LAS MUERTAS
—¿YA NO TE ACUERDAS de mí, Simón Corona? Toma, para que te acuerdes.
Dispara apuntando en alto. Cuando termina la descarga el hombre y la mujer están debajo del mostrador. El Valiente dispara una ráfaga hacia el interior de la panadería. Le dice al capitán, que está a su lado:
—Dispare usted, mi capitán.
No. Yo aquí estoy nomás cubriendo –está apuntando hacia la otra acera, por si hay un ataque en la retaguardia.
La última parte del plan la ejecuta el Valiente. Consiste en entrar en la panadería, regar la gasolina en el piso, salir, encender un cerillo y echarlo sobre el suelo mojado.
La gasolina enciende con explosión sorda, las llamas salen por las puertas. Serafina, que camina hacia el coche, aleja a unas mujeres que iban a comprar pan y contemplan fascinadas el incendio, diciéndoles.
—¡Váyanse! ¿Qué vienen a ver? ¡Esta es cuestión que a ustedes no les importa!
Cuando los cuatro han abordado el coche, el Escalera hace, para dar la vuelta, una maniobra más compleja que de costumbre, después acelera y el coche va por las calles del pueblo indeciso un rato antes de encontrar la salida y por fin se aleja del Salto de la Tuxpana de la misma manera que entró, entre ladridos de perros.
Jorge Ibargüengoitia, Las muertas, Joaquín Mortiz, 1980.
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PAISAJES CHINOS
LOS ARTISTAS CHINOS no salían al aire libre para situarse frente a algún tema y esbozarlo. Muy al contrario, incluso aprendían su arte mediante un extraño método de meditación y concentración que empezaba por adiestrarles en “cómo pintar pinos”, “cómo pintar rocas”, “cómo pintar nubes”, estudiando no la naturaleza, sino las obras de los maestros famosos. Solamente cuando ya habían adquirido a fondo esta destreza se ponían en camino y contemplaban la hermosura de la naturaleza para captar el estado de ánimo del paisaje. Al regreso, trataban de recobrar esos estados de ánimo coordinando sus imágenes de pinos, rocas, nubes, de modo muy semejante a como el poeta puede reunir un cierto número de imágenes que se hubieren presentado en su mente durante el curso de un paseo. La ambición de estos maestros chinos era adquirir tal facilidad en el manejo del pincel y la tinta que pudieran escribir sus visiones, mientras se hallaba fresca todavía su inspiración. Con frecuencia anotaban unas cuantas líneas poéticas y realizaban la pintura en el mismo rollo de seda. Los chinos, por tanto, consideraban infantil perseguir los detalles en los cuadros y compararlos después con los del mundo real.
E. H. Gombrich, La historia del arte, trad. Rafael Santos Torroella, Phaidon, 2007.
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BATALLA INDIGNA
UNA BATALLA es posiblemente la más grande y también la más baja de las acciones humanas. Es la más grande cuando se libra para defender una verdad divina, la dignidad humana o los derechos del hombre; es la más baja cuando se libra para conseguir alguna insignificante ventaja (para, por ejemplo, conquistar un territorio que no hace más segura una frontera) o, aún más, cuando se libra simplemente para probar la fuerza de una nación.
Thomas de Quincey, Judas y otros ensayos sobre lo divino y lo humano, trad. Juan Manuel Salmerón Arjona, Jus libreros y editores, 2017.
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AMOR A LA NATURALEZA
EN UNA ÉPOCA en la que otros científicos buscaban leyes universales, Humboldt escribía que la naturaleza había que experimentarla a través de los sentimientos.
