EL CIELO DE LOS DRUIDAS
NO SE PUEDE HABLAR de la astronomía celta sin introducir primero la figura de los druidas, celebérrimos sacerdotes astrónomos que eran la clave de toda la vida religiosa y social de los diversos clanes; son, para nosotros, el ejemplo geográfica y cronológicamente más cercano del sacerdote astrónomo, al mismo tiempo religioso, investigador y médico pero también influyente líder civil.
En La guerra de las Galias Julio César asegura que los druidas estudiaban cuidadosamente los cielos:
[Los druidas] disputan y transmiten a la juventud acerca de los astros y su movimiento, de la magnitud del mundo y las tierras, de la natura de las cosas, de la fuerza y la potestad de los dioses mortales.
Además, afirma que:
Los galos todos predican que ellos son descendientes del padre Dite y dicen que eso ha salido de los druidas; por esa causa, determinan los espacios de todo tiempo no por el número de los días, sino por el de las noches; observan los días natales y los inicios de meses y años, de modo que el día subsiga a la noche.
Guido Cossard, Firmamentos perdidos. Arqueoastronomía: las estrellas de los pueblos antiguos, trad. Guillermina del Carmen Cuevas Mesa, FCE, 2014.
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REDEFINICIÓN DEL ARTE
CUANDO GIOTTO [Di Bondone] llega a Padua, probablemente llamado por los frailes de la basílica de San Antonio para decorar al fresco la sala capitular, ya es el pintor más famoso de Italia.
En Padua trabaja durante cierto tiempo y regresa en varias ocasiones solicitado por comitentes. De toda esa actividad quedó sólo el ciclo de la Capilla de los Scrovegni, ya que tanto los frescos de San Antonio como los del palacio de la Ragione se han perdido.
La irrupción del arte de Giotto en la ciudad marca un cambio radical en el lenguaje pictórico, hasta tal punto que sus efectos en la cultura véneta se advertirán aún en la segunda mitad del siglo XIV. Con Giotto se afirma el espacio tridimensional, en donde figuras y eventos están tratados de manera plástica y realista. El observador capta inmediatamente lo “visible”, el episodio narrado; pero luego, percibe los profundos significados simbólicos que constituyen el hilo conductor del ciclo pictórico.
S. Poletti, Giotto en la Capilla de los Scrovegni, trad. P. Allué, Medoacus-Musei Civici Eremitani Padova, 2006.
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EL AJEDREZ DE NABOKOV
PARA NABOKOV había algo poético en el ajedrez, pero yo considero que el juego se reflejaba más en las estructuras de su narrativa. El jugador de ajedrez, como el novelista, debe siempre anticiparse a lo que va a suceder, al siguiente movimiento de su adversario, igual que el escritor se anticipa a los movimientos de sus personajes. La mente analítica de Nabokov concibió numerosas novelas con estructuras semejantes a una partida de ajedrez. La más evidente es La defensa, cuyo protagonista es Luzhin, un campeón de ajedrez a quien el juego conduce a la locura. La defensa que da el título al libro es la estrategia que utiliza Luzhin para intentar escapar de la demencia. No lo logrará. Como en una posición en la que el rey está en una esquina dispuesto para que le den mate, en la escena final Luzhin se encierra en el baño asolado por los personajes / piezas que lo amenazan desde fuera. Sólo hay una ventana abierta. Luzhin tiene dos opciones: recibir el jaque mate o abandonar la partida…
Javier Peña, “Un tablero de ajedrez y una lamparita”, Tinta invisible. Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias, Blackie Books, 2024.
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ENTRE POETAS
LOS POETAS no tienen biografía. Su obra es su biografía. Pessoa, que dudó siempre de la realidad de este mundo, aprobaría sin vacilar que fuese directamente a sus poemas, olvidando los incidentes y los accidentes de su existencia terrestre. Nada en su vida es sorprendente —nada, excepto sus poemas. No creo que su “caso”, hay que resignarse a emplear esta antipática palabra, los explique; creo que, a luz de sus poemas, su “caso” deja de serlo. Su secreto, por lo demás, está escrito en su nombre: Pessoa quiere decir persona en portugués y viene de persona, máscara de los actores romanos. Máscara, personaje de ficción, ninguno: Pessoa. Su historia podría reducirse al tránsito entre la irrealidad de su vida cotidiana y la realidad de sus ficciones. Estas ficciones son los poetas Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Ricardo Reis y, sobre todo, el mismo Fernando Pessoa. Así, no es inútil recordar los hechos más salientes de su vida, a condición de saber que se trata de las huellas de una sombra. El verdadero Pessoa es otro.
