Diversa Cultural

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ÁRBITRO

SU TRABAJO CONSISTE en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamás lo aplauden. Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. […]

A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias. Los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan.

Durante más de un siglo, el árbitro vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores.

Eduardo Galeano, “El árbitro” en Luis García Montero y Jesús García Sánchez, Un balón envenenado. Poesía y futbol, Visor Libros, 2012.

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El sintecho ı Foto: Fuente > Especial

EL SINTECHO

JUNTO CON SU CASA y las cosas / las personas que había dentro, el sintecho también ha perdido el nombre. Su familia y amigos se encuentran lejos, en el tiempo y la distancia, y no hay nadie que le indique el camino correcto, ni siquiera que le diga quién es cuando se siente inseguro, pero como no para de cantar obsesivamente la primera frase de Blowin’ in the Wind, vamos a llamarlo Bob. […]

El tiempo pasa para quienes han sido excluidos del mundo. Sigue de largo como el tráfico en determinados momentos del día, o como una sombra concreta que avanza poquito a poquito por el suelo, o como tu propio cuerpo, que te indica sus antojos. Da la sensación de transcurrir despacio, pero los días se van en un suspiro y al instante tu cara es diferente, ya no es tuya. O tal vez se parezca a ti más que nunca antes, eso también puede ocurrir.

Bob observa sorprendido su reflejo en el escaparate de un restaurante hasta que lo distrae un movimiento ondulante al otro lado del vidrio. El encargado lo está ahuyentando. ¡Vete de aquí, sucio asqueroso! Unas entidades malignas sobrevuelan al encargado y Bob, tras transformarse enseguida en su propio reflejo, se aleja dando tumbos.

Damon Galgut, La promesa, trad. Celia Filipetto, Libros del Asteroide, 2021.

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El declive de Hemingway ı Foto: Fuente > Especial

EL DECLIVE DE HEMINGWAY

[…] POR ÚLTIMO, hasta la carne lo traicionó, ese cuerpo grande y musculoso que había querido para sí y que se encogía bajo su hermosa cabeza de viejo y su bella sonrisa de niño. Se dice que, la noche antes de morir, no podía encontrar un solo pantalón que le quedara bien, porque aunque habían sido arreglados para aplacar su vanidad, sus piernas enflaquecidas no alcanzaban a llenarlos. ¿Cómo exorcizar entonces a los demonios, cuando no solamente el arte le había fallado, sino también su cuerpo, y con él las posibilidades de las matanzas rituales, de esas muertes vicarias con las cuales, durante años, había comprado su propia vida?

Ya hacía mucho que no podía dedicarse a la caza mayor; después tampoco pudo cazar agazapado, ya que no conseguía agacharse. Quizás había llegado el momento en que ni siquiera podría hacer fuego caminando. Le quedaba una sola presa, el único animal digno de él: el mismo. Y tomó la escopeta, reafirmando inverosímilmente su antigua fe en el último instante posible, renovando su adhesión a la muerte y el silencio. De un solo tiro rescató lo mejor de su obra de lo peor, su arte de sí mismo, su visión de la verdad de sus aduladores.

Leslie A. Fiedler, Esperando el fin. La crisis cultural, racial y sexual en los Estados Unidos, trad. María Raquel Bengolea, Monte Ávila Editores, 1970.

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El lenguaje de la ciencia ı Foto: Fuente > Especial

EL LENGUAJE DE LA CIENCIA

EL HOMBRE COMÚN no sólo ignora las teorías de la ciencia, sino que se encuentra incapacitado para entender los términos que un científico utiliza, naturalmente, para explicárselas. Por consiguiente, explicarle las ciencias ofreciéndole solamente teorías abstrusas y vívidas analogías, sin una buena cantidad de aclaraciones lógicas, es como contar a un niño todos los cuentos que habitualmente se le relatan, sin explicarle dónde reside la diferencia; la criatura no sabrá qué pensar de las diversas cosas que se le dicen, cuáles afirmaciones respecto a la física deben ser tomadas al pie de la letra, y qué personajes de sus cuentos puede encontrar realmente algún día.

Stephen Toulmin, La filosofía de la ciencia, trad. José Julio Castro, Compañía General Fabril Editora.

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LO SUBLIME Y LO BELLO

ESTE DELICADO SENTIMIENTO que ahora vamos a examinar es principalmente de dos clases: el sentimiento de lo sublime y el de lo bello. La emoción en ambos es agradable, pero de muy diferente manera. La vista de una montaña cuyas cimas nevadas se alzan sobre las nubes, la descripción de una furiosa tempestad o la pintura de los infiernos de Milton producen agrado, pero unido a terror; en cambio, la contemplación de prados floridos, valles con arroyos ondulantes, cubiertos de rebaños pastando; la descripción del Elíseo o la pintura que hace Homero del cinturón de Venus provocan igualmente una sensación agradable, pero alegre y sonriente. Para que aquella primera impresión actúe sobre nosotros con la fuerza requerida debemos tener un sentimiento de lo sublime; para disfrutar la segunda es preciso el sentimiento de lo bello. Las altas encinas y las sombras solitarias en el bosque sagrado son sublimes; las jardineras de flores, los setos bajos y los árboles recortados en forma de figuras son bellos. La noche es sublime, el día es bello. La silenciosa paz de una noche estival, cuando la luz titilante de las estrellas atraviesa las sombras pardas y la luna solitaria se divisa en el horizonte despertará gradualmente, en los espíritus que posean el sentido de lo sublime […] El día radiante inspira una activa diligencia y un sentimiento de alegría. Lo sublime conmueve, lo bello encanta. El semblante del hombre dominado por el sentimiento de lo sublime es serio; a veces perplejo y asombrado. Por el contrario, el vivo sentimiento de la belleza se manifiesta por la alegría que hace brillar los ojos, los rasgos sonrientes y frecuentemente por las radiantes manifestaciones de júbilo.

Immanuel Kant, Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, trad. Dulce María Granja Castro, edición bilingüe alemán-español, FCE / UAM / UNAM, 2004.

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El musico suicida ı Foto: Fuente > Especial

EL MÚSICO SUICIDA

SCHUMANN ERA EXCELENTE PIANISTA, un verdadero virtuoso, pero un acontecimiento inesperado destruyó para siempre su brillante carrera. Queriendo vencer las dificultades de ejecución sin utilizar el dedo medio de la mano derecha, tuvo Robert la insensata idea de atárselo para interceptar la acción de aquel dedo. Esto lo produjo una parálisis y un embotamiento en la mano, siendo inútiles todos los cuidados a que luego recurrió para curarse. Esta desgracia influyó no poco en su ánimo atormentado, llevándole a dedicarse de lleno a la composición.

Excesivamente serio, ya desde la niñez, taciturno y encerrado en sí mismo, sufría crisis desesperadas; la vida le parecía insoportable y llamaba a la muerte, donde únicamente confiaba encontrar el silencio y la paz. […]

El infortunado estreno de Genoveva, de cuya ópera sólo se dieron tres representaciones, precipitó el desenlace trágico: la noche del 27 de febrero de 1854, Robert Schumann salió a escondidas de su casa y se arrojó al Rin en un acceso de locura. Unos marineros lograron sacarlo del agua con vida, pero sin razón. Trasladado al manicomio de Endenich, en Bonn, permaneció allí dos años, arrastrando una vida triste y sombría.

José Repollés, Gigantes de la música, Editorial Bruguera, 1978.