Me encontraba en la sede de este suplemento que sostienes en las manos, lector, cuando recibí una llamada de Mike Román. Mai, saludó, me mudo y tengo que trasladar mi carro de Chihuahua a Ciudad Godín, pero no quiero viajar solo por este mi México que me duele, traigo la carga ladeada. Me pareció una oportunidad de oro para realizar un tour gastronómico por los caminos y pueblos que fuéramos pasando. Así que al día siguiente pasaría por mí a Torreón y continuaríamos hasta Aguascalientes, donde dormiríamos y al despertar continuaríamos nuestro recorrido.
Carga ladeada en lenguaje malandro significa cargamento ilegal. Y la de Mike estaba comprometida de más, consistía en su colección de más de trescientos viniles. Así que imagínense el tipo de responsabilidad que me apremió a acompañarlo. Para un clavado de la música, nada es más importante que este tipo de botín arribe a su destino sano y salvo. Y fue así como nos enfrentamos a los peligros de carretera con unas placas provisionales. Del tipo que los chotas huelen como si se tratara de carne humana. Pero antes, tuve que inducir a Mike en las mieles de las gorditas laguneras. Esa fue nuestra primera degustación.
Quedó de recogerme en el Tío Pepe, un local de gorditas al carbón. Desde hace un tiempo, ese lugar se ha convertido en uno de los favoritos de la raza. Y no es para menos. A diferencia de otros puestos, aquí las gorditas se rellenan segundos antes de acostarlas sobre el asador. Lo que evita que se reblandezcan y queden crocantes. Son de buen tamaño. Con tres te arreglas. Pero su secreto reside también en la peculiaridad de los guisos. Por supuesto la campeona es la de chicharrón prensado. Que, a diferencia del prensado lagunero tradicional, es más parecido a la yesca. Y otra de las ganadoras es la de frijoles con chipotle y queso, combinación insuperable de estos tres ingredientes.
Después de desayunar, tomamos carretera hacia uno de los puntos más peligrosos de la ruta, Zacatecas. Nos detuvieron dos veces. Y en cada una de ellas latía el temor de un sablazo de la tira. Conociéndolos cómo son de bañados, son capaces de inventarte cualquier charra con tal de morderte con cuatro mil lanas. Pero por suerte, uno nada más pidió para las cocas y el de la guardia nacional nos dejó ir sin pedir prebenda. Ingresamos con lluvia a San Francisco de los Romos, la capital de las carnitas en Aguascalientes. Donde hay una calle, la Juárez, con muchos locales que venden carnitas, que comenzaban a cerrar a esa hora, pero todavía alcanzamos a meternos unos tacos por la vena.
DESPUÉS DE DESAYUNAR, TOMAMOS CARRETERA HACIA UNO DE LOS PUNTOS MÁS PELIGROSOS DE LA RUTA, ZACATECAS
Tortilla de maíz recién hecha y carnitas matonas, con buen equilibro entre carne y grasa, nos sacaron del apuro, el hambre que ya nos arreciaba. Veredicto: las carnitas de san Pancho son superiores a muchas de las que se venden en Ciudad Godínez como lo mejor del condado. Con dos tacos es suficiente para llevarte un buen recuerdo. Y a pesar de que era lunes, porque los fines está a reventar, se percibe el folk de un pueblo chicharronero orgulloso de su oficio. El paisaje lo decoran las vitrinas con carnitas, los tendederos con cueros de puerco colgados y puestos a secar y montañas de patitas de puerco esperando hacernos felices.
En Aguas nos esperaban nuestros compas y anfitriones Fer y Mark. Porque el siguiente tiro que nos aventaríamos sería contra los internacionalmente famosos tacos de lechón de Aguascalientes. El encanto de estos tacos es todo un sistema de pensamiento. Para empezar, son al horno. Y son los encargados de bajarle el avión a cuanto borracho se les ocurra. Aunque abren casi todo el día, su fuerte es la noche. Pero también contienen una trampa. Al ser de tamaño pequeño, si te descuidas en menos de cinco minutos te puedes jambar diez taquitos con su salsita, su guacamole y su cebollita morada con habanero. Hay quien prefiere
el lechón en torta, pero yo sigo siendo fan de su amasiato con la tortilla.
Después de arrullarnos con unos whiskeys, nos fuimos a la cama porque el momento premium
nos aguardaba al amanecer. Uno de mis traumas:
la birria de Aguas. En una visita pasada realicé un tour por varias birrierías, pero como sólo nos quedaban
un par de horas en la ciudad, fuimos a una de las más top: El maguey. Ubicada en el mero centro, es de las pocas que venden cerveza. Así que nos atrincheramos en su patio y pedimos lo de siempre. Porque como bien lo dice Fer, la birria tiene que ser de costilla con machitos. A diferencia de otras, aquí la carne se sirve aparte, para que taquiés a tu antojo, con un baño de salsa de tomate y cebolla picada. Pero una salsa sutil, que no le roba sabor a la carne. Y el consomé es blanco, con un toque picosito muy leve. De lo mejor que he comido en mi vida y gran responsable de que yo haya decido subirme al carro de Mike.
Salimos de Aguas y nos tocaba enfrentar otro tramo rudo. Donde el salto de mata era nuestra segunda piel. Y donde como en videojuego nos acechaban otros peligros. Y así ocurrió. Un accidente en la autopista México-Querétaro nos sacó del tramo de cuota y nos mandó a rodear por Celaya. Pero los dioses del buen comer estaban de nuestra parte. Y nos protegieron hasta alcanzar Palmillas. Donde nos detuvimos para darnos un atracón de Barbacoa Santiago.
Nos advirtieron que esa zona estaba medio chaka, pero el antojo era mayor al miedo así que nos desviamos cinco minutos del trayecto y quedamos sentados frente a unos tacos de espaldilla arropados por unas cobijas de pencas de maguey y un consomé bien potente. Además, yo pedí una quesadilla de sesos. Para mí, la reputación de Barbacoa Santiago continúa intacta. Alcancé más iluminación que practicante de meditación de Las Lomas. El consomé está más concentrado, por si tienes gustos fuertes. Pero la calidad de la carne hace a uno preguntarse por qué no está incluida en la guía Munchelin.
Nomás cruzamos el Edomex y salvamos a la princesa como en el Mario Bros, le dije a Mike. Quiso el karma que no nos pararan y entrando a Ciudad Godín, Mike respiró. Se había estresado tanto que le dio hambre. Y pues para hacerle el honor a nuestro punto de llegada fuimos por un Caldo de Gallina Luis, en la colonia Roma. Al que sin temblarme la mano le puse una calificación de 8.5. Y ahí terminamos el viaje. Con la carga intacta. Sin haber sido víctimas de la chota.
Y el ácido úrico por los cielos.


