora para el ganado y los animales de carga.
Dadas estas condiciones, es natural que los individuos busquen alternativas para su supervivencia, y es el contrabando de materiales preciosos, que incluyen el marfil que Kurt cazaba tan afanosamente, y la guerra, las dos opciones reales para la subsistencia en un mundo tan indómito. Es en este río de confluencias económicas y sociales en donde surgieron la primera (24 de octubre de 1996-16 de mayo de 1997) y segunda guerra del Congo (2 de agosto de 1998–18 de julio del 2003), y el genocidio de Ruanda (7 de abril-15 de julio de 1994). Las primeras dos constituyen el conflicto armado más costoso en vidas desde la Segunda Guerra Mundial, y el tercero, el conflicto más pavoroso por el corto periodo en que se llevó a cabo y la cantidad de muertes en una extensión limitada, al punto de que, si sólo se toman en cuenta los números, fue más devastador que el holocausto. Digno de mencionarse es el caso de las comunidades de pigmeos, masacrados por razones de canibalismo mágico al considerarse que devorarlos confería fuerza y poder, o también cazados por el simple hecho de ser diferentes y, por tanto, proscritos y estigmatizados.
UN MUNDO SURREAL EN UN TERRITORIO ARMADO
Estos conflictos armados causaron el desplazamiento de millones de personas, unos huyendo de los hutus y otros de los tutsis, pero fueron estos últimos quienes, para escapar a la amenaza de exterminio y violencia en su contra, lanzaron una ofensiva militar muy exitosa que tomó el poder en la vecina Ruanda. Después buscaron expandir su influencia hacia el Congo, comenzando por los tutsis y demás tribus “amigas” del otro lado de la frontera. El financiamiento de actores paramilitares en el este del Congo se volvió algo natural, sobre todo porque los hutus, que directamente llevaron a cabo el genocidio y no fueron capturados, huyeron al Congo donde formaron el movimiento guerrillero Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR) y lanzaron ataques contra las fuerzas de Ruanda.
El caudal sangriento del río disminuyó al concluir la segunda guerra del Congo en 2003; el hartazgo de ésta fue sin duda uno de los elementos que propició la resolución de paz, así como los esfuerzos de Nelson Mandela, pero eso no habría de durar. En 2012 se formó el grupo armado Marzo 23, conocido popularmente como M23 por el tratado del 23 de marzo de 2009, cuyas promesas, a ojos del M23, no fueron cumplidas. Estas promesas habían sido pactadas entre el gobierno del Congo y el Congreso Nacional para la Defensa del Pueblo (CNDP), una milicia tutsi. La nueva fase del conflicto con las recientes victorias del M23 es algo digno de tener en cuenta, en especial con su captura de Goma en noviembre del año pasado, la tercera ciudad más importante en el este del Congo.
Si bien la región es una olla de presión por la cosmovisión de sus individuos, las riquezas materiales y la inexistencia del Estado en su calidad de generador de orden, ahora hay que sumar un brote de ébola en el 2018 y la erupción del monte Nyiragongo en el 2021 que, si bien tuvieron un impacto limitado en el número de víctimas, su efecto es enorme para el colectivo, azuzando esa sensación de peligro y amenaza que Conrad detalla tan brillantemente en su relato. La selva es una bestia al acecho… pero la selva interior de los hombres es todavía más oscura.


