En mi computadora busco Pequeños tratados del francés Pascal Quignard. Google arroja a Gandhi, El Péndulo y Mercado Libre.
Gandhi es quien ofrece un mejor precio, pero los tomos están agotados, igual que en Mercado Libre. El Péndulo y Amazon tienen disponibilidad, al mismo precio.
Con Antes que nada de Martín Caparrós, hay diminutos cambios de cifras que no pesan demasiado al bolsillo. En cambio, con Elena Garro hay más benevolencia. Amazon ofrece Los recuerdos del porvenir a 379 pesos en pasta blanda, 299 en e-book y hasta lo ofrece gratis en audiolibro si pago una membresía. Agrega la estampita de “más vendido”, como para decirme que ando de suerte con el precio.
Repito este ejercicio con varios libros, algunos que ya tengo y otros cuya compra sigue pendiente, solamente para ver las diferencias entre una y otra plataforma. El panorama es el mismo: una intensa y perpetua batalla entre plataformas por ofrecer la mejor opción.
El e-commerce modificó el patrón de consumo del lector. Si bien ya sucedía desde hace años, con la pandemia del Covid-19 los mercados intensificaron la dinámica de la inmediatez. Empresas internacionales tenían la infraestructura necesaria para atender al lector de ebooks y del libro físico, frente al cierre de las librerías.
LOS LIBREROS QUEDAN EN DESVENTAJA POR LA FALTA DE ESPACIO. SUS ACERVOS SE VUELVEN LIMITADOS, MARCÁNDOSE UNA DIFERENCIA CON LOS ESTANTES CASI INFINITOS DE ALGUNA PLATAFORMA
La situación provocó un ligero repunte en el consumo de libros, ya que existió un promedio de 3.7 libros leídos por persona en 2021, contrarios al 3.4 del 2020, año en que inició la pandemia. En cambio, aumentó a un 21.5 por ciento la cantidad de libros digitales consumidos durante el 2021, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).
La gran mayoría de las y los lectores se volcaron a plataformas como Amazon, Mercadolibre o Buscalibre, entre otros mercados digitales. Claudia Bautista Monroy, presidenta de la Red de Librerías Independientes (RELI), asegura que la comodidad de recibir un paquete en casa afectó a las librerías físicas, principalmente aquellas de carácter independiente.
Por eso, ahora las librerías deben hacer esfuerzos para ganarse al lector, haciendo lo opuesto a los mercados digitales: apostar por el espacio físico. Destaca que pocas experiencias pueden reemplazar a la sensación de encontrar un ejemplar, que no se estaba buscando, en algún reducido librero.
Como parte de la experiencia del lector, muchas librerías se ven obligadas a incorporar más actividades o servicios. Claudia Bautista explica que lo más común es la incorporación de una cafetería; otros negocios apuestan por diversificarse en librerías-bar, aunque terminan como espacios donde predomina lo segundo.
Actualmente, este valor agregado garantiza que muchas librerías sigan existiendo. Se sostienen por servicios adicionales que dejan a los libros en un segundo término. Claudia Bautista anota que, con una adecuada planeación, la venta de textos puede cubrir, si acaso, el 30 por ciento de la rentabilidad de alguna librería pequeña, según su experiencia. El resto de las ganancias provienen de la taza de café, del sándwich o cualquier otro alimento que ofrecen. “Vivir sólo de una librería es casi imposible”.
Los libreros también quedan en desventaja por la falta de espacio. Sus acervos se vuelven limitados, marcándose una clara diferencia con los estantes casi infinitos de alguna plataforma, que están a la distancia de un “clic”. Sin embargo, de forma contradictoria, eso también forma parte del encanto de las librerías. La búsqueda, el encuentro casi inesperado con algún texto: un ritual imprescindible.
También hay otros matices menos grises en las compras digitales de libros. Como lectora, Claudia Bautista reconoce los beneficios de la inmediatez y de un catálogo virtual. Aunque, más allá de esos parámetros, también analiza los riesgos de dicha dinámica. Con reserva, analiza la lógica mercantil, algorítmica, que consiste en priorizar la exhibición de bestsellers y otras obras populares, por encima de otra clase de literatura. Para ella es indudable que “los lectores abiertos se crean en las librerías”.
Además, estas plataformas se enfocan en prestar sus estantes a editoriales grandes que, al menos para el libro físico, cuentan con suficiente tiraje para una adecuada distribución y descuentos. Eso golpea a las editoriales independientes, que no pueden imprimir para ese nivel de distribución.
A ello, Claudia Bautista agrega que sitios como Amazon aceptan difundir determinados textos sin un filtro cualitativo, a diferencia de las editoriales que priorizan un filtro de “calidad”, bajo determinados estándares. “Se va haciendo una selección no por calidad, sino por rendimiento económico, que sigue una lógica capitalista. Digamos que se va empobreciendo la variedad de títulos que podrían llegar al lector.”
LA RED DE DISTRIBUCIÓN DE LIBROS LIBRANDA —AHORA CONOCIDA COMO DE MARQUE— PUBLICÓ UN ESTUDIO DONDE ASEGURABA QUE, EN 2022, MÉXICO ACAPARÓ EL 16.2 POR CIENTO DE LAS VENTAS DE E-BOOKS PUBLICADOS EN LENGUA HISPANA
EL LIBRO DE USO FRENTE AL MERCADO DIGITAL
Sobre la calle de Liverpool 12, en la colonia Cuauhtémoc, un pequeño negocio de madera se destaca de las abundantes cafeterías de los alrededores. Su diseño rústico, los millares de tomos y, por supuesto, los dos gatos que a la vez son guardianes, hacen de la Librería Jorge Cuesta un sitio de lo más “instagrameable”.
Desde la fortaleza de un enorme escritorio, Maximino Ramos Cervantes explica, con prudente lentitud, que las ventas digitales han favorecido a sus siete librerías de “viejo”. Sin embargo, el comercio en línea no es su prioridad, pues los casi 2 mil libros que actualmente oferta en Mercado Libre son una alternativa de venta por goteo que no constituye su principal ingreso. Lo suyo, desde hace más de 25 años, son “los espacios con gente”, independientemente de si compran o sólo van a curiosear.
La librería vive de una clientela que no visita las redes: adultos que tienen más de 50 años que sí están en las redes, pero en menor escala. Ese adulto se hizo entre los libreros, en el contacto con el papel. Son quienes fomentan esta práctica a sus hijos.
La pandemia fue el periodo en que más se apoyó la venta digital. Por las noches, él y sus colaboradores elegían quince títulos para publicarlos en redes sociales. Al día siguiente, ya tenían los primeros vendidos, y organizaban la entrega con un sello singular: entregar los ejemplares a domicilio, en bicicleta. No importaba si debían pedalear kilómetros para entregar un libro de apenas 80 pesos. Max Ramos no apostó por la ganancia inmediata, sino por construir una clientela que, hasta el momento, no deja de buscarlo. “Ese servicio, a la larga, dejó un sello para la librería. Cuando se regresó a la actividad normal, todo ese tipo de clientela se volvió muy asiduo. Se convirtieron en clientes para toda la vida”.
A eso también se sumó la venta de vales por mil pesos de libros, que harían válidos cuando volvieran las actividades presenciales. En un mes y medio, tenían alrededor de mil vales vendidos. Max Ramos tuvo que precipitarse a comprar suficientes lotes para que cada cliente eligiera de un amplio acervo.
Su red de librerías está enfocada en ofrecer en línea únicamente aquellos títulos que resultan más atractivos: “buenas traducciones”, libros con la firma del autor o primeras ediciones. A él lo tiene sin cuidado que industrias como Amazon puedan acaparar las ventas. Su mercado es el libro inconseguible, no el ejemplar nuevo. Se dedica a ofrecer ediciones especiales a coleccionistas, escritores o investigadores, quienes buscan traducciones específicas o ensayos que quedaron atrapados en el prólogo de alguna vieja edición.
Coincide en las ventajas de la venta en línea. Hace décadas, para conseguir un libro, una persona acudía a una librería con el temor de no encontrar el texto buscado. Había un peregrinaje que algunas personas pueden romantizar como contraste de la aceleración digital.
Max Ramos agrega que el anterior lector “tenía una paciencia infinita”. Las bibliotecas públicas eran su Amazon. Ahora, las librerías son más pequeñas y tienen un enfoque definido, un tipo de lector al que apuntan, siendo una especie de contracorriente al inabarcable catálogo de las plataformas digitales.
Fuera de Gandhi, El Sótano y otras tiendas que se vuelven supermercados de letras, hay sitios como Utópicas, una librería dedicadas a la venta de textos feministas, o la extinta Conejo Blanco, enfocada en las artes visuales. La especificidad de estas librerías no es un fenómeno nuevo. Desde la década de los 80, al menos en la Ciudad de México existían espacios como El Armario Abierto, dedicada al erotismo y la educación sexual. En cambio, El Péndulo es de los ejemplos más conocidos de diversificación.
EL PAPEL DEL LIBRERO
A Max Ramos ninguna plataforma podrá arrebatarle su principal oferta: el acercamiento a la gente, recomendar algún texto a quien entra a alguna de sus librerías sin saber exactamente lo que necesita. “Siempre he creído más en atender a la gente en vivo, que sea, digamos, una relación presencial.”
Y justo ahí, entra la función del librero, la de una persona “silenciosa”, que propone un acercamiento tras sopesar, analizar, qué textos deben quedar en la estantería del posible lector.
Para mí, el librero no debería ser una especie de rockstar, mostrando con sus virtudes lo que puede conseguirle a un cliente, y hacer que su librería sea, que su fachada sea un atractivo para las abejas lectoras. Creo que su función (mi función) estaría más enfocada a ofrecer materiales que yo considere imprescindibles, que sean interesantes, que se deben rescatar.
Falta otro componente elemental: el momentáneo vínculo entre el estante y el lector, ese momento donde la persona clava la mirada en los lomos cuidadosamente ordenados para encontrar lo que buscaba o no. “Entonces ya el librero desaparece y es su representación el estante. Ahí está, digamos, ese juego de diálogo semimudo, y el librero debe eliminarse de la escena… No tiene por qué estar presente”.
Max Ramos también hace del intercambio un eje medular de la conservación del libro de uso. Inició como un improvisado librero en su adolescencia intercambiando libros con colegas universitarios o profesores, lo que derivó en que algún “loco” le ofreciera comprarle textos.
LA VENTA DE LIBROS EN LÍNEA
Un negocio imparable. No existen cifras exactas sobre la venta de libros físicos y e-books a través de mercados digitales como Amazon, sólo aproximaciones.
La red de distribución de libros Libranda —ahora conocida como De Marque— publicó un estudio donde aseguraba que, en 2022, México acaparó el 16.2 por ciento de las ventas de e-books publicados en lengua hispana. En cambio, el 75.3 por ciento de las ventas hechas desde España durante ese año se realizaron a través de plataformas como Amazon, Apple y Google.
Para el 2024, el mercado mexicano de libros tuvo ingresos generales por 3.1 mil millones de pesos, de acuerdo con estadísticas publicadas en el portal “Grandview Research”.
Ya sea a través de plataformas digitales o espacios físicos, la venta de libros sigue creciendo casi a contracorriente de los pesimistas sondeos anuales de lectura. Durante el 2024, David Peeman, responsable de Nielsen BookScan en Latinoamérica, indicó que hubo un incremento desde el 2019. También coincidió en que la pandemia del Covid-19 fortaleció al comercio electrónico.
Ante esta creciente dinámica, Claudia Bautista considera que, como consumidores, debemos replantear nuestra acelerada dinámica. Ella apela al “comercio de proximidad”: esas tiendas de abarrotes, farmacias y papelerías familiares que suelen existir en cada colonia. En estos pequeños espacios no sólo compramos productos, sino que dinamizamos la vida de un barrio. Por las noches, se encienden los focos; por las mañanas, se alzan las cortinas y el propietario barre la calle. Es una pequeña diversidad urbana que genera empleo para uno o dos miembros o hasta una familia entera, un signo de identidad y valor.
“Tendríamos que saber que nuestras elecciones a veces son más costosas de lo que aparentemente son”, pues el exceso de las compras en línea impactan a terceros que dependen de una venta directa. Y una librería, por supuesto, forma parte de ese ecosistema afectado.