El pecado de la juventud, parafraseando a Borges o a la Biblia, acaso son la misma cosa, a veces paga. Y en el caso del poeta norteño Luis Jorge Boone, le ha cumplido uno de los caprichos más grandes de un autor: hacer un corte de caja con la propia piel. De eso se trata Perdidos en Hamartia (Fondo de Cultura Económica, 2025) una antología que recupera sus primeros cinco libros de poemas. Títulos a los cuales les metió mano como mecánico de barrio.
Testimonios de distintas eras, Perdidos en Hamartia vuelve a poner estos poemas en la calle. Para que se rifen un tiro con nuevos lectores. El libro ya se encuentra en librerías, forma parte de la prestigiosa colección de poesía del fondiu, junto a nombres tan grandes del género, como por ejemplo Efraín Huerta.
Hablé con Boone de ese pecado que lo persigue, pero al que toma por los cuernos checos y se los cuelga en la parrilla de la camioneta de su trayectoria.
¿Crees que esta reunión de poemas en el FCE es una especie de consagración?
En realidad, no. Más bien es hasta ahora que pude hacer un recuento así. Pienso que, con suerte, uno llega a la edad en que ciertos actos y pensamientos específicos son posibles, incluso deseables. Cuando era un joven escritor perdido en las calles de Monclova, fue mi tiempo para lanzarme de cabeza, a ciegas, al ejercicio de la escritura. No había garantías, ni red de seguridad, pero no las necesitaba entonces. Luego, cuando te empiezas a sentir cómodo, por ahí de los treinta, desde algún lugar llega un madrazo que te despierta y te hace volver a pensar las cosas, considerar la vida desde su fragilidad, y entonces es tiempo de reinventarse. Son actos de sobrevivencia. Perdidos en Hamartia es el recuento de una época llena de ilusiones y trabajo.
Ahora que te acercas a los cincuenta, ¿qué es lo que más te asombra del poeta joven que fuiste?
Las imbatibles ganas de aventarse. Que con todo y sentirse mal visto, juzgado, no se abriera. Con tal de escribir poesía salí de casa de mis papás, me fui a vivir a un cuartito de cinco por tres con mis libros y mi compu, me resigné a que amistades y familiares me preguntaran todo el tiempo de qué chingados me mantenía. Le planté cara a personas cercanas que me pedían que ejerciera la carrera que había estudiado. Me mudé a la Ciudad de México porque en Monclova no había ni para dónde correr. Todo con tal de seguir escribiendo.
En un tiempo en que los autores son poco críticos con su trabajo, tú hiciste una purga y decidiste dejar sólo un puñado de poemas. ¿Es eso un acto de madurez o resignación?
Con el paso de los años cambia la manera en que uno ve sus libros. Al pensar en ellos, al revisitarlos, tomaba notas mentales acerca de qué haría si se volvieran a publicar. Sacar, corregir, agregar. Y hace dos años vi la oportunidad. En los tres primeros poemarios modifiqué y eliminé versos o poemas que me parecían excesivos o que, asentada la polvareda de la emoción, quedaban a deber.
El cuarto aparece tal cual; creo que con él llegué a un punto de madurez en cuanto a composición y forma. Al quinto le agregué unas cuantas páginas, que escribí tiempo después de publicarlo y que, puesto que pertenecen a ese ciclo, pensé que era justo integrarlos. Cedí a la tentación de ajustar tuercas aquí y allá.
Es lo menos que podía hacer.
TESTIMONIOS DE DISTINTAS ERAS, PERDIDOS EN HAMARTIA VUELVE A PONER ESTOS POEMAS EN LA CALLE
Volver la vista atrás es un ejercicio que bien puede equipararse a una sesión en el diván del terapeuta. ¿Hay algo reparador para ti en volver a visitar estos poemas?
La verdad, sí. Me di chanza de ver a los ojos al muchacho que fui y agradecerle por no haberse rajado. No sentí la tentación de juzgarlo con la superioridad que dan los años. Pude haberme puesto intransigente y desconectarme y reescribir todo, pero no era el caso, se trataba de otra cosa. Integrar dos experiencias, más bien, la del joven y la del señor, y que ambos platicaran.
Siempre es importante que la obra de un autor esté disponible. Y te ha tocado estar en esta colección. Al parecer la vida ha recompensado tu empeño en escribir versos.
La colección de poesía del FCE es preciosa. Es sumamente satisfactorio ver el trabajo de esos años y poder decir, con Nervo, “vida, quédate con la feria, vida, es pa tus chescos”. Lo importante es que lo que uno escribe se mantiene en pie, busca un lugar. Ya con eso. No voy a decir que mucha gente me lo pidió, porque mentiría, pero sí que en veinte años dos o tres personas llegaron a preguntarme dónde se podían conseguir esos libros.
Has incursionado en la narrativa y el ensayo, pero nunca has desatendido la poesía. Fue tu primera novia, de hecho. ¿Sigues amándola con la misma intensidad?
Justo, así como la describes, así lo pienso. La poesía es la que me enseñó a leer, a pensar, a trabajar, a tomarle el pulso a los géneros, a mirar. Cómo chingados no voy a seguir clavado con ella. La intensidad se modifica, eso sí. Aunque a veces me parezca que no me pela, o me sienta lejano a su órbita, siempre hay maneras de arreglarse. Como a los amores que duran sin hacerse viejos, le debo la persona que soy.
¿Qué significa para ti ser un poeta de tu generación, cómo ves hoy en día a los poetas nacidos en los setentas?
Cuando empecé, hace unos treinta años, me interesó leer a mi generación, y en general, adentrarme en el estudio de la tradición, la mexicana, la latinoamericana, etcétera. En ese entonces, conseguir los libros era sumamente complicado. Sigo leyendo a algunos, no a todos, algunos se quedaron en el camino y otros dejaron de interesarme. Pero a los que sigo, los leo con dedicación. Hay grandes obras y poetas esenciales entre los nacidos en los setentas.
Por el título y sobre todo por la nota final del libro pareciera que la poesía trata más de dudas que de certezas. ¿Esta es tu percepción después de todos estos años de búsqueda?
Así es. Antes sabía muy bien lo que quería, hacia dónde ir, lo que deseaba lograr. Hoy estoy menos seguro de todo. He aprendido a disfrutar más los procesos, los descubrimientos, que la consecución de las ambiciones. De morrito pensaba que la poesía era ponerse una invisible capa de príncipe y escribir mirando al cielo. Hoy me interesa más poner en juego las dudas, las experiencias que se viven entre las luces y las sombras, poner en jaque lo que sé y apuntar hacia los límites.
Del lenguaje. De lo que somos.