[…] Hay otros poetas en Pessoa. Casto, todas sus pasiones son imaginarias; mejor dicho, su gran vicio es la imaginación. Por eso no se mueve de su silla. Y hay otro Pessoa, que no pertenece ni a la vida de todos los días ni a la literatura: el discípulo, el iniciado. Sobre este Pessoa nada puede ni debe decirse. ¿Revelación, engaño, autoengaño? Todo junto, tal vez.
Octavio Paz, Cuadrivio, Joaquín Mortiz, 1969.
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UN FILÓSOFO HURAÑO
DESDE UNA CIERTA perspectiva, Schopenhauer se presenta como un pensador imbatible: los reveses de la realidad lo confirmaban en la certeza que tenía de sí mismo y en la creencia de que su pensamiento era genial. Había aquí, por supuesto, algo que rayaba con la locura, con la que Schopenhauer de alguna manera coqueteó. Tuvo la mala suerte de ser un filósofo precoz que pensó lo fundamental
de su pensamiento antes de cumplir los treinta años, un pensamiento realmente único que nadie, en ese momento, apreció. Los libros en los que asentó ese pensamiento no vendieron más de cien ejemplares; a los pocos cursos que dictó no concurrió ni una docena de alumnos; no logró consumar de manera feliz ninguna relación amorosa: al fin de la adolescencia se quedó huérfano de padre, y a su madre y hermana, luego de una relación tensa y llena de rencores, no volvió a verlas […] .
Antes de romper de modo irreversible con su madre ésta le había escrito: “no eres un hombre malo […] pero eres fastidioso e insufrible y considero penoso en extremo vivir contigo”. Sin duda para Arthur también era penoso. Se refugió entonces en la soledad huraña de la filosofía.
Arthur Schopenhauer, Los dolores del mundo, prol. Daniel Mundo, trad. Mario de Oz, Sequitur, 2009.
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EL PESO DE LA MUERTE
(SEPTIEMBRE, 2015). Intento trabajar en mi libro en mi lejana isla y el mundo me adelanta. En un mismo día veo dos veces a un hombre con un niño. Un hombre en la portada de El País, y un hombre en un cuadro del siglo XV. […] El día anterior había yo escrito un pasaje sobre Hieronymus Bosch. El libro sobre el pintor estaba aún abierto encima de mi mesa. En él hay un famoso cuadro, San Cristóbal con el Niño Jesús […] . La historia es bien conocida. Un gigante pagano, Reprobus, encuentra un niño en la orilla de un río y comprende que éste quiere cruzar al otro lado. Se lo sube a los hombros y vadea a través del agua. En el río, el niño se vuelve cada vez más pesado, hasta que el hombre ya no puede llevarlo. El niño es Cristo, y desde entonces el hombre recibe el nombre de Cristóforo, el portador de Cristo, o Cristóbal. Es el protector de los viajeros. En el cuadro, San Cristóbal tiene la misma postura que el soldado en la costa turca. Ligeramente inclinado hacia delante, lleva al niño con extremo cuidado hacia la otra orilla donde estará a salvo. En el panel, el santo vuelve la cabeza hacia la derecha, al igual que hace el hombre de la fotografía del periódico. El hombre camina como si este niño también pesara mucho, y así es. Es el peso de la muerte.
El niño era demasiado pesado para Europa, porque Europa no existe. Fue incapaz de llevar a este niño.
Cees Nooteboom, “Post scríptum 4”, El Bosco. Un oscuro presentimiento, trad. del neerlandés de Isabel-Clara Lorda Vidal, Siruela, 2016.
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