Humboldt era diferente a cualquier otra persona porque era capaz de recordar hasta los más mínimos detalles durante años: la forma de una hoja, el color de un suelo, una temperatura, los estratos de una roca. Su extraordinaria memoria le permitía comparar las observaciones que había hecho por todo el mundo con décadas y miles de kilómetros de distancia por en medio. Podía “recorrer toda la cadena de fenómenos en el mundo al mismo tiempo”, dijo años después un colega. Humboldt −“cuyos ojos son telescopios y microscopios naturales”, dijo el escritor y poeta estadounidense Ralph Waldo Emerson con admiración− tenía cada dato de conocimiento y observación a mano en cuestión de un instante. […]
De pie en el Chimborazo, exhausto tras la ascensión, Humboldt absorbió la vista. Las zonas de vegetación se apilaban una sobre otra. En los valles había pasado junto a palmeras y húmedos bosques de bambú en los que las orquídeas llenas de color se aferraban a los árboles […] Era un hombre para el que la naturaleza era una fuerza global con zonas climáticas correspondientes en todos los continentes: un concepto radical para su época y que todavía inspira nuestra interpretación de los ecosistemas.
Andrea Wulf, La invención de la naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, trad. María Luisa Rodríguez Tapia, Debolsillo, 2021.
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EL SABIO Y UN DIAMANTE
EN EL BUDISMO se suele comparar la gran sabiduría con un diamante. No importa el ángulo desde el que se contemple este diamante, su brillo siempre es hermoso: precisamente brilla porque tiene varias facetas. La persona inteligente, pero que aún no ha superado su propio ego, intenta con frecuencia apropiarse de una faceta de esta gran sabiduría y, por eso mismo, se condena a perderse su magnificencia.
La verdad es única y múltiple al mismo tiempo. No se puede definir con un solo nombre ni se alcanza por un solo camino. Es omnipresente, pero desaparece cuando intentamos atraparla. Más allá de los dogmas, las ceremonias y los discursos, pertenece a quien quiere abrirse a ella y no a quien intenta vanamente apropiársela. Cuando los ignorantes discuten sobre el aspecto del vaso, el sabio observa el agua, es decir, sabe que la naturaleza no cambia, sea cual sea la forma que adopte. “Aunque sea sosegado, el aroma del té se eleva hasta alcanzar el horizonte”.
Nicolas Chauvat, El zen del té, trad. Amelia Ros García, Urano, 2017.
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EL SEÑOR DE LOS ANILLOS
NO ES POSIBLE, ni siquiera muy extensamente, resumir El señor de los anillos en un párrafo o dos… Fue empezado en 1936 y cada una de sus partes fue reescrita muchas veces. No hay palabra casi, en sus 600 mil o más, que no haya sido considerada. Y la ubicación, el tamaño, el estilo y la contribución a la totalidad de los detalles, incidentes y capítulos han sido escrupulosamente meditados. No digo que esto sea una recomendación de la obra. Es muy probable, lo advierto, que me engañe, perdido en una red de vanas imaginaciones de no gran valor para los demás, a pesar del hecho de que unos pocos lectores la han encontrado buena en su conjunto. Lo que intento decir es esto: no puedo alterar la obra de manera sustancial. La he terminado, me la he “quitado de la mente”: el trabajo ha sido colosal; y ahora debe sostenerse o caer prácticamente tal cual está.
J.R.R. Tolkien, “A Milton Waldman” [director de la editorial escocesa Collins] circa 1951, Cartas, sel. Humphrey Carpenter y Christopher Tolkien, trad. Rubén Masera, Minotauro, 1996.
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DESAMPARADOS
[…] Y ASÍ, DE FORMA SUCESIVA, las distintas etapas de la existencia nos sorprenden descuidados, sin capacidad alguna de prepararnos para ellas. Hay, entre naufragio y naufragio, intervalos de paz, mesetas de tranquilidad en las que nos hacemos la ilusión de haber arribado al punto de destino, pero enseguida llega un divorcio, llega la muerte de los padres, llega una crisis económica, una hiperplasia de próstata, unas cataratas, un dolor de muelas, una gastritis crónica, yo qué se, siempre llega un hundimiento nuevo sin manual de instrucciones con el que hacerle frente.
Juan José Millás, Ese imbécil va a escribir una novela, Alfaguara, 2025